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Ver día anteriorLunes 11 de agosto de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Enseñanza y miedos

A

sí como los fraudes financieros por Internet o por teléfono (“con mil 950 pesos de inversión obtén 80 mil pesos semanales”) continúan gozando de total impunidad sin que ninguna de las personalidades que aparecen en esos mensajes se moleste en aclarar que no son ellas realmente sino manipulaciones del nuevo amo –la inteligencia artificial–, igual perduran los ancestrales miedos a la muerte, como si ésta no fuera inevitable ley de vida, sino su enemiga. Las ideologías tampoco matizan, sino que dramatizan la condición de mortales de las personas, como si se tratara de un miedo “natural” y no inducido a partir de una educación centrada en obedecer y memorizar, no en el estímulo de métodos que refuercen la libertad de pensamiento y de comportamiento responsable. Esta educación condicionada se traduce en una deficiente forma de vivir y en una angustiada cuanto innecesaria forma de morir.

El miedo a la muerte que se inculca desde la niñez va del “fuego eterno” al hecho forzoso de dejar identidad, posesiones y afectos. Entonces, culpas, rezos y penitencias sustituyen la falta de criterio autónomo gracias a esa educación intencionadamente limitada que, lejos de fomentar la libertad responsable, no cuestiona conceptos como pecado, infierno o cielo, sino que mantiene el frágil soporte de un comportamiento aturdido y amedrentado, incapaz de ejercer una autonomía genuina. A esta programación obediente e intimidatoria disfrazada de educación laica, las religiones –todas– condenan “los placeres de la carne” y las enfermedades que pueden acarrear, reforzando así los miedos, en vez de ampliar la información preventiva y las precauciones de un criterio sano. En esa línea operan las farmacéuticas y la tecnología médica, “cada día más avanzada”, sobre todo al prolongar la vida de enfermos incurables que no desean continuar con ese simulacro de vida. Como aquí hemos insistido, serán factores económicos los que no tarden en convencer a gobiernos y a rezagadas legislaciones de proteger humanismos menos timoratos con relación a la muerte digna.

Mientras, el miedo sigue fometado por las familias y los poderes establecidos, que aprueban leyes y reglamentos para entorpecer o de plano ocultar el derecho a morir con dignidad, es decir, sin estar a merced de la voluntad de terceros ni de tecnologías tan redituables como inhumanas.