Opinión
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Tormentas norteñas
E

l gandalla de la primaria, el buleador de la secundaria, el porro de la prepa, el matón de barrio, el coyote del campo, el extorsionador de la plaza, el lobo de Wall Street, el eterno Amo del Universo, el mismo de siempre, sólo que ahora corregido y aumentado, pega, castiga y amenaza.

Ya no somos sus buenos vecinos, sus socios confiables, sus aliados naturales en la lucha contra el mal, sus casi familiares, sus excéntricos compadres. Vaya, ni siquiera su patio trasero. Ahora somos su fuente inagotable de problemas: su amenaza, los sembradores del caos, los que cobijan el terror. Inundamos su país de drogas, exportamos potenciales violadores y come mascotas, nos robamos sus empleos y trastocamos su seguridad y bonanza.

Cierto, los malvados que se oponen a hacer a Estados Unidos grande nuevamente abundan en el mundo de hoy. Pero ahora hemos entrado casi oficialmente al club de los villanos. Y el flamígero dedo índice señalándonos no es producto de un mal chiste o de una campaña electoral, sino de la determinación de fijar nuevas reglas del juego en la relación bilateral, en las que ellos tengan aún más ventaja de la que ya tenían. Es la nueva versión de lo que don Pablo González Casanova llamaba la ocupación integral del territorio. Quieren, como canta el Corrido de Cananea: “y llegaron los sherifes al estilo americano”. Es la narrativa que busca envolver para regalo a los ejércitos del bien, el uso de la fuerza. De la que comenzó a ejercerse o de la que se planea utilizar más adelante.

Las ofensas son tantas, que parecen cuentas de un rosario. Llenarían innumerables entregas de Por mi madre, bohemios, la célebre columna del finando Carlos Monsiváis, redactada a partir de las barbaridades declaradas por políticos, clérigos y empresarios.

Apenas el pasado miércoles, Pam Bondi, la fiscal general de Estados Unidos, declaró en una audiencia del Comité de Apropiaciones del Senado sobre el presupuesto 2026: No nos dejaremos intimidar y mantendremos a Estados Unidos seguro. No sólo de Irán, Rusia, China y México. De cualquier adversario extranjero que esté tratando de matarnos físicamente, o por sobredosis a nuestros hijos, con drogas.

Mientras, en la misma sesión, el senador republicano Lindsey Graham, reviró: “Ellos [los mexicanos] deben saber que la mitad de su país está gobernada por los cárteles. Nunca vamos a estar seguros aquí hasta que hagamos que México cambie su estrategia… Iremos tras ellos [los cárteles] con o sin la ayuda de México”.

Días antes, el 10 de junio, al calor de las masivas movilizaciones de las comunidades migrantes en ciudades de EU, contra las deportaciones arbitrarias de indocumentados, la secretaria de Seguridad Nacional de ese país, Kristi Noem, había declarado, sin sustento: Sheinbaum alentó más protestas en Los Ángeles y lo condeno. No debería alentar las protestas violentas que están ocurriendo. La gente tiene derecho a protestar de forma pacífica, pero la violencia que hemos visto es inaceptable.

Algo traen en mente. El 17 de junio, Eric Trump, hijo del mandatario estadunidense y vicepresidente ejecutivo de la Organización Trump, declaró en entrevista a la cadena Fox News, como un símil de lo que estaba sucediendo en el conflicto armado entre Irán e Israel: Puedes apostarlo. Si México disparara cohetes a Estados Unidos, serían decapitados en unos cuatro segundos. Estados Unidos no lo toleraría. Mi padre no lo toleraría.

Las hostilidades comenzaron desde el primer día en que el presidente asumió su cargo (y, por supuesto, de la campaña electoral). Nada más sentarse en la silla, ordenó que los cárteles fueran clasificados como organizaciones terroristas extranjeras, arrancó su ofensiva antimigrante e instruyó a las instituciones federales a nombrar el Golfo de México como Golfo de América.

Se siguió, entre muchas cosas más, con aranceles al aluminio y el acero, y amagos de ponérselos al tomate. Con las redadas contra los migrantes. Con la amenaza de cobrar impuestos a las remesas (en los hechos, un ilegal doble gravamen). Con las amenazas de invadir el país o utilizar drones en territorio mexicano. Con la prohibición de importar ganado mexicano por el peligro del gusano barrenador. Con el avance en la militarización de su frontera sur. Y, en un nuevo apretón de tuercas, con la sanción a dos bancos y una casa de bolsa por lavar dinero para el narcotráfico. Casi cada semana hay un ataque nuevo, verbal o práctico.

Estos agravios en la relación binacional han caminado de la mano de la difusión de rumores que hablan de una supuesta lista de políticos mexicanos sujetos a restricciones de visa por vínculos con el crimen organizado, o, más aún, de presiones por parte del secretario de Estado, Marco Rubio, para su extradición a Estados Unidos por narcocorrupción. Es cierto que no somos los únicos en sufrir sus agresiones. Todo el mundo padece su vocación neocolonial. Pero también lo es que estamos muy lejos de ser sus ­consentidos.

Una parte de la vieja partidocracia conservadora añora contar con un Juan Guaidó (el títere ungido por Washington como supuesto mandatario de Venezuela) azteca. Y por ello celebran las agresiones del trumpismo como si fueran triunfos propios, aunque impliquen un desafío a la soberanía. Las justifican en nombre de una supuesta democratización, que ellos no practicaron. Pero nunca, nada bueno, ha venido de saludar y dar la bienvenida a las intromisiones imperiales en nuestro país. Por más diferencias internas que se tengan, el imperialismo no es un aliado de las luchas de los pueblos, es su enemigo.

X: @lhan55