ermila Galindo fue la principal promotora del sufragio y de los derechos de las mujeres durante la Revolución Mexicana. Organizó grupos feministas, fundo la revista La Mujer Moderna, promovió los dos primeros congresos feministas nacionales, fue una destacada oradora y escritora de textos en los que defendió con solidez y elocuencia sus principios en favor de las mujeres. En el segundo Congreso Feminista, celebrado en Yucatán del 23 de noviembre al 2 de diciembre de 1916, expresó:
“Es de estricta justicia que la mujer tenga el voto en las elecciones de las autoridades, porque si ella tiene obligaciones con el grupo social, razonable es, que no carezca de derechos. Las leyes se aplican por igual a hombres y mujeres; la mujer paga contribuciones, la mujer, especialmente la independiente, ayuda a los gastos de la comunidad, obedece las disposiciones gubernativas y, por si acaso delinque, sufre las mismas penas que el hombre culpado. Así pues, para las obligaciones, la ley la considera igual que al hombre, solamente al tratarse de prerrogativas, la desconoce y no le concede ninguna de las que goza el varón.
“Las leyes que rigen y regulan los contratos de matrimonio, los derechos de los cónyuges, la patria potestad, están hechos por hombres y son evidentemente injustos. ¿Por qué la mujer no ha de intervenir en la elaboración de las leyes que deciden la parte más importante de sus vidas? Jurídicamente, la mujer casada no existe…”
En esos momentos, se efectuaba en Querétaro el Congreso Constituyente del que saldría la Constitución Política más avanzada de su tiempo, la primera en reconocer los derechos sociales a la tierra, al trabajo, a la educación como derechos colectivos. Hermila se trasladó a esa ciudad y presentó una iniciativa para que se incluyera en la Constitución el reconocimiento al voto femenino. En su solicitud exhortó a los diputados:
“Hoy por primera vez, y debido a la revolución constitucionalista que le ha prestado fuerte apoyo, la mujer mexicana ha salido de su retraimiento esperando que el nuevo gobierno tendrá para ella decidida protección, a fin de que su derecho al voto sea una realidad… Vosotros, los nombrados por el pueblo para que aquí los representéis y seáis sus más fieles intérpretes, a fin de que la democracia resplandezca sin exclusiones irritantes… decretaréis, por ser de justicia, que es de concederse a la mujer el derecho del voto.”
Su propuesta no sólo fue ignorada, sino rechazada por temor y prejuicio. Se argumentó que las mujeres no tenían educación ni civismo para votar de manera responsable, que sus niveles educativos eran inferiores a los de los hombres, que su espacio por excelencia era el hogar y que sus intereses estaban representados por sus maridos, padres y hermanos. Aunque había mujeres destacadas que sí podrían ejercer responsablemente el voto, eran casos excepcionales. De esa manera, los diputados aprobaron el artículo 34 que establecía que eran ciudadanos mexicanos quienes tuvieran 18 años si eran casados, 21 si eran solteros y tuvieran un modo honesto de vivir. Sólo ellos podrían votar. Esa redacción era ambigua, genérica, en lenguaje masculino. El diputado Félix Palavicini advirtió el peligro de esa ambigüedad y exclamó que tenía que ser explícito que las mujeres no estaban incluidas, que sólo los hombres eran ciudadanos, pues se corría el riesgo que se organizaran y quisieran votar y ser votadas.
Así ocurrió. Hermila Galindo, aprovechando esa ambigüedad, se presentó a las elecciones para diputados federales en 1917 por el distrito cinco de la Ciudad de México. Su programa contemplaba defender los intereses de las madres y los hijos y terminar con la minoría de edad con que la legislación trataba a las mujeres. Su candidatura fue la primera de nuestra historia en que se postuló una mujer. Fue también la primera que recibió votos de mujeres que votaron por ella. Sin embargo, Hermila quedó en cuarto lugar de un total de 26 candidatos.
En septiembre de 1917, en La Mujer Moderna, publicó su credo político, que refleja nítidamente sus ideales a los que consagró su vida:
“Creo firmemente, intensamente, que la mujer es digna de la mejor suerte que aquella que le han deparado las legislaciones de todas las épocas anteriores a la presente. Creo que la mitad débil del género humano cuenta con las necesarias aptitudes para poder luchar con éxito en la vida. Creo que no hay diferencia sustancial entre los cerebros masculinos y femeninos y, por lo tanto, hombres y mujeres pueden, con igual éxito, dedicarse a especulaciones artísticas o científicas, sin que la balanza se incline, de antemano, a alguno de los lados.
“Y creo esto, a pesar de que la educación que recibí en mi niñez, arcaica como la que se imparte generalmente a todas las mujeres mexicanas, educación a la vieja usanza española, que suponía que la mujer no había nacido, sino para ser objeto de lujo o necesidad; o amante o madre; pero que no debía, que no podía convertirse en un ser útil a la humanidad, saliéndose de la órbita a que la naturaleza la había circunscrito. Creo esto, no obstante que los ejemplos que contemplé en mi adolescencia, me mostraban que había una honda diferencia social entre el hombre y la mujer, por razones que entonces se me escapaban, pero que ahora columbro que son mentira, con toda claridad… La lucha en favor de la mujer ha ido por un camino de triunfos.”
Y en efecto, la lucha de las mujeres ha logrado grandes triunfos, siguiendo el camino abierto por Hermila y por muchas otras como ella.