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Nosotros ya no somos los mismos

Una universidad más nacional que autónoma // La torre de Babel en la que todos se entendían // Ni armas blancas ni de ningún otro color

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▲ La UNAM fue merecedora de llamarse nacional porque su población estudiantil contaba con jóvenes de todos los estados y territorios.Foto Roberto García Ortiz
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l tema de hoy, una instantánea al primer hogar chilango de un joven provinciano, quien, a esas fechas (mitad del siglo pasado), era un tozudo, obseso demandante de la revalidación de sus documentos escolares, emitidos por el Ateneo Fuente, venerable preparatoria saltillense que, sin demeritarla, considero que grabó las bases de mi posterior vocación por ser lo más cercano posible a “un mexicano de bien”.

La Universidad Nacional Autónoma de México era en ese entonces más nacional que autónoma. El acrónimo que todos conocemos hubiera sido más certero escrito con la A minúscula (UNaM). Algunos me dirán: ¿Y cuándo creció la A?, pero sería una larga y enjundiosa discusión para este día, en que me concreto a exponer un hecho irrebatible.

¿Por qué la universidad de los años 50 era plenamente merecedora del adjetivo “nacional”?, pues simplemente porque su población estudiantil contaba con jóvenes originarios de todos los estados y territorios que constituían la Federación mexicana.

CU era una torre de Babel en la que se hablaban todos los dialectos imaginables y, sin embargo, tanto parlantes como oyentes se entendían. Si el idioma no era problema, tampoco la complexión física, el color de la epidermis o los rasgos corporales. Menos aún el vestuario, el calzado: sandalias, tenis, botas vaqueras causaban el interés de quienes calzaban diferente y, en ocasiones, los que tenían “con qué” encargaban botas de tacón a los norteños.

Por supuesto, también se daban enfrentamientos individuales o de grupo, pero nunca vi a alguien sacar un arma blanca (o de otro color). Tampoco patear a un caído o denunciar a un rival ganador. De estas reyertas surgieron hasta buenas amistades.

De la autonomía no se oía hablar sino en tiempos de cambio de autoridades (directores o rector). Todo candidato que no contaba con el apoyo oficial dentro la universidad, o en la cúspide del gobierno nacional, exigía que la sucesión respectiva tomara en cuenta la opinión de estudiantes, profesores y personal administrativo y de servicio.

La autonomía, palabra que en la universidad nunca se explicaba o simplemente se mencionaba, en esta época era una constante cantaleta. Surgían mantas y carteles: “La UNAM es de todos. El voto también. ¡Viva la autonomía!” Y entre dientes: “Lo que hicieron en Córdoba, ahora lo haremos mejor nosotros. Esos cabrones veracruzanos no pueden superarnos”. ¡¿Quién les iba explicar que Córdoba era Argentina y no Veracruz?! Y todavía más, cuando se hablaba de la batalla que, por razones semejantes, se había librado en nuestro país, y que el 29 de mayo había conseguido del presidente Portes Gil el reconocimiento de la autonomía de la universidad nacional, no era de todos, ni siquiera de los maestros, plenamente entendible.

Una vez más el espacio no me permite terminar la breve reseña de la universidad de aquellos ayeres, ni describir nuestro tugurio en el que estábamos tan orgullosos por haber comenzado a conocer el mundo. Necio, como he sido, insistiré sobre el tema el próximo lunes.

Ahora sólo quiero compartir el gusto de haber tratado a un contemporáneo de excepción: Rodrigo Moya. Fue, creo, un viernes en extremo lluvioso, en la estación ferroviaria de Buenavista; yo acababa de echarme un solidario e incendiario discurso desde la chimenea de una locomotora y dos garrudos rieleros trataban de bajarme. Desde allí vi que unos obreros tenían detenido a un joven fotógrafo, al que le exigían la acreditación que él no tenía… De nueva cuenta mi impericia me pone en conflicto. Prometo que no sólo acabaré mis relatos, sino que trataré de eliminar de ellos el verbo continuaré.

@ortiztejeda