leva sobre la espalda la carga de sus padres. Emiliano Gironella Parra (1972) vivió una infancia rodeado de arte y literatura, nunca imaginó tener otra profesión, no había otro mundo; el mundo del arte siempre ha sido su columna vertebral.
Mientras su padre, el artista Alberto Gironella (1929-1999), le aplaudió la decisión de renunciar a la escuela, su madre, la pintora Carmen Parra, lo inscribió a la Interlochen Art Academy en Michigan, Estados Unidos.
Lo mejor que obtuvo de Alberto fue una poderosa relación con la literatura, y por parte de su madre la disciplina; Emiliano ha reinventado su estilo y una identidad desde que decidió convertirse en artista a los 20 años. Siendo hijo de artistas ha sido cuestionado y comparado inevitablemente, lucha todos los días por dejar un legado propio, busca un lenguaje que muchas veces se vuelve anacrónico.
No se considera autodidacto; su educación fue inducida desde muy joven hacia el arte, se crio en la biblioteca de sus padres y los museos de Europa y México, entre exposiciones y presentaciones de libros, pero también en la calle y en las cantinas. Gironella Parra ha descifrado y entendido el arte como una manera de adaptarse a la realidad que vive.
Uno de sus proyectos más importantes es la creación de la Fundación Manos Manchadas de Pintura AC en 2012. Es un proyecto cultural que tiene como objetivo principal sanar y cicatrizar las heridas sicológicas que han sufrido en el desempeño de su función las y los servidores del orden de México, y la de hijos y viudas de policías caídos en la lucha con el poder restaurador del arte como vía de resiliencia y esperanza. Son talleres de pintura, danza, grabado y literatura; la labor del arte es un elemento activo de sanación, terapéutico y de catarsis.
El artista produjo el documental Cicatrizarte a partir de testimonios de hijos de policías y sus viudas, a quienes considera un grupo vulnerado y vulnerable, como proceso de dignificación de lo que dejó la violencia: familias desarticuladas en forma de viudas y deudos, marcados por una pérdida irreparable y violenta, un grupo que necesita ayuda.
En el documental, el doctor Juan Ramón de la Fuente considera que uno de los problemas más graves de la violencia es la consecuencia que deja en las familias, y por ello el proyecto de Gironella encuentra una ruta mediante el arte, que plantea revalorar a los policías y sus familias marcadas por las circunstancias de manera más saludable. Asimismo, el doctor Javier Garcíadiego, ex presidente de El Colegio de México, opina que el arte puede ayudar a curar las heridas de la violencia, una de las llagas más profundas que tiene la sociedad actual. El destino de los hijos de policías muertos o lisiados es un drama al que no hemos puesto atención.
En 2016, Emiliano presentó la exposición Héroes y cicatrices en el Museo Nacional de Culturas Populares, que exhibió los trabajos producto de sus talleres y algunas esculturas en bronce a partir de moldes de las cicatrices de heridas, quemaduras y muñones de policías que perdieron algún miembro cuando cumplían con su deber. Para mover sentimientos hay que tocar el dolor ajeno, tocar sus historias es escalofriante.
El artista tiene proyectos editoriales, ha ilustrado más de una docena de libros: 500 años, el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, con textos de Luis Barjau y Cristian Duverger; Muerte sin fin, de José Gorostiza; La tierra baldía, de T. S. Eliot; Primero sueño, de sor Juana Inés de la Cruz; Escritos a la muerte de mi padre, de Alfonso Reyes; Y sigo siendo el rey, con texto de Carlos Monsiváis; El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, de León Felipe, entre otros.
Por medio de la galería El Aire, que alberga la Fundación Parra-Gironella, Emiliano se convirtió en editor, fundó el taller de monotipo y experimentación gráfica tomando el bestiario como eje temático y creando vínculos colaborativos con artistas como Damián Flores, Diego Rodarte, Filogonio Naxin, Carmen Parra, Sergio Arau y Alberto Castro Leñero, acompañados por el impresor Horacio Sierra.
Emiliano Gironella y su obra con carga social y literaria están siempre unidos, inseparables. Su presencia, igual que la de sus cuadros, es sincera, genuina y perturbadora, mostrando no sólo las heridas, sino la forma de cicatrizar la pérdida a través del arte.