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¤ El montaje, de Jesusa Rodríguez, recreó
un circo de temporada para regalo de Día de Reyes
En voz de Eugenia León, los temas de Cri Cri
inundaron el Auditorio
¤ Niños y padres gozaron del espectáculo
que recorrió las creaciones clásicas de El Grillito Cantor
ARTURO CRUZ BARCENAS
La imaginación musical y fantástica de Francisco
Gabilondo, creador de Cri Cri, El Grillito Cantor, llenó ayer el
Auditorio Nacional mediante el canto de Eugenia León quien, acompañada
de payasitos y payasotes, divirtió a los niños en uno de
los días más importantes para ellos: el Día de Reyes.
El
montaje de Jesusa Rodríguez recreó un circo pobre, de barriada,
de esos que cada temporada llegan y se van, dejando en los infantes el
recuerdo grato de animales que realizan suertes que retan el equilibrio
y hacen dudar de si el entendimiento y la razón son sólo
humanos.
Uno a uno, cada cuadro de luz y movimiento abría
espacio a la voz de Eugenia, que a la vista y oído de muchos luce
más artista y completa que nunca. Uno de los momentos más
intensos fue cuando una red cayó sobre el escenario y de ella se
creó una cascada de globos que hizo que los pequeños asistentes
fueran en pos de uno de esos objetos plenos de magia y color.
El maestro de ceremonias del circo, un zanquero con ínfulas
de mentor, movía sus largas piernas entre los globos, alardeaba
de su negocio e invitó a los niños a cantar y a bailar, y
sus palabras abrían el paso al siguiente tema que cantaría
Eugenia León. Tal fue el caso de El ratón vaquero,
ese roedor que se quiere pasar de listo creyéndose el muy-muy sólo
porque habla inglés.
Una ratonera formada con escaleras en forma de V mostró
a los asistentes que las cosas pueden ser algo diferente a su realidad
inmediata, algo distinto para lo que fueron creadas. "Es increíble
lo que puede hacerse con una escalera", comentó un niño asombrado,
no menos que su papá, quien parecía gozar más del
espectáculo que su hijo.
Una tortuga iba que volaba rumbo a su plantel. Fue el
preámbulo de Caminito de la escuela, una de las clásicas
de Cri Cri. Dando brincos, una mochila con patas iba rauda a recibir instrucción
de su maestro. No era una mochila cualquiera, conformista y burra. Siguió
el programa con una rolazaza: Los cochinitos dormilones, en la cual
Eugenia fue auxiliada por sus hijos. Los recostó sobre el escenario
y los cubrió maternalmente. Entraron en el país de los sueños,
donde Morfeo hace de las suyas. Cada quien tiene el sueño que se
merece. Los que se portan bien duermen calmos; los otros tienen horribles
pesadillas y se revuelven en sus camas agitados. Muchos despiertan llorando,
entre gritos, llamando a su mamá.
Sobrevino otro clásico: Che Araña,
en el que Eugenia baila el tango arrastradito, para adelante y para atrás.
Un arácnido antropomorfo se colgaba de la red que ahora era, previa
imaginación, una teleraña. Un cambio de vestuario y la cantante
ya es una belleza negra: La negrita Cucurumbé, que se
fue a bañar al mar, para ver si con la espuma su carita podía
blanquear.
Siguió el temazazazo de El señor tlacuache,
que Cri Cri creó para espantar a los escuincles chillones y latosos.
El animalejo echa a los ingratos a un costal y se los lleva cual robachicos,
para que ya no molesten a sus papás, quienes están hartos
de los malcriados e incorregibles.
Ya era hora de irse enfriando y en el escenario apareció
un radio viejo. De una puertita salió un grillito, el que anduvo
aquí. El concierto llegó a su fin. Hoy los niños regresarán
a la realidad, a los cuadernos y a los libros, a retomar el caminito de
la escuela.
"¡Qué viva para siempre Cri Cri!", gritó
Eugenia al público, que se enfiló a seguir el festejo de
Día de Reyes por diferentes rumbos de la ciudad.
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