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Ť De los congresos indígenas al recinto
de San Lázaro, continúa la resistencia
Revuelta zapatista, ocho años; las causas, vigentes
Ť Cientos de indios han sido asesinados por policías,
soldados o paramilitares; otros, sin techo
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
San Cristobal de las Casas, Chis., 30 de diciembre.
Silenciosos, embozados y armados, a medianoche entraban los zapatistas
a esta ciudad en el valle de Jovel (Altos de Chiapas), ocupaban el palacio
de gobierno y hacían oír un "ya basta", que pasan los años
y sigue sonando en las frecuencias de México y no pocas partes del
mundo.
En el primer amanecer de 1994 una atónita y fría
plaza de San Cristóbal escuchó en los altavoces a los indígenas,
que de pronto hablaron: "Compañeros, en estos momentos vamos a dar
a conocer al pueblo de México la declaración de guerra que
explica los motivos de nuestra lucha: la Declaración de la Selva
Lacandona. Hoy decimos basta."
Dos puntos y seguido. Tan seguido, que han desfilado tres
presidentes de la República, cinco gobernadores, siete enviados
presidenciales para el diálogo, tres obispos católicos de
la diócesis indígena de Chiapas, decenas de miles de elementos
de las fuerzas armadas, todas las corporaciones policiacas y los servicios
de inteligencia del país y de muchos de otras partes. Han circulado
miles de millones de pesos para la logística de guerra y la compra
de lealtades.
Tan seguidos los puntos de la insurgencia chiapaneca,
que cientos de indígenas han sido asesinados por policías,
soldados y paramilitares; miles de familias han perdido sus hogares y sus
pueblos, y las tierras mayas del sureste mexicano aparecen ya en los mapas
del exilio criminal, esa epidemia que corroe al mundo moderno. El gobierno
federal firmó con los "inconformados" en 1997 unos acuerdos de San
Andrés que pasan los años y no se cumplen.
Siguen en pie el reclamo y los pueblos demandantes. El
"ya basta" del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
ha sido apropiado por millones de mexicanos, indígenas y no. Al
comenzar 2002, los indígenas zapatistas mantienen en funciones 39
municipios autónomos, en rebeldía y en resistencia.
En ocho años de existencia pública, los
comandantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena
y las bases de apoyo han recorridos tres veces el país. Su comandancia
general ha difundido cinco declaraciones de la selva Lacandona y centenares
de comunicados. Los zapatistas han hablado, se han callado, han vuelto
a hablar y se han vuelto a callar.
Pocas historias del fin de siglo mexicano han sido contadas
más veces, y ciertamente ninguna en tantos idiomas distintos. La
más particular, local y pequeña de todas ("tres o cuatro
municipios de Chiapas", minimizaba en 1994 el presidente Carlos Salinas
ante los inversionistas "apanicados") se volvió ejemplo de los movimientos
populares, y piedra de toque de la resistencia contra la globalización
neoliberal, que cada día se pone más despótica.
"Para todos, todo"
Fenómeno editorial, musical, organizativo y plástico,
el discurso y la historias de la vida real vividas por las comunidades
tzotziles, tzeltales, choles, mames, tojolabales y zoques han estimulado
el imaginario político de México y han generado un movimiento
social y cultural en las 32 entidades de la República, en torno
de consignas muy atípicas: "Para todos, todo; nada para nosotros",
"No luchamos por el poder", "Por un mundo donde quepan muchos mundos".
Con su impulso se fundó el Congreso Nacional Indígena,
la primera representación india independiente de alcance nacional
en la historia. Y el CNI acuñó otra frase en la conciencia
racista, olvidadiza y clasista de la sociedad mexicana mayoritaria:
"Nunca más un México sin nosotros".
Hay quienes sí cumplen su palabra
Al declarar la guerra al gobierno del entonces presidente
Carlos Salinas de Gortari, el 1º de enero de 1994, los zapatistas
anunciaron que marcharían sobre la capital de la República,
y muchos se rieron de ellos. Dijeron: "qué bárbaros, antes
digan que les perdonaron la vida".
El 11 de marzo de 2001 entraron a la Plaza de la Constitución
de la ciudad de México 23 comandantes del EZLN y el subcomandante
Marcos. Una de las mayores concentraciones humanas de que se tiene
memoria los acompañó desde Xochimilco y atiborró como
nunca el Zócalo para escucharlos. Y ya nadie se rió.
