Horacio Labastida
Zapata en Porto Alegre
o que ha sucedido en el bello Porto Alegre de Rio Grande do Sul, sede del Foro Social Mundial (FSM) desde su primer encuentro, es alumbramiento de una nueva ilusión de vida justa y alegre para la inmensa mayoría de los pueblos. Se habló claro y sin disfraces al correrse telones que ocultan los cruentos escenarios que exhiben las trágicas consecuencias del capitalismo moderno, acunado sobre todo en las revoluciones de las postrimerías del siglo xviii, capitalismo que desde entonces ha ofrecido facetas positivas en el desarrollo social, según ocurrió al dinamitar el antiguo régimen rural y aristocrático, y las fases opresoras que lo convierten ahora en un instrumento de explotación y aniquilación de las libertades individuales y colectivas.
Nadie niega, por supuesto, que la generalización del modo de producción capitalista, sujeto a la lógica de ganancia y acumulación, fue un paso adelante del absolutismo simbolizado en el Rey Sol francés y en la zarina Catalina la Grande. La visión de un superrey rodeado de cortesanos y vasallos dueños de la producción agrícola y artesanal de súbditos y siervos, sujetos éstos a la inapelable autoridad señorial sobre sus vidas y bienes, fue recio freno político a las ambiciones de las elites burguesas que manejaban obrajes y tráfico de mercancías. Con la excepción de la Inglaterra de Guillermo de Orange, en la que se entendieron hombres del dinero y la nobleza sobre la manipulación del poder político del Estado en su beneficio, en los demás casos la confrontación de burgueses y aristócratas concluyó en las revoluciones que en América encabezó George Washington y en Europa las generaciones que rodearon los principios de liberté, égalité y fraternité, izados en la Asamblea Nacional Constituyente durante el agitado trienio 1789-1791.
Una vez transcurridos los decenios de máxima violencia, ya en el siglo xix el capitalismo marchó hasta que las protestas masivas y el socialismo lo pusieron contra la pared sin fusilarlo. Fue el instante en que el capitalismo reaccionó con gran habilidad. Era urgente crear las condiciones de su continua reproducción y al efecto el poder político arrebatado a la monarquía fue transformado en poder político estatal al servicio de un renovado capitalismo que superó la etapa competitiva y accedió a la trasnacional de nuestros días. Las guerras mundiales del siglo xx le procuraron consolidación hegemónica, y la desaparición de la Unión Soviética desató las luchas intercapitalistas de los últimos 20 años y la aparente victoria de las facciones corporativas arropadas en la supremacía militar del gobierno de Washington.
Los resultados del supercapitalismo son aperplejantes. Su necesidad de concentrar producciones y consumos para hacer posible la acumulación que lo oxigena, asfixia soberanías nacionales, multiplica miseria en todos los continentes, extingue valores humanos, exalta valores animales y abate ideales libertarios con cañones de devastación elaborados con base en ciencias enajenadas de la verdad y el bien.
En resumen, el capitalismo globalizado se sustenta en la deshumanización globalizada, y ante esta evidencia innegable el congreso de Porto Alegre reivindicó el cambio del mundo injusto y fraudulento por un mundo justo, honesto y alegre, o sea una convivencia sin militarismo ni neoliberalismo. La afirmación es rotunda: šes posible otro mundo!
Y en esas circunstancias esperanzadoras destacaron los estandartes de democracia verdadera y justicia social que ante la sociedad levantó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional el primero de enero de 1994, al iniciar hace ocho años la revolución contra el éxito de la barbarie. El hecho está a la vista de todos. En Porto Alegre quedó acreditado que los emblemas de Emiliano Zapata y del EZLN indígena son emblemas universales.