De la finalidad de los escritos en estas columnas
parentemente, los objetivos de estas casi 300 columnas, cuyo lema, no sólo de pan
, evocan, con un refrán milenario, que las necesidades humanas van más allá de la ingestión del alimento básico de una comunidad determinada por la producción del trigo, obligatoriamente salido de un monocultivo, no se han comprendido siempre como un análisis y propuestas de lo que falta al pan para que vivan a plenitud los hombres genéricos que habitamos la Tierra.
En este principio de año y transición política a corto plazo es indispensable ser más asertivos, propositivos y ejecutivos. Es en este contexto que insistimos en plantear, como principio de solución a muchos problemas graves para el género humano, que es tiempo –porque hay la coyuntura apropiada en México– de iniciar en nuestro país un proceso de acotamiento del capitalismo, en tanto que crecimiento del capital en manos de unos cuantos, con base en la apropiación de plusvalía del trabajo no remunerado de la inmensa mayoría, prescindiendo de los discursos de intención para pasar a ejecutar medidas de solución.
Y estas medidas serían, hemos planteado antes, producir alimentos básicos y conformes a las tradiciones culinarias de cada sociedad, no en función de su valor comercial, sino de su valor cultural, que sólo los productores de generaciones rebasadas por las tecnologías en boga conocen y serían capaces de recuperar y transmitir a los productores jóvenes. En otras palabras, para recuperar la autonomía alimentaria, saludable y suficiente no hay que tener dólares ni pesos, sino reconocimiento de la productividad anterior a la imposición de los tractores, fertilizantes químicos, semillas mejoradas, insecticidas y conservadores, recuperando la organización del acceso comunitario a la tierra y del conocimiento milenario de cómo producir en policultivos el maíz, frijol, calabazas diversas, chiles, tomates, quelites sanadores… y, según el sitio de siembra, rodeados de cactáceas comestibles o cítricos, café y cacao, aguacates, arecáceas o palmeras y otros frutos… Mostrando a otras latitudes e invirtiendo en nuestro suelo para reproducir policultivos como los del arroz y los tubérculos que dieron origen a civilizaciones extraordinarias, parejas a nuestra basada en el maíz.
Al tiempo que se guardaría la mano de obra que huye de nuestro país y de otros muchos, arriesgando su vida en el tránsito y terminando por enfermar en sus destinos al adoptar la dieta estadunidense, que no sólo deja en el imperio el plusvalor del trabajo migrante, sino que los migrantes contribuyen a engrosar los capitales que financian las guerras y todo el aparato que oprime a otros pueblos del mundo.
Ya se sabe que el programa Sembrando Vida fue un recurso loable para sacar rápido al campesinado más pobre del hambre, pero la conciencia del pueblo trabajador ha evolucionado y nada es más seguro que la aceptación de los campesinos mexicanos, y centro y sudamericanos, que atraviesan nuestro país, para aplicar sus conocimiento en tareas que no sólo no son caducas, sino representan el futuro de todos los pueblos que se rebelen pacíficamente contra el modelo neoliberal, aplicando su trabajo en el autosustento y la producción del sustento de los conciudadanos ocupados en tareas de otros objetivos.
Y, las otras tareas, no productoras de alimentos sanos, que son las nuestras, es apoyar sin disfraces y a fondo, solidarios e irreductibles, la producción de las milpas complejas prehispánicas para alimentarnos mejor, pero pasando por la justicia de devolver al pueblo el dominio de su sabiduría milenaria, con respeto y sin imponer tecnologías que sólo distraen a los jóvenes de su tarea reproductora de la cultura y los valores ancestrales, para servir a la tecnología, incluso destructora, y consumir todo lo que enriquece al capital, que se emplea en deshumanizar cada sociedad, incluyendo la propia. Pero empecemos el cambio por nosotros y entre nosotros. Aprovechando esta época de transformaciones que prosigue.