Procedentes del tercer Congreso Nacional Indígena,
en Nurio, Michoacán, con ellos entraron a la capital miles de indígenas
de casi todo el país: la "caravana de la dignidad", la "marcha del
color de la tierra". Y el 28 de marzo, contra la opinión de todas
las derechas partidarias, que no alcanzaron a detenerlos, los comandantes
indígenas zapatistas y los representantes del CNI hablaron ante
el Congreso de la Unión. La nación entera se sobrecogió
cuando la comandanta Esther proclamó allí: "por mi
voz habla la voz de millones de indígenas de todo el país".
Nadie dudó de su legitimidad cuando dijo: "La
ley necesita unir su hora a la de los pueblos indios". La incorporación
a la Constitución de los derechos y la cultura indígenas
tuvo que ser aceptada hasta por la ultraderecha legislativa. (La misma
que se encargó de que la legislación aprobada en la segunda
mitad de 2001 no cumpliera con lo mínimo de los acuerdos de San
Andrés, según la propuesta de la Comisión de Concordia
y Pacificación).
Hace ocho años anunciaron que marcharían
sobre la ciudad de México. El 2 de diciembre de 2000 dijeron que
irían a hacerse escuchar en el Congreso de la Unión. Cumplieron
su palabra, de un modo que en 1994 era impensable, pues su entrada en 2001
fue pacífica, y por una nueva legalidad, la pluralidad y la tolerancia.
Sin embargo, las causas que provocaron la insurreción
zapatista permanecen sin resolverse. La militarización y paramilitarización
de las comunidades es abrumadora. Decenas de miles de soldados y el mayor
arsenal del país siguen, hoy, apuntándoles sus armas a las
localidades rebeldes.
Tres gobiernos después, la respuesta del Estado
es la misma: incumplimiento de acuerdos, guerra de baja intensidad, enésima
intención de olvido. Ocho años después, la herida
histórica de los pueblos indígenas mexicanos sigue viva.
Este 2001 comenzó con la movilización previa
a la caravana zapatista, que mantuvo en vilo al nuevo gobierno foxista.
Y termina con la afirmación de las autonomías municipales
indígenas en todo el territorio indio de Chiapas. El nivel de autogobierno
comunitario que la legislación parida en el Congreso niega aún,
las comunidades rebeldes llevan ocho años ejerciéndolo. Esa
es la clave de su resistencia (vulgo "aguante").
De todos los acontecimientos (caravanas solidarias, visitas
legislativas y pastorales, encuentros y desencuentros), lo más memorable
ha sido siempre las movilizaciones de las propias bases de apoyo del EZLN,
y la resistencia sin tregua de las comunidades.
Una lluvia de imágenes: el cordón indígena
en torno a la sede de los diálogos en San Andrés, de noche,
bajo una lluvia helada, días y más días entre abril
de 1995 y febrero de 1996. Ateridos, pero solidarios, miles de indígenas
resguardaron hasta el límite físico a las sucesivas delegaciones
del CCRI para encontrarse con los enviados del gobierno, mediante el obispo
Samuel Ruiz García y la Coani, con la "coadyuvancia" de la Cocopa,
comisíon legislativa creada por la ley de diálogo. Esto permitió
que hablaran los comandantes David, Tacho y Zebedeo
con el gobierno, la sociedad civil de México y los pueblos del mundo.
El plantón de 14 meses en lo más recóndito
de la selva Lacandona, día y noche, de centenares de indígenas
frente a un campamento militar de grandes dimensiones. En Amador Hernández,
en medio de la nada, diariamente marchaban hombres, mujeres y niños
de rostro cubierto, exigiendo el retiro de esa base de operaciones avanzadas
del Ejército federal. Allí dormían, en medio de la
nada. Allí comían. Finalmente, el gobierno de Vicente Fox
ordenó el retiro de las tropas en esa comunidad.
Las mujeres refugiadas en X'oyep, deteniendo con las manos
a los soldados, después de la masacre de Acteal. Las mujeres del
ejido Morelia, La Realidad, San Antonio el Brillante, saliendo al paso
de las tropas para impedirles ocupar sus pueblos.
La población tojolabal de Guadalupe Tepeyac construyendo
el primer Aguascalientes, luego huyendo a la montaña el 9
de febrero de 1995 y edificando un pueblo en el exilio, y posteriormente
redificando ahora su pueblo recobrado.
O bien miles de mujeres zapatistas entrando a San Cristóbal
de las Casas un 8 de marzo, en una concentración por los derechos
de la mujer más importante del fin de siglo. Las sucesivas "tomas"
pacíficas de esta ciudad por millares de civiles zapatistas diciendo
una y otra vez lo que dicen de por sí.
