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Hermann Bellinghausen
Primer peldaño del día
Esa mañana aún no encontraba el amanecer de sí misma, pero en un primordio de conciencia ya la aguzaba eso de qué hago aquí, dónde estoy, Ƒno ha terminado el sueño? Ƒya comenzó la vigilia real, otra vez? Pasado el primer peldaño del despertar, reconcentró su modorra remolona en una negociación desesperada con las evidencias diurnas, como si dormir otro poco fuera posible.
Inútil insistir. El cerebro ya tomaba rumbo al monte y no había manera de guardarlo en un corral. ƑEn qué siglo? No a todos ocurre que se lo puedan preguntar, pero a ella sí. Antes de averiguar la hora, el resplandor en las cortinas le exigía ajustar mentalmente a qué siglo retorna, pues además de vivir en estos días vive por oficio en otros, muy antiguos y distantes. Dado que le apasionan sus estudios, a veces se traslada allá y recrea aquellos tiempos, aquella historia de gentes, aquellos hábitos, atmósferas y lengua.
El avasallador avance de la conciencia la fue poniendo en la ruta crítica de la razón práctica. No sonó el despertador, o no lo oyó. Tarde ya era.
El seminario de las 8, bien gracias. No iba a saltar tras la cabra sin antes darse un baño y darse a sí misma y con cariño una taza de café. Alguna disculpa se le ocurriría. Ese día no le correspondía exponer, pero siempre es descortés no escuchar las disertaciones de los colegas, que además le resultan interesantes, instructivas, y tienen un aire de familia, académicamente hablando
Como no iría al cubículo por una sola hora, decidió que se presentaría a la clase de 12, directamente en la facultad, sin detenerse por el instituto. Buena cosa, empezar el día por la mitad partida, al mediodía, y con los estudiantes, que aunque brutos o indolentes, son divertidos, estimulantes, o por lo menos informativos. Ellos le permiten extender la voz hablando de lo que sabe, de los libros que ha leído, las historias que han reedificado su talento y sus constancias.
Pero, Ƒy luego? ƑA poco llegaría al instituto a la hora de la comida, cuando ni las secretarias ocupan su sitio? Acunó la taza caliente entre sus manos y bebió un sorbo cálido, exquisitamente amargo y vivo, espeso, oscuro.
Saliendo de la clase se invitaría a comer, quizás en San Ángel, y caminaría un poco. ƑPara qué? Qué aburrido, a estas alturas de la vida perderse en los empedrados, las casonas de los ricos y las empanadas en el parque. No, no ahí.
Cogida de la taza como de un salvavidas, se encaminó al baño y prendió la regadera. Colocó la taza, semivacía, sobre la mesilla del lavabo, y se despojó de la blusa, camisón largo en ella, de los calzones breves, y se metió al chorro con la sonrisa desnuda de quien siente calidez líquida en la garganta y la piel, empezando por los brazos, los hombros, la espalda, el canal del esternón, la oscura araña del coño.
Qué más daba dónde comería. Darían las 4 de la tarde y ella pensaría que es tiempo de presentarse en el instituto. Ganas de absurdo: el instituto, Ƒhoy qué? Aplastarse en el cubículo, hacer vida social departamental, repasar un ensayo de compromiso en la computadora, responder los mails de Intercambio Académico, ahitarse de café recalentado. Y salir a las 7 de la noche, con un vacío en el pecho y ganas de meterse a un cine y ver aunque sea la nueva de Pitt o Depp.
Cuando terminó de vestirse y secarse el pelo, echó un vistazo al espejo nada más para cerciorarse de que sí era ella y no alguien más. Calzó de pie sus zuecos, cargó la mochila al hombro y salió con un destino imprevisto. Pasó a un lado de su carrito estacionado, y ni por asomo se acordó de echarle un vistazo.
Llegó en Metro a la gran terminal. Compró el primer boleto disponible a la tierra de sus trabajos, a la tierra de ese pasado que arrulla su presente académico, y agarró camino, sin importarle la sensación de que estaba huyendo. Ya avisaría por teléfono: salí a campo, tenía datos por corroborar. Iban a creerle.
Uf, ahora sí, arriba. A levantarse. Pasan las 9 y media. Ya lo decía, con llegar a la clase de mediodía. De lo demás, ya verá. Es bonito soñar dormida. Y bonito atorarse en las blandas sábanas a entresoñar despierta. Urgentes, las ganas de una taza de café, caliente y verdadera. Primer peldaño.
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