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León Bendesky
Dinero
Europa está de estreno. El primero de enero de 2002, doce países van a estrenar el euro, que funcionará como moneda común. Cada uno de esos países fijó la paridad de su respectivo dinero con respecto al euro y con esa base se hará la conversión que se mantendrá fija una vez adoptada.
Además, en cada país se emitirán monedas con una identificación nacional, aunque los billetes serán todos iguales. Así, por ejemplo, el escudo portugués vale aproximadamente 200 por un euro, pero eso no quiere decir que los productos o servicios equivalentes que se compren en Francia o en Alemania costarán la misma cantidad de euros.
Los precios relativos seguirán siendo distintos en cada uno de los países en conformidad con la diversa situación económica existente: el nivel de precios, la inflación, los intereses, los salarios, etcétera.
Con la adopción del euro culmina una larga fase de adecuación de las economías participantes, que establecieron pautas de política fiscal y monetaria para ir alcanzando condiciones que hicieran posible tener una moneda común. Parte de esos acuerdos se hicieron hace unos años en Maastricht, en una controvertida negociación que mantiene aún fuera del euro a Gran Bretaña, Suecia y otros países de la región. La convergencia económica deberá crear el entorno de estabilidad compartida entre naciones que, a pesar del libre flujo de personas, mercancías y capitales tienen todavía diferencias notables.
El euro va a generar una importante ventaja al eliminar prácticamente los costos de transacción de pasar de una moneda a otra en los territorios participantes, lo cual no es una cuestión irrelevante.
Lo que no es muy claro es la tendencia del ajuste que provocará la utilización de una moneda común en el marco de esas diferencias nacionales. El nivel de precios y de ingresos portugueses, por señalar el mismo caso anterior, es bastante menor a los franceses o alemanes y puede ser que las presiones del mercado vayan en contra de los asalariados y los consumidores portugueses.
El euro está basado en la que es la principal propiedad del dinero, a saber, funcionar como una reserva de valor, si esa presión contra el anterior escudo se materializa, equivaldría a una inflación y, por lo tanto, a una pérdida relativa de bienestar.
El euro cumplirá de inmediato con otras funciones básicas del dinero que son las de operar como una unidad de cuenta y como medio de pago generalmente aceptado. Para ello, la creación del Banco Central Europeo ha sido una pieza central del nuevo mecanismo monetario.
En el caso del euro se aprecia cómo es que el dinero, como instrumento esencial del mercado, cumple un papel en los intercambios, en el ahorro y en la inversión, pero sólo después de que la economía se ha preparado para ello.
No es a partir de la moneda que se organiza la sociedad y la producción sino al revés, el dinero valida las relaciones sociales existentes y su valor, como bien se sabe, no es permanente, pero puede ser un factor que lubrica los engranes de la producción y la distribución.
Todo esto contrasta de modo evidente con el caso de Argentina. Ante la severísima crisis social y económica, el gobierno del presidente Rodríguez Saá, crea una nueva moneda llamada argentino para tratar de paliar los efectos negativos de la convertibilidad del peso que ha llegado a su límite. Aquí la cosa va al revés y se trata de arreglar un enorme desgaste social mediante el dinero y, lo más probable en términos técnicos y políticos es que el experimento fracase.
Para empezar, el argentino, al no ser convertible en dólares, nacerá con una fuerte tendencia a la depreciación, es decir, va a poder realizar transacciones por montos equivalentes menores a los de su denominación, su función de reserva de valor está viciada de origen. Servirá para pagar los salarios de los funcionarios y hacer algunas operaciones mercantiles, lo que limita su función de unidad de cuenta y medio de pago, también desde su origen, y cuando finalmente sustituya al actual peso, lo que se dejará en claro es la depreciación real del dinero en ese país. La pretensión del presidente de garantizar el argentino con bienes raíces como la Casa Rosada, el Congreso o las embajadas es francamente de película y es posible imaginar que eso no genera más que alguna sonrisa en Wall Street.
Lo que se aprecia en Argentina es el fuerte movimiento del péndulo político del peronismo en un discurso y unos primeros actos de corte populista que podrá calmar algunas iras, pero lo más probable es que no tendrán ningún efecto positivo en el bienestar de la gente. La crisis se va a profundizar bastante antes de que pueda empezar a mejorar la situación. Ahora los peronistas se muestran muy contrarios a las políticas aplicadas por el ex presidente De la Rúa, declaran la muerte del neoliberalismo y parecen no acordarse de las políticas que aplicó el ex presidente Menem. La manera en que se está intentando resolver la crisis argentina, a partir de las adecuaciones monetarias, sin atender a las condiciones de la larga recesión y del empobrecimiento de una gran parte de la población, es falsa.
El dinero es un instrumento que responde a las condiciones de la organización social, y no las modifica por decreto. La mala política económica, el efecto negativo sobre la capacidad de producción y generación de empleo e ingresos, la corrupción y el saqueo son los responsables de la debacle monetaria y financiera y de la larga crisis.
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