O más famosas, las imágenes de los mil 111
en la ciudad de México en septiembre de 1997. O los 5 mil delegados
zapatistas que en marzo de 1999 recorrieron toda la República para
la consulta contra la guerra de exterminio, que atrajeron la participación
de 3 millones de personas.
O, en fin, las más cotidianas de la vida en autonomía
y resistencia en Moisés Gandhi, Oventic, Francisco Gómez,
Roberto Barrios, Patria Nueva, San José del Río, La Realidad,
en los municipios autónomos San Juan de la Libertad, Ricardo Flores
Magón, 17 de Noviembre, Tierra y Libertad; los campamentos de refugiados
en resistencia ?es decir en pie de lucha? en Polhó, San Rafael,
Nueva Revolución, Acteal.
La historia en acción
Se han vivido circunstancias inéditas a lo largo
del proceso insurreccional chiapaneco. Un año después del
alzamiento, Amado Avendaño tomaba posesión en la plaza central
de Tuxtla Gutiérrez como el primer gobernador en rebeldía
del México posrevolucionario, apoyado por el EZLN y todas las organizaciones
independientes de Chiapas.
Ya habían pasado, y fracasado, las negociaciones
de paz con el gobierno salinista en la catedral de San Cristóbal,
en febrero y marzo. Ya se había efectuado un formidable happening
de la izquierda mexicana realmente existente: la Convención Nacional
Democrática, en el Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac. La
referencia a la Convención de Aguacalientes en 1914 era,
una vez más, deliberada. Los maderistas, villistas, carrancistas
están en los libros de historia. Los zapatistas, en las montañas
de Chiapas. Eso lo saben hasta los turistas.
Con un aliento utópico a todo trapo, el ejército
campesino que había echado a perder el ingreso glorioso de México
al primer mundo invitó a navegar en una nave hecha de cerros a las
fuerzas progresistas, y propició un desnudamiento de sus incompatibilidades
grupusculares casi igual que la tormenta tropical que la noche del 9 de
agosto revolcó a todos en el lodo de Fitzcarraldo. También
los fracasos escriben la historia.
El 12 de enero de 1994 el Zócalo y otras plazas
del país se habían llenado de gente que exigía detener
la guerra. El gobierno y los insurrectos obedecieron aquel mandato. El
8 de febrero de 1995 el presidente Ernesto Zedillo, desobedeciendo, ordenó
el ataque militar a los zapatistas y "desenmascaró" personalmente
al subcomandante Marcos ante las cámaras de televisión.
El día 11, el Zócalo se colmó de
gente que exigía detener la guerra y proclamaba "todos somos Marcos",
mentís a la gesticulación presidencial, y nuevo respaldo
a los indígenas rebeldes. En una semana el Zócalo se llenó
a tope dos veces más. El Congreso de la Unión debió
emitir una ley para el diálogo y la reconciliación, que sigue
vigente.
Dos meses atrás, el 19 de diciembre de 1994, el
EZLN había anunciado la creación de 38 municipios rebeldes
mediante la que es, hasta ahora, su última acción ofensiva
militar, si bien no dispararon un solo tiro. Al otro día, el peso
se hundió en una grave crisis económica y el presidente Zedillo
culpó a los "insignificantes" indígenas de un rincón
olvidado de la patria, de lo que resultó ser el principio del fin
del régimen priísta. De principio a fin, su sexenio estuvo
marcado por el conflicto de Chiapas, que nunca resolvió.
Zedillo cometió el primero de sus errores al traicionar
las negociaciones con el EZLN, que había "fintado" en enero de 1995
a través de su secretario de Gobernación. Cabe mencionar
que durante el conflicto chiapaneco, el gobierno zedillista quemó,
entre otras cosas, tres secretarios de Gobernación (en el gobierno
salinista habían sido dos). En su momento, cada uno de ellos pensó
llegar a ser presidente de la República.
El segundo error zedillista sería "cancelar" el
cumplimiento de los acuerdos firmados con el EZLN después de un
año de negociaciones en San Andrés. Y sus consecuencias:
la masacre de Acteal, las matanzas de Unión Progreso y Chavajeval,
la violencia paramilitar en Tila, Sabanilla y Salto de Agua. Muchos, muchos
civiles muertos.
El impacto zapatista hizo cimbrar la puertas del Vaticano.
