l ex presidente Donald Trump volvió a usar a los migrantes indocumentados como eje de su campaña para regresar a la Casa Blanca. Días atrás, recurrió a una terminología claramente eugenésica y filonazi para exigir el cierre de la frontera con México bajo el argumento de que las personas procedentes de América Latina, el Caribe, África o Medio Oriente ensucian
la sangre de los estadunidenses. Ahora, cuando están a punto de comenzar las primarias (elecciones internas) del Partido Republicano para seleccionar a su candidato, el magnate insiste en que la administración federal alienta a los migrantes para que entren en masa a Estados Unidos de manera irregular para registrarlos y que voten en la elección de 2024.
Es necesario dejar claro que sus aseveraciones, además de éticamente repudiables, son mendaces: no sólo se formulan sin ninguna prueba o indicio de que se esté habilitando a losmigrantes para votar, sino que omite que en 2023 el gobierno de Joe Biden quintuplicó las deportaciones respecto al año anterior, por lo que resulta llanamente insostenible que aliente
el ingreso irregular de extranjeros.
El bulo del fraude con migrantes no es una más de las incesantes falacias que produce Donald Trump para azuzar los instintos cavernarios de sus simpatizantes y desestabilizar a la administración demócrata. En este caso, mina la credibilidad de las instituciones y pone en riesgo la seguridad de personas que ya se encuentran en una situación de máxima vulnerabilidad.
Al crear el temor a una alteración de los resultados electorales a cargo de los inmigrantes indocumentados, el magnate los vuelve blanco del odio y la persecución de sectores de la sociedad estadunidenses que ya se encuentran intoxicados por el odio xenófobo y racista que ha nutrido su carrera política.
Lo anterior sería alarmante en cualquier sociedad, pero se vuelve una potencial amenaza de muerte en Estados Unidos, donde ya existen grupos propensos a la violencia, los cuales enarbolan abiertamente el supremacismo racial y pregonan el supuesto derecho a una autodefensa individual desproporcionada, paranoica y ajena a las leyes. La porta-ción de armas por parte de algunos participantes en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, así como el antecedente de los Minutemen, grupos de fanáticos armados que patrullaban la frontera a la caza de migrantes, son dos ejemplos insoslayables del peligro al que se ven expuestos los buscadores de refugio por la irresponsabilidad criminal de un político carente de escrúpulos.
En este escenario, las mentiras de Trump constituyen poco menos que un llamado a la subversión y reditan el conato de desca-rrilar la de por sí deficiente democracia estadunidense que ya llevó a cabo el ex mandatario después de perder las elecciones de noviembre de 2020. Las instancias judicia-les no pueden permanecer impávidas ante una narrativa perversa que criminaliza a las personas en función de su origen étnico y normaliza el racismo sistemático. Está claro que no basta con rechazar las posturas retrógradas en las urnas, sino que debe responsabilizarse a sus promotores por fomentar la violencia y el odio.