Lunes 26 de agosto de 2024, p. a38
De las siete novilladas ofrecidas por la empresa de la Plaza México ya suman seis en las que los alternantes están por debajo –salvo César Ruiz en la inaugural– de las excepcionales condiciones del ganado que han debido enfrentar, carentes no sólo de recursos técnicos, sino, lo más grave, de una actitud de entrega sin adjetivos.
¿A quién responsabilizar de esta recurrente situación en la que 19 jóvenes han hecho el ridículo ante reses que pedían a gritos capotes y muletas con conocimiento de causa y, lo más importante, con una entrega proporcional a sus esfuerzos e ilusiones? ¿A muchachos que apenas ven un pitón muy de vez en cuando? ¿A sus eventuales mentores y apoderados o lo que se les parezca? ¿O a la escasa visión de una empresa que sigue armando carteles sin ton ni son con tal de hacer su antojadiza voluntad?
Ayer, este deliberado mal fario empresarial correspondió a otro cartel diseñado por el enemigo, por llamarlo de alguna manera, en la que tres noveles intentaron plantarle cara a una novillada con edad y trapío de la ganadería de Gonzalo Yturbe, padre e hijo, pura sangre de Piedras Negras.
O traían toritos de la ilusión o contrataban a novilleros más hechos, pues el encierro constituyó una prueba que no lograron resolver los actuantes, incluidas unas desalmadas cuadrillas que anduvieron por la calle de la amargura.
Ante unos 3 mil asistentes partieron plaza el regiomontano Luis Garza, con vitola de triunfador, y los aguascalentenses Joel Castañeda y Daniel Prieto, ya con 24 años cada uno. Pero una cosa es enfrentar toritos de entra y sal y otra, muy diferente, vérselas con la casta, la edad, el trapío y la exigencia de lidia.
Abrió plaza Timonero, un toro hondo con 427 kilos, fuerte y pronto, que puso a batallar tanto a la peonería como al joven Garza, que fue prendido en dos ocasiones y debió pasar a la enfermería.
Fue el principio de una tarde aciaga para Joel Castañeda, que tuvo que lidiar cuatro astados, ya que su compañero Daniel Prieto también resultó herido por su primero, Fogonero de nombre. A ambos bureles les sonaron los tres avisos.
No se trató de una novillada de pregonados, sino de ejemplares con el temperamento de su sangre y un comportamiento comprometedor, pues ese encaste, en cuanto el torero se equivoca, el toro hace por él. Si a lo anterior se agrega la pésima lidia que recibieron por parte de una improvisada peonería, las reses aprendieron pronto y desarrollaron sentido.
Cuando no eran desarmados, los subalternos arrojaban el capote y salían despavoridos.
Joel Castañeda, con su primero, Piloncillo, que embistió con claridad por ambos lados y pedía una muleta con mando, el diestro se vio precavido y el astado recibió palmas en el arrastre, al igual que su hermano Comalero.
En quinto lugar saltó a la arena Pavón, otro cárdeno de bella lámina, con el que Castañeda por fin se acordó de quedarse quieto en verónicas para añadir unas chicuelinas eléctricas. Volvió a estar fatal la peonería, que dejó tres pares de un palo, y el aguascalentense consiguió muletazos de buena factura por ambos lados, aunque de dos pases y el remate. La fijeza, claridad, son y recorrido del burel no fueron apreciados por el juez de plaza, que no se atrevió a ordenar arrastre lento para los despojos de tan excepcional astado.
Con el cierraplaza Vagabundo, más espantadas de subalternos, pares de un palo y otro novillo que pedía una muleta enterada.
Al final los ganaderos Gonzalo Yturbe, padre e hijo, recibieron calurosa ovación de un público harto ya de tanto ensayo y error por parte de la despistada empresa, a la que nadie toca ni con el pétalo de una amonestación.