El obispo Samuel Ruiz García y la llamada Teología de la
Liberación entraron en crisis con la autoridad papal y las obsesiones
autoritarias de la cancillería mexicana y la Secretaría de
Gobernación. Acompañante del proceso, mediador de paz, el
tatic Samuel fue otro actor incómodo para el poder. Su diócesis,
escenario de la revuelta zapatista, fue acusada por las capillas intelectuales
cercanas al Estado como cuna y promotora de la violencia.
La convocatoria de los nadie
Fiestas memorables: el Encuentro Intergaláctico,
apócope del primer Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo
y por la Humanidad en julio de 1996. Miles de visitantes de todo el mundo,
intelectuales europeos y mexicanos, ex dirigentes guerrilleros latinoamericanos,
miembros de luchas de liberación nacional y resistencia, feministas,
grupos homosexuales, bandas de rock, sociedad civil de varios colores.
Una probadita de la solidaridad internacional y el interés transglobal
despertado por el zapatismo mexicano. Concentración pionera de la
revuelta antiglobal de Seattle a Génova en el albor del siglo XXI,
que se reditaría en el Estado español en 1998.
Poco antes (en la Semana Santa de 1996) se había
celebrado el Encuentro Continental, en La Realidad. Una gran fiesta, y
el momento más latinoamericano del zapatismo, que no es en Centro
y Sudamérica donde ha sido más comprendido; de alguna manera,
esta guerrilla (que por comodidad muchos llaman "posmoderna") choca con
las tradiciones revolucionarias de Guatemala a Tierra del Fuego.
Visitantes a montón durante los ocho años
DZ (después de los zapatistas), anónimos y distinguidos.
De los primeros, miles, y justamente innombrables: de México, Italia,
Cataluña, Francia, País Vasco, Alemania, Estados Unidos,
Canadá, Japón, Turquía, Argentina, Chile, Grecia,
Suiza, Dinamarca, Suecia, Brasil, Nicaragua. De los segundos: José
Saramago, Danielle Mitterrand, Oliver Stone, Susan Sontag, Manu Chao, Zack
de la Rocha, Edward James Olmos.
Fenómeno visual, teatral se ha dicho, el zapatismo
armado y desarmado, tras paliacates y pasamontañas, devino en icono
del cambio de siglo. La revuelta y la resistencia han sido una escuela
de fotógrafos nuevos, y un paso inevitable para los consagrados
como Abbas, Sebastiao Salgado, Graciela Iturbide.
Un reto ideológico, ético e intelectual
al que han respondido Eduardo Galeano, Yvonne Le Bot, Régis Debray,
Ignacio Ramonet, Juan Gelman, Pablo González Casanova, Carlos Monsiváis,
Noam Chomsky, Manuel Vázquez Montalbán, Alain Touraine, Bernard
Cassen. Y para llevar la contraria, también lo que va de Octavio
Paz a Rossana Rossanda.
Los zapatistas han sostenido un diálogo apasionado,
si bien intermitente, con Refundazione Comunista de Italia, los Sin Tierra
de Brasil, grupos anarquistas de California, Barcelona y Neza, y el cardenismo
perredista. Una interlocución diversa con grupos de solidaridad
en todo México, Estados Unidos y Europa, que de la lucha zapatista
armaron organizaciones, movilizaciones o nuevas armas intelectuales para
sus luchas propias.
Los grupos y solistas de rock afines al zapatismo se cuentan
a puñados en México, Estados Unidos, Europa, Sudamérica:
Rage Against The Machine, Negu Gorriak, Santa Sabina, Hechos contra el
Decoro, 99 Posse, Mano Negra, Joaquín Sabina, Fito Páez,
Pedro Guerra, Aztán Underground, Ozomatli, Indigo Girls y un etcétera
que mejor aquí lo dejamos. Cantores de la vieja guardia folk revolucionaria:
Mercedes Sosa, León Gieco, Oscar Chávez, Daniel Viglietti,
René Villanueva.
La discografía y las figuraciones musicales que
ha inspirado el zapatismo mexicano van en relación directa al valor
universal que alcanzaron (con su rebelión, sus palabras, su mera
estampa) los más pequeños, los mayas de siempre, desde el
último rincón de la patria.
Ir y venir de páginas y palabras
La bibliografía del tema neozapatista es incontable;
también la videofilmografía. Millares de páginas de
internet nos contemplan. Reporteras por la libre como Alma Guillermoprieto
y Giomar Rovira han llevado registros fieles, lo mismo que escritores-periodistas
como John Ross, Pino Cacucci, Jaime Avilés. (Ross, por cierto, publicó
este año el primer recuento completo del zapatismo de 1994 a 2000:
The war against oblivion, Common Courasge Press, Monroe, EU, 2001. Esta
nota se benefició de su crónica y su cronología, por
lo cual aquí se le menciona).
