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TOROS
Ť Se retiró, al fin, Eloy Cavazos, bajo un diluvio
de orejas malhabidas
Jorge Gutiérrez y el juez Manuel Gameros indultaron
a un manso
Ť Una decisión que deshonra la historia de la Plaza
México Ť Apoteosis prefabricada
LUMBRERA CHICO
Era nobilísimo. Embestía con la entrañable
docilidad de un perro. No tiraba una cornada ni por instinto. Repetía
una y otra y otra vez, con la más suave de las cadencias. Iba de
aquí hasta allá y regresaba feliz al llamado de su amo, porque
era un manso perdido que salió rebrincando de la suerte de varas
al tomar el primer y único puyazo, y se la pasó rascando
la arena antes de acometer, a cada cite, como un lebrel. Y no obstante,
fue indultado por el juez Manuel Gameros, que de este modo inscribió
su nombre en la historia de la ignominia, a petición de un tramposo
de siete suelas llamado Jorge Gutiérrez y por la exigencia unánime
de un público de rancho.
Cosas
de la vida: para despedirse de la Monumental Plaza Muerta (antes México),
Eloy Cavazos trajo consigo a una muchedumbre ignorante y autocomplacida,
acostumbrada a ver sus ridículas hazañas ratoneras, pero
el monstruo de treinta mil cabezas, aún cuando se conmovió
hasta el tuétano con las dos vomitivas faenas del Pequeño
Gigante de Monterrey, esta vez fue sorprendido por la astucia de Gutiérrez
y consumó uno de los atracos más deshonrosos de todos los
tiempos en contra de la fiesta brava.
Casi nadie percibió las colosales dimensiones de
la estafa, porque la octava corrida de la temporada menos chica 2001-¿2002?,
fue de principio a fin una feria de orejas malhabidas: Cavazos, por mandato
de sus fans, y con la venia de un juez tan indecente, cortó
tres orejas de lástima; una a su primer enemigo, Tabaquero, castaño
de 470 kilos, y otras dos a Elegido, negro zaino y cornigacho, de
511, al que se dedicó a pegarle varias tandas de mantazos, antes
de asesinarlo de una estocada pescuecera, de efectos inmediatos, entre
llantos y Golondrinas, para ascender a las nubes de una apoteosis
prefabricada que elevó al éxtasis a sus incontables chayoteros.
Gutiérrez no había estado nada mal ante
Pazguato, otro castaño de 490, al que toreó desmayando
los brazos con el capote, y marcándole los tres tiempos con la muleta,
en pases muy breves, dada la debilidad del animal, pero ligados con eficiencia
y logrando proyectar por momentos una honda y pausada belleza. El bicho
también había sido cobarde ante el caballo, pero Gameros
le otorgó el arrastre lento y las dos orejas a Gutiérrez,
a pesar de que éste lo pinchó al primer viaje y lo liquidó
de estocada desprendida al siguiente.
Pero el público había pagado para aplaudir
y divertirse a toda costa, y nadie, nunca, en ningún momento, protestó
la inmerecida concesión de tantos trofeos. Al contrario, la abundancia
de apéndices rebanados, el arrastre lento y el indulto inverecundo
convirtieron la grotesca pachanga en un supuesto "corridón de época".
El Zotoluco, solo y su alma
¿Qué hacía Eulalio López El
Zotoluco, en medio de ese elenco de timadores y payasos, al que Rafael
Herrerías agregó la participación de un rejoneador
español protegido inútilmente por Ponce? Nadie podía
saberlo a ciencia cierta, pero el diestro capitalino, consagrado por sus
recientes y sonados triunfos en Iberia, salió a bañar a sus
alternantes y recibió de hinojos y en tablas a sus dos toretes,
para jugarse la vida en los giros de la chicuelina, y celebrar la burla
de la muerte en sus festivas revoleras.
Con Prestigios, el tercer castaño de la
tarde, de esmirriados 470 kilos, estuvo poderoso y dominador, pero de ningún
modo artista. Si no lo hubiera pinchado cuatro veces y matado de un bajonazo
criminal después de oír un aviso, se habría llevado
otras dos orejas. En cambio nada pudo ante Pendolito, un cárdeno
de 481, último del encierro de Julio Delgado, que fue el único
bravo al caballo, pero se quedó parado y lanzando puñaladas
en el tercio final.
La buena noticia, sin lugar a dudas, es que Eloy Cavazos
se ha ido de la fiesta a los 52 años, pleno de salud física,
pero destruido artísticamente por la avidez comercial que nos obligó
a verlo repetir sus molinetes ratoneros a lo largo de tres décadas
y media que ayer, felizmente, llegaron a su fin, dejando como una herencia
un público de masas acostumbrado a encomiar la basura de su tauromaquia.
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