Sachsenhausen: memoria de un cruel pasado

n 1940 en Alemania había cerca de mil campos de concentración donde eran internados judíos, opositores políticos, homosexuales, personas con discapacidades, prisioneros de guerra y otros grupos étnicos como los gitanos.
Sin aviso ni garantía individual, las fuerzas de seguridad tocaban las puertas de las viviendas y sus ocupantes eran llevados a algún campo. Hay que diferenciar entre los que sólo cumplían funciones de internamiento y los de exterminio, donde los prisioneros eran asesinados. A sólo 35 kilómetros de Berlín, en la localidad de Oranienburg, está el de Sachsenhausen, símbolo del horror del régimen nazi y recordatorio de los crímenes contra la humanidad.
Fue construido en 1936 y diseñado como campo modelo para el sistema nazi. Al principio albergaba sólo a prisioneros políticos. Entre 13 y 18 mil soviéticos fueron asesinados aquí; con el tiempo, miles de judíos, comunistas, opositores, testigos de Jehová, homosexuales y otras minorías ocuparon sus barracones.
Entre 1936 y 1945 más de 200 mil personas pasaron por él. Se realizaron ejecuciones masivas e incluso experimentos médicos inhumanos, así como trabajos forzados en condiciones extremas. Miles murieron por hambre, enfermedades y maltrato.
Este campo tiene una particularidad; aquí vivían numerosos integrantes del cuerpo de seguridad nazi, la temida SS –iniciales de Sicheheits Staffel–. Aquí se capacitaba a los comandantes que serían empleados en otros campos de concentración. Tras su liberación en abril de 1945 por el Ejército Rojo, Sachsenhausen fue usado por los soviéticos como campo de internamiento hasta 1950.
Ahora es un memorial y museo donde los visitantes pueden recorrer las barracas, el crematorio y las exposiciones con las historias de las víctimas, vitrinas que exponen uniformes de prisioneros y también de carceleros o comandantes. También se ven los recursos para la seguridad, como algunos de los altos pilares de cemento sobre los cuales se instalaban alambres de púas.
La exposición empieza afuera, en una prolongada barda que lo rodea, donde hay fotografías con información detallada. En la entrada se ubica una torre desde donde se vigilaba a los prisioneros. Sobre un portón de metal está el lema nazi Arbeit macht frei
(el trabajo te hace libre), una cruel ironía en un lugar donde la muerte era una constante. La frase se hizo famosa por las fotografías del mayor campo, Auschwitz, ahora en Polonia.
La entrada está marcada por la siniestra torre A, desde donde los guardias de las SS vigilaban a los prisioneros. La zona de ejecución impacta al visitante al leer que miles de personas fueron fusiladas o ahorcadas o víctimas de pruebas con gas venenoso. Sachsenhausen es un testimonio del sufrimiento humano, pero también de la resistencia y el coraje de quienes lucharon contra la opresión. Visitarlo no es sólo un acto de memoria, sino una advertencia sobre los peligros del odio y la intolerancia.
En un mundo donde voces negacionistas intentan distorsionar la historia, lugares como éste nos recuerdan que el pasado no debe repetirse. La memoria es nuestra mejor herramienta para construir un futuro basado en la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos.
Alia Lira Hartmann, corresponsal