Al calor de zapatismo han asediado a Marcos con
sus preguntas Julio Scherer, Elena Poniatowska, Carmen Lira, Gabriel García
Márquez, Pierluigi Sullo, Larry King, Vicente Leñero, Ricardo
Rocha, Andrés Oppenheimer. Han puesto al horno sus palabras poetas
como Javier Sicilia, Juan Bañuelos, Oscar Oliva, el estadunidense
Simon Ortiz. Han echado lente cineastas y videoastas como Sol Landau, Netty
Wild, Gianni Miná, Carmen Castillo, Patrick Grandperret, Fernando
León Abaroa, Jorge Fons. Desde sus rincones a sol y a sombra han
enviado señales de humo Mumia Abú Jamal, John Berger, Leonard
Peltier, Dario Fo, Howard Zinn, Manuel Vicent.
Proliferación de revistas académicas y de
combate, panfletos. Y en particular, una galaxia posterior a Gutenberg
de páginas de internet que conviertieron al zapatismo en la primera
revuelta universalizada por la red. "La primera guerrilla del siglo XXI",
dijera Carlos Fuentes. "Una guerra de papel e internet", como creyó
desactivarla de un manotazo un secretario de Estado priísta cuyo
nombre se ha desvanecido en el tiempo. La "guerrilla cibernética"
de una organización de pueblos indios sin teléfono ni electricidad,
pero con simpatías y respaldo en sectores conectados a las luchas
sociales.
Sin embargo, de todos el fenómeno más significativo
lo constituye el propio mensaje zapatista. Los comunicados, declaraciones,
cartas y denuncias del CCRI, del subcomandante Marcos y de los concejos
municipales autónomos, traducidos a las principales lenguas (en
ocasiones de un día para otro), han viajado a velocidad cibernética
y radican en ediciones piratas y comerciales, donde destaca la recopilación
de comunicados en tres tomos de Ediciones Era, así como decenas
de recolecciones y antologías en castellano, inglés, italiano,
francés, alemán, portugués, turco, catalán,
japonés, danés.
Posiblemente ningún escritor mexicano contemporáneo
ha sido más leído (e imitado, bien o mal) en el mundo que
el subcomandante Marcos, cuyos Cuentos del viejo Antonio
y sus cartas han animado respectivamente la narrativa indígena y
el género epistolar que parecía en extinción.
Esto, por no hablar del fenómeno mediático
del vocero y jefe militar del EZLN, imagen y voz que disputó presencia
al hasta entonces invicto Carlos Salinas, al malhadado candidato Luis Donaldo
Colosio, al bateador emergente Ernesto Zedillo, al triunfante y muy mediático
presidente del cambio Vicente Fox. Entrevistar al sub se convirtió
en un subgénero periodístico de cuya atracción no
se libraron Miguel Angel Granados Chapa, Ponchito, Guadalupe Loaeza,
Javier Solórzano, Carmen Aristegui, Virgilio Caballero, Elena Gallegos,
Marco Lara Klahr.
Lo que cambió y lo que no
Ya no gobierna el PRI ni en el país ni en Chiapas.
Vicente Fox y Pablo Salazar Mendiguchía ganaron las elecciones de
2000 comprometidos con el cambio, mas no han desactivado la guerra regular
latente ni la guerra irregular en curso. No han resuelto las demandas de
los zapatistas, que ya son las de los indígenas de todo México.
En 1998, bajo el gobierno del interino Roberto Albores,
la defensa de la autonomía costó muertes, cárcel y
exilio a muchas comunidades zapatistas. La corrupción criminal que
recorrió los interinatos de Julio César Ruiz Ferro y su mencionado
interino respectivo sigue mostrando sus efectos (¿secuela o persistencia?)
en la zona norte, los Altos, la selva y la frontera con Guatemala. Los
grupos paramilitares permanecen intactos, y sus bien documentados crímenes,
impunes.
Después de ocho años, la revuelta zapatista
conserva la vigencia con carácter urgente del 94. No obstante, los
nuevos gobiernos no han detenido la guerra. Los legisladores no han obedecido
el reclamo indígena, que se hace oír como nadie más
en el México del nuevo siglo. Desde la experiencia de los pueblos
indios, el país no ha cambiado. Aunque habría que reconocer
que sí ha cambiado en los últimos años, pero es en
buena medida gracias al resurgimiento de los pueblos indíenas y
a la claridad de sus demandas.
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