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Iván Restrepo
Mal año ambiental para América Latina
Si la crisis económica (algunos la disfrazan con
el nombre de recesión) fue una constante en los países del
continente durante el año que hoy concluye, no lo ha sido menos
la de tipo ambiental. Todos los reportes oficiales y de las organizaciones
internacionales, los estudios de centros de investigación y de grupos
no gubernamentales, señalan que nuestros países comienzan
mañana un año con serios déficit en recursos naturales
que son básicos para las actividades económicas y cubrir
las necesidades de la población. Se trata de una herencia negativa
que aumenta con el paso de los días sin que las medidas tomadas
en el ámbito oficial para hacerla menos pesada surtan los efectos
prometidos.
Entre los problemas más importantes que dan forma
a esa crisis destaca la manera irresponsable como los gobiernos y la sociedad
en su conjunto manejan el agua. No solamente se trata de que las fuentes
primarias y los sistemas de captación de dicho recurso no se encuentran
suficientemente protegidos de la devastación humana, sino que las
cuencas hidrográficas de todo el continente padecen una elevada
contaminación; que existe un mal uso del líquido en el campo
y en las ciudades por parte de la agricultura, la industria y los servicios,
mientras la población desperdicia el agua potable que le llega a
través de sistemas de distribución que muestran su obsolescencia
lo mismo en las megaciudades (Sao Paulo, Buenos Aires, Río de Janeiro,
Bogotá, Lima y México) que en las de tamaño medio.
Directamente relacionada con la crisis del agua se encuentra
la deforestación, asunto en el cual sobresalen Brasil, México,
Colombia y los países centroamericanos. Los dos primeros encabezan
a escala mundial la nada honrosa lista de destrucción de bosques
y selvas. Todos los informes señalan los serios desajustes climáticos
que ya se tienen por este motivo, así como otros efectos derivados
de la falta de cubierta verde en los sitios donde nacen los ríos,
en las presas y lagos y en las nuevas tierras abiertas al cultivo y que
antes estuvieron ocupadas con recursos forestales. La erosión sigue
creciendo a grandes zancadas mientras las políticas para reforestar
fracasan por doquier. Por otro lado, los desajustes ambientales por el
mal uso del agua y la destrucción de los recursos forestales se
dejan sentir como nunca antes en la pobreza rural, la cual en vez de disminuir
se acrecienta peligrosamente.
Al respecto cabe señalar cómo en Honduras,
El Salvador, Nicaragua y Guatemala están en situación de
"riesgo alimentario" 700 mil habitantes. De ellos, 100 mil niños
menores de cinco años podrían morir en Guatemala de hambre
durante los próximos meses. Las partes norte y occidental de este
país figuran como de gran vulnerabilidad por las sequías
y las inundaciones recientes y por la falta de inversión oficial
dirigida a la siembra y cosecha de los productos básicos que consume
la población.
Como anotamos oportunamente aquí, el huracán
Mitch y la prolongada sequía se han encargado de revelar
no solamente el elevado daño ambiental que padece Centroamérica,
sino la falta de políticas gubernamentales para regular la ocupación
del territorio, la deficiente obra pública y la corrupción
de funcionarios e influyentes grupos privados enriquecidos a la sombra
de los programas de gobierno. Como si no fuera ya grave lo anterior, a
ello se sumó este año la baja en los precios del café
y otros productos de exportación y la disminución, luego
de los ataques terroristas del 11 de septiembre, del envío de dinero
por los miles de migrantes que trabajan en Estados Unidos.
Y mientras este último país busca reactivar
su aparato industrial y su consumo poniendo en marcha su complejo industrial
dedicado a la producción bélica, en América Latina
miles de personas mueren no por el efecto de bombas de elevada potencia,
sino por hambre. El fruto final, patético, de la crisis económica
y ambiental permanentes, los malos gobiernos, la indiferencia de una clase
política interesada más en conservar sus cotos de poder e
influencia que en la suerte de los votantes. En suma, un panorama nada
alentador que marca el inicio del nuevo año.
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