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MEDIO ORIENTE: LA HORA DE LA ONU
El
discurso pacificador que el presidente de la Autoridad Nacional Palestina
(ANP), Yasser Arafat, dirigió ayer a los sectores terroristas del
fundamentalismo islámico palestino, responsables de los cruentos
atentados que han dejado, en las últimas semanas, cuatro decenas
de muertos israelíes, difícilmente podrá detener la
creciente violencia entre ambos bandos. El líder histórico
de Al Fatah y de la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP) parece cada vez más acorralado entre los extremismos integristas
y la ceguera de Israel, que, mientras por una parte le exigía la
detención de los terroristas, por la otra bombardeaba las instalaciones
de la policía palestina -es decir, la única entidad que habría
podido capturarlos-, y a la postre ha decidido prescindir de él
como interlocutor. Tampoco detendrá la violencia, por supuesto,
la actitud del gobierno de Tel Aviv, cuyo primer ministro, Ariel Sharon,
está obviamente más preocupado en atizar y ahondar el conflicto
que en buscarle soluciones pacíficas.
Washington, en el momento actual, no está en condiciones de erigirse
en factor de paz, dado que, a ojos del gobierno de George W. Bush, los
integristas palestinos tienen y tendrán la culpa de todo. La Casa
Blanca, el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional de
Estados Unidos están dispuestos a cerrar los ojos al terrorismo
de Estado que practica Sharon en las localidades de Gaza y Cisjordania
-donde las bombas que arrojan los helicópteros y aviones israelíes
son tan poco selectivas como las que se adhieren al cuerpo los terroristas
islámicos, aunque mucho más devastadoras- y a acompañar
a sus aliados de Tel Aviv hasta los pasos finales de la barbarie. Como
prueba de esta parcialidad, el representante estadunidense ante el Consejo
de Seguridad de la ONU vetó anteayer una resolución -que
obtuvo 12 votos a favor, dos abstenciones y el voto en contra de Washington-
que establecía el despliegue de observadores en los territorios
israelí y palestino, a fin de ayudar a reducir las confrontaciones.
Hoy, la mayoría de la comunidad internacional reclama el envío
de observadores para detener los atentados terroristas del integrismo y
las represalias criminales de Israel contra el conjunto de la población
palestina. Estados Unidos rechaza esa demanda porque sabe que una misión
internacional se percataría de la responsabilidad de Tel Aviv en
la actual escalada y demandaría el fortalecimiento de la ANP como
única manera sensata de detener la violencia.
Pero, en la medida en que Israel y Estados Unidos siguen empeñándose
en recurrir al terror de Estado para combatir el terrorismo de la exasperación
palestina, y en rechazar el envío de observadores, se acerca el
momento en que será inevitable el despacho de una fuerza internacional
de pacificación, y la aplicación, manu militari, de las resoluciones
242 y 338 de la propia ONU, relativas al cese de la ocupación israelí
de Gaza y Cisjordania -ocupación que se reinstala, cada tercer día,
a capricho de los estrategas israelíes- y a la administración
internacional de Jerusalén, ciudad que israelíes y palestinos
reclaman como su respectiva capital nacional.
Cabe esperar que no sean demasiadas las muertes adicionales, de ambos
lados, que el mundo deba presenciar antes de decidirse a intervenir -como
se hizo ante la invasión iraquí de Kuwait y ante las atrocidades
de Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia-, en las martirizadas tierras
bíblicas.
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