Vuelven a México el 11 de septiembre para tocar No Rain, No Flowers en el Pepsi Center

Martes 12 de agosto de 2025, p. 7
En su reciente gira por el Reino Unido, The Black Keys estuvo en Manchester un par de días antes del primer concierto del regreso de Oasis. Patrick Carney, baterista del dúo de garage de Ohio, comentó a The Independent: “Ver a todo un país emocionado y entusiasmado por la reunión de una banda de rock... fue una locura.”
“Nunca habíamos visto nada igual”, ríe entre dientes su compañero de banda, el cantante y guitarrista Dan Auerbach. Pero bajo la admiración congratuladora, se denota cierta injusticia. Hace poco, Carney se perdió un concierto local de Mumford and Sons porque la noticia no había trascendido la cobertura masiva de conciertos en Internet.
“Todo el mundo sabe que Oasis tocó en Wembley este fin de semana, pero eso consume muchísimo ancho de banda y con razón, en tu algoritmo”. Considera la difícil situación de muchos artistas menos mediáticos que luchan por el espacio. “¿Cómo se supone que vas a correr la voz?”, pregunta.
En su decimotercer álbum: No Rain, No Flowers las llaves negras agregaron un brillo soul de los 70 y un borde sureño polvoriento, tan adecuado para el bar de carretera de Tennessee como para la capilla gospel, con el que regresan este 11 de septiembre a México para ofrecer un concierto en el Pepsi Center.
Durante la década de 2010 se mostraron como el sonido del indie retro rock estadunidense, pero el año pasado se vieron obligados a cancelar una gira por sus lares, despedir a su mánager y dar un polémico concierto con criptomonedas para recuperar los ingresos perdidos. “Nos jodieron”, tuiteó esa vez Carney y explicó que la venta de conciertos a precios inferiores en ciudades de mayor riesgo no se había reducido como prometió su “mal organizada” agencia de representación.
En aquel momento, su agencia dijo que fue una “separación amistosa”. Cuanto más exponían The Black Keys la disputa en los medios, más delataba una industria monopolista que trabajaba subrepticiamente contra el artista.
Afirma que la importante promotora Live Nation tiene vínculos financieros con amplios sectores de la industria, y cree que eso crea conflictos de intereses. “Por ejemplo, ‘Jay-Z fundó una empresa de representación con Live Nation’, (pero) nadie entiende realmente qué significa eso”, manifiesta. “Así que la gente con la que se supone que debes trabajar para negociar con tu promotor está en el bolsillo de éste. Entonces, ¿cómo demonios se supone que debes trabajar? Está en todas partes... es insidioso. Es una mierda”.
Pese a la filosófica y optimista canción que da título al nuevo álbum, todavía están furiosos por el revuelo del año pasado. “No es algo que nos haya pasado antes y ha sido muy difícil superarlo, sólo mentalmente”, dice Auerbach. “Realmente nos está carcomiendo a ambos. Supongo que (la canción que da título al álbum) intenta darle un giro positivo a ese tipo de situación. Pero no era necesariamente así como nos sentíamos. Es decir, estábamos furiosos. Queríamos venganza. Pero escribimos No Rain, No Flowers, no sé exactamente por qué. Pat y yo tenemos hijos ahora, y quizás quejarnos y quejarnos de nuestros problemas directamente, como un maldito diario, no es lo que queremos hacer. No es el legado que queremos dejarles a nuestros hijos”.
El disco –una mezcla difusa de soul sureño, sicodelia de los 60, blues modernista, Motown y country rock vibrante– estuvo influido por los recientes Record Hangs, fiestas de baile de vinilo celebradas por Estados Unidos y Europa, en las que el dúo sólo hacía de díyei y tocaba sencillos antiguos de 45 pulgadas.
Explotación infernal
En su época de formación en los años 2000, estos amigos de la infancia recorrieron su país en una camioneta pasando el rato en “viajes infernales de ocho horas” entre clubes. “Éramos dos chavos enamorados de la música y nuestros gustos empezaron a armonizarse y a expandirse. Recuerdo aquella primera gira: Dan me tocaba un montón de blues que me encantaba, y luego le enseñaba Spiritualized o Modest Mouse. Y encontrábamos recopilaciones, como una de soul jazz y funk de Nueva Orleans y las usábamos a tope. Fue simplemente este descubrimiento musical. Esa sigue siendo la base de nuestra amistad”.
Las 18 canciones que grabaron para el álbum abarcan desde el soul de Filadelfia hasta el dance latino y New Order. “Volver a escuchar el grupo completo de canciones era casi sicótico”, expresa Carney.
La historia de The Black Keys se ha visto envuelta en la explotación de la industria musical. En 2015, en la cima de su éxito, entraron en un paréntesis de cuatro años, agotados por la presión y la agitación del ciclo álbum-gira. “Habíamos escalado la montaña y lo que veíamos en la cima era la capacidad de simplemente repetir el proceso, y eso no parecía atractivo”, reconoce Carney.
Ahora se habla mucho de que las giras se están volviendo financieramente inviables para la mayoría de las bandas, incluso en las más altas esferas. “Sí, se está volviendo carísimo”, concuerda Carney. “Los precios de las entradas se están disparando, pero el dinero no necesariamente se traduce en más ganancias ni nada por el estilo”.
Recuerda las primeras giras en las que dormíamos en furgonetas y vivíamos como cucarachas para sobrevivir con tarifas de 50 dólares por concierto. “Pero definitivamente era una época diferente. Y ser dúo lo hizo mucho más fácil. En una de nuestras primeras giras fuimos solos los dos en un sedán, con todo nuestro equipo”.
“Todos le pagamos a Taylor Swift”
La cantautora británica Billie Marten apenas comentó a este diario que “la mayoría de los artistas están en la ruina financiera; todos le pagamos a Taylor Swift”.
“Cuando eres una artista grande como Taylor, puedes negociar acuerdos importantes”, dice Carney. “El negocio en el que ella trabaja es diferente al de la mayoría de nosotros”.
Durante la gira, argumenta, el artista asume todo el riesgo, pagando todo, desde el local hasta el equipo y el sistema de sonido. “Pero cada vez que tocas, alguien te cobra por los servicios, te quita 25 por ciento de la mercancía, es un timo. Uno pensaría que, tras 65 o 75 años de rocanrol, alguien habría intervenido y dicho: ‘Al carajo con todo esto. Es una locura’, y creo que la mayoría de los managers lo harían, pero todos tienen compromisos”.
El valor de Spotify, afirma Carney, ha aumentado de 25 mil millones de dólares a 165 mil millones de dólares en los últimos tres años. “Hay mucho dinero en la música; está creando multimillonarios. Es sólo que, como venimos diciendo desde 2010, esta mierda simplemente no paga lo justo. Es una locura”. Es un patrón que se repite en la sociedad estadunidense: los superricos, en lugar de un político en particular, están hundiendo el mundo.
“Mucha política es una gran distracción de otras mierdas que están sucediendo”, articula.
Casi por inercia, The Black Keys se han encontrado a la vanguardia de la lucha contra la hegemonía del conglomerado, y saben que les esperan duras batallas. “Aún tenemos deudas que pagar”, considera Carney. “Aún tenemos un servicio a nuestros seguidores: salir y ofrecer un buen espectáculo. Han surgido cosas buenas de cada etapa que hemos vivido”, dice Auerbach. “En esencia, Pat y yo recibimos este don de poder hacer música juntos, y nunca nos ha defraudado”. No Rain, No Flowers ya está disponible.
Traducción: Juan José Olivares