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Carlos Fazio
Terrorismo útil
El fantasma de la antigua doctrina de la Seguridad Nacional vuelve a planear sobre América Latina. Después de los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington, el terrorismo ha sustituido a la subversión comunista y a su muletilla de recambio, el narcotráfico, como la principal amenaza a la estabilidad y seguridad del continente.
Todo indica que Estados Unidos ha logrado resolver la ecuación que presentaba la formación de un ejército multinacional hemisférico y la integración económica por bloques como polos excluyentes. La superación de la guerra fría transformó la bipolaridad en una hegemonía militar de Estados Unidos. Pero el inestable equilibrio por la existencia de dos sistemas económicos antagónicos en la forma, no dio paso a una pretendida hegemonía económica de Estados Unidos; por el contrario, instaló una multipolaridad manifestada en la competencia de grandes bloques económicos.
En esa lucha por el predominio económico mundial, el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) emergió como un convidado de piedra en el banquete entre el bloque norteamericano del TLC, la Comunidad Europea y el bloque asiático liderado por Japón. El proceso de integración sudamericano fue la más grande pulseada del siglo xx a la potencia imperial; por primera vez, Estados Unidos había perdido la facultad de imponer su poderío mediante negociaciones bilaterales. Una nueva conciencia de que era posible negociar de "igual a igual", y de elegir los interlocutores, había venido desplegando una autonomía de nuevo cuño, que en parte restituyó su valor al concepto de soberanía, como se evidenció en el proceso de discusión del Area de Libre Comercio de las Américas.
La agresiva estrategia del ALCA, dirigida a imponer un monopolio mercantilista centrado en el imperio -que implica la anexión y recolonización de los países latinoamericanos-, había encontrado inesperados obstáculos en el Cono Sur, tanto en el plano económico como en el militar. Visualizada como la otra cara de una estrategia general, la nueva doctrina de la seguridad continental impulsada por la Casa Blanca había quedado enfrentada a un proyecto de seguridad regional (el de los ejércitos del Cono Sur), que cobraba fuerza a medida que progresaba la integración en el ámbito del Mercosur.
La concepción militar estadunidense para América Latina se sustentaba en la definición del narcotráfico como la principal amenaza para la democratización y la seguridad continental. La "guerra a las drogas" -que focaliza el problema en la producción y en la oferta, pero no en el consumo- debía desembocar en la formación de un ejército trasnacional por su composición y supranacional por su mando. Es decir, con el Pentágono en el papel de estado mayor y mando unificado, y las fuerzas armadas del área en funciones de policía interna, concentradas en "tareas de apoyo" con eje en la inteligencia y el procesamiento de información, y en el control de movimientos aéreos, marítimos y terrestres.
Centrado en un doble discurso construido con conceptos como "trasnacionalización del narcotráfico", "seguridad hemisférica" y "cooperación operativa", el juego de presiones había dado buenos dividendos en México, el Caribe y los países andinos. Pero la militarización y trasnacionalización de la "guerra a las drogas" era fuertemente resistida en el Cono Sur. Aunque la tendencia hacia una cierta "autonomía militar" no suponía, en el plano doméstico, eliminar la amenaza de que las fuerzas armadas retomen el papel de "ejércitos de ocupación" ante las convulsiones sociales en aumento, era evidente que los países del Cono Sur se negaban a secundar una estrategia que pretendía fabricar un nuevo "enemigo interno".
Después del 11 de septiembre, tras la nueva guerra de conquista del imperio en Afganistán y con la ayuda de la propaganda y el disciplinamiento de los gobiernos del área, ese enemigo tiene de nuevo un rostro homogéneo y aceptable: el terrorismo; elusivo pero funcional. La vinculación entre la creación de una fuerza militar multinacional y la imposición del ALCA (versión ampliada del TLC que transfiere a las trasnacionales el poder de dictar a los Estados la estandarización de reglas y de políticas macroeconómicas), quedó expuesta durante la segunda Conferencia de Ministros de Defensa, celebrada en Bariloche, Argentina, en 1996. Allí, el jefe del Pentágono, William Perry, desplegó una inequívoca argumentación: "La región es la fuente de recursos vitales para nuestra seguridad y bienestar, (en la medida en que América Latina) es el tercer mercado en importancia para nuestras exportaciones". Desde entonces, las administraciones Clinton y Bush han venido intensificando una estrategia militarista y neomercantilista con eje en el ALCA, el Plan Colombia-Iniciativa Andina y el Plan Puebla-Panamá (PPP), que ha sido reforzada con la Carta Democrática de la OEA y la "guerra al terrorismo", como parte del andamiaje ideológico propagandístico.
Bajo el foxismo, México se ha convertido en un Estado cliente de Washington con proyección continental. Si con el PPP se pretende extender el sistema de maquiladoras "de Puebla a Panamá", con el llamado "perímetro de seguridad" y el ingreso a la Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA), se cierra la pinza. Las dos patas de Perry: "bienestar" y "seguridad". Al asumir como propias las categorías "bienestar", "seguridad" y "terrorismo" impulsadas por Washington, el régimen del "voto útil" se ha transformado en una pieza incondicional, dócil y útil del imperio. El famoso "tercer vínculo" (el militar, Perry dixit) se consolidó. Y cuando un ejército abdica de su función como defensor de la seguridad y soberanía nacionales, queda allanado el camino a la anexión. Habrá que ver si los ejércitos del Mercosur también muerden el anzuelo de la trasnacionalización del terrorismo, tan funcional al imperio.
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