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Escuchar a los muertos
L

a asamblea de los muertos, los caídos en la lucha, dialoga con los zapatistas vivos. El intercambio fue representado en la primera obra de teatro del Encuentro de Rebeldías y Resistencias “Algunas partes del todo”, en el semillero de Morelia desde el 2 hasta el 16 de agosto.

Los muertos explican a los combatientes actuales que en la historia de las revoluciones y las luchas siempre se reproduce la pirámide, siempre quedan algunos allá arriba. Y les piden que no repitan sus errores porque, si lo hacen, va a volver a quedar la pirámide y con ella las mismas opresiones contra las que se levantaron. Así de simple es la historia del siglo XX mirada desde abajo.

La cultura política zapatista supone cambios de fondo respecto a lo que hemos aprendido y reproducido las generaciones de rebeldes, hasta ahora. No se trata de cambios menores, de estilo o de palabras, sino una radical y profunda transformación que pasa por la crítica y la autocrítica, para desembocar en una nueva forma de ver y de hacer. Si tomamos todos y cada uno de los temas que hacen a la lucha revolucionaria, podremos comprender la profundidad de los contrastes entre el zapatismo y la vieja cultura política de las izquierdas.

En la década de 1970, uno de los lemas que nos impulsaba rezaba: “Ser como el Che”. Por un lado, apelaba a una ética del compromiso militante, de poner el cuerpo y dar la vida si es necesario, lo que me sigue resultado válido. Por otro, llamaba a seguir sus pasos, lo que ya me parece problemático porque se propone un camino sin haber hecho un balance autocrítico.

Desde 1994, el EZLN se propuso recorrer un camino propio, diseñado por los pueblos organizados y no por la vanguardia, a la que muy pronto le quitaron el protagonismo, quizá al colocar al CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) al timón de mando. El lema “mandar obedeciendo” implica una ruptura completa con los modos vanguardistas que sólo obedecen a lo que decide la dirección de la vanguardia, o sea varones, blancos o mestizos, formados en universidades, bien hablados y poco o nada dispuestos a escuchar a los pueblos.

Una revolución en la lucha. Pero tan otra, tan diferente, que muchos militantes no tienen capacidad y voluntad de comprenderla, de aceptar que las cosas no deben ser como fueron antes. Por más que el EZLN se empeña en explicar que son un movimiento diferente, no resulta sencillo para quienes siguen comprometidos con la vieja cultura política, comprender de qué se trata la propuesta y las formas de hacer zapatistas.

Una primera cuestión remite a ese diálogo entre los muertos y los vivos, que se resume en la pirámide y en la necesidad de destruirla o derribarla, no en invertirla como señaló el capitán Marcos en uno de los comunicados recientes.

Una segunda cuestión son los conceptos de triunfo y derrota, por poner apenas un ejemplo. Para la vieja cultura, el triunfo es la toma del poder, o en la versión electoral, la llegada al Palacio de Gobierno.

Se trata de juntar muchas personas, a las que denominan “masas”, inertes por tanto, imantadas por el jefe o caudillo de turno, al que deben seguir sin más. Para triunfar no sólo hace falta ser muchos, sino unidad y homogeneizar las propias filas para poder ser dirigidas por arriba de la pirámide.

En esta cultura, la pirámide no sólo es necesaria, sino que se convierte en el centro, y eso se resume en quién está allá arriba, en tal o cual nombre. Puede ser un Evo Morales o un quien sea, que cuando ya no está, todo se viene abajo porque ha chupado la energía colectiva, desorganizando a los pueblos que todo lo colocan fuera de sí mismos, en el mandamás o caudillo de turno.

Para los pueblos, el triunfo, la ganancia, es seguir siendo pueblos. Algo que no pasa por entrar al palacio, por la toma del poder de los otros, que no tiene la menor utilidad y que debilita a los pueblos. Se trata de construir lo propio, salud, educación, poder o como le llamemos a ese modo de tomar decisiones y de hacerlas cumplir.

En tercer lugar, el diálogo con los muertos supone un balance de las revoluciones pasadas. Todas ellas comenzaron con la crisis de los estados-nación y todas los volvieron más fuertes, más potentes, mientras sus sociedades se hicieron más frágiles y dependientes. En suma, más pirámides, más altas, más impresionantes. Esta es la triste realidad de todas las revoluciones, más allá de que también trajeron cosas positivas para los pueblos.

Hay mucho más que se resume en los siete principios zapatistas. La cultura de la vanguardia es muy similar a la de la izquierda electoral: consiste en tomar el poder. Por eso, han pasado con tanta facilidad de la guerrilla a las elecciones. El zapatismo supone algo diferente. Rechazan la homogeneidad como un intento de dominación fascista; la unidad porque se hace bajo la jefatura de alguien, individual o colectivo. Nada más y nada menos.