ntre Salvárcar y Salvatierra hay casi 14 años de distancia. Dos masacres de jóvenes que marcan el país: la primera, el 30 de enero de 2010 en Ciudad Juárez; la segunda, el 17 de diciembre de 2023 en Guanajuato. Pareciera que muy poco ha cambiado: muchos jóvenes siguen siendo asesinados, mientras otros jóvenes siguen jalando gatillos.
Luego de Salvárcar en estas mismas páginas escribí un artículo “Modelo juvenicida” (https://acortar.link/RP8gLH). Acuñé el término más con fines periodísticos que académicos, para llamar la atención de un país saturado de muerte de jóvenes. Posteriormente distinguidos académicos, como José Manuel Valenzuela y Rosana Reguillo, trabajaron el concepto, lo fundamentaron, le dieron más contexto y perspectiva. Hay también quienes lo han cuestionado. Qué bueno. Ojalá que esos loables ejercicios hubieran sido correspondidos por esfuerzos prácticos para que la realidad que originó el concepto ya no se dé. No es así.
Durante los casi tres años que en enero de 2010 restaban a Calderón y los seis de Peña Nieto no hubo esfuerzo significativo alguno por detener la lógica de sangre con las juventudes como principales víctimas y victimarios. Las cifras siguieron en ascenso.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha pretendido romper esa lógica de criminalización de los jóvenes, ofreciéndoles abrazos, no balazos
, que resulta una buena fórmula sintética para expresar que la política hacia las juventudes debe ser de cuidados y no de criminalización. Hacia esto orientó dos ambiciosos programas sociales: el de Jóvenes Construyendo Futuro: en becas para realizar labores como aprendices en empresas, para jóvenes excluidos del empleo y de la escuela, y el de las becas Benito Juárez, destinadas a evitar que los jóvenes abandonen la prepa por falta de recursos. El supuesto de base es correcto: a mayor permanencia en la educación media y superior, menor riesgo de caer en las garras de la delincuencia.
Sin embargo, la terca realidad sigue triturando vidas de óvenes en todo el país. ¿Qué ha sucedido? ¿No funcionan o no son suficientes las políticas públicas implementadas por la 4T? Ciertamente son programas que, en general, benefician a las juventudes. Sin embargo, habría que ajustarlas más, darles seguimiento a los beneficiarios de las mismas. Parece que no hay recursos ni personal suficiente para brindar una atención más cercana que aseguren que se consiguen los objetivos declarados de los programas.
Pero ni aun funcionando a la perfección éstos, serían suficientes para contener la violencia multiforme contra los jóvenes. Porque se requiere una atención, además de general, muy de cercanía, de comunidad. Un seguimiento personalizado de las trayectorias de vida, de los contextos que agravan los riesgos de violencia. Y en este nivel, puede decirse que, en general, los gobiernos tienen poca o nula experiencia. Son los colectivos, organizaciones de la sociedad civil, grupos juveniles, asociaciones de iglesias, quienes han desarrollado por todo el país diferentes y exitosas experiencias de acompañamiento sicosocial, pedagógico y terapéutico hacia los jóvenes en riesgo. Son estos colectivos los que brindan alternativas de educación, como prepas de segunda oportunidad, de maduración asistida, de atención y prevención de adicciones, de actividades de servicio comunitario, culturales y deportivas.
Estas asociaciones y colectivos cubren espacios y tareas que los gobiernos no llevan a cabo. Éstos deberían apoyarlas y trabajar en coordinación con ellas, buscar cómo financiarlas, conjugar las dimensiones macro y micro en la atención a los jóvenes.
La razón más profunda de esto es que la crisis de muerte de las juventudes va más allá del modelo económico. Es resultado directo del colapso civilizatorio que vivimos y que los tiene a ellos como principales perjudicados. La dominancia de la cultura machista- narco-armada; el individualismo prevaleciente, la obsesión por ser visto –la pulsión escópica– y la competencia sin fin; la búsqueda del placer inmediato –la adicción a la dopamina– y no a lo que genera la realización personal, la falta de contacto y desprecio por la naturaleza y por los demás, las narrativas que alientan el éxito individual sin más… todo esto va formando el entorno de muerte contra los jóvenes. Así mejore su inclusión económica, así haya menos desempleo, si a la vez no se cambian los significados de la vida, de las relaciones, de uno mismo, poco se va a lograr. Porque tal vez las murallas del modelo neoliberal se han derrumbado en México, pero parafraseando a Gramsci, detrás de ellas hay una serie de casamatas, bastiones que aún defienden la cultura necrófila que trajo consigo. Es necesario promover la creación de una nueva cotidianidad por y para las y los jóvenes, que genere cuidado por la vida en todas sus formas, comensalidad, solidaridad activa, nuevas formas de fiesta y de expresión.
Por más que se esté luchando contra el modelo neoliberal en este país, no es suficiente, porque seguimos inmersos en el modelo civilizatorio que resultó de él. Los gobiernos deben comprender que no pueden solos detener el juvenicidio , mucho menos la sociedad organizada por su lado: conjuntarse, cada quien con sus capacidades, complementarse, es el gran reto de vida para el próximo sexenio.