Elena Poniatowska
Tlatelolco, crimen de Estado /I
''Por luchar en causas buenas''
UUno de los sucesos más dolorosos que sucedieron
a finales del año pasado, el 20 de diciembre, fue la muerte solitaria,
en un cuarto de hotel, de Florencio López Osuna, uno de los líderes
del movimiento estudiantil de 1968. A Florencio lo llamaban El Célebre,
porque dos semanas antes apareció en la portada de la revista Proceso,
humillado, golpeado, desvestido, con el labio inferior roto, empapado,
porque tuberías rotas por las ametralladoras dejaron salir aguas
color chocolate, y con ellas lavaron la cara y el cuerpo ensangrentados
de los estudiantes antes de fotografiarlos.
Al lado de Luis González de Alba, altivo, desafiante,
protegido por su torso de deportista, López Osuna es un sudario:
los brazos cortados por su propia chamarra, envuelto en los hilachos de
su camisa ensangrentada. Se yergue como un Lázaro de dolor frente
a la negrura de la noche del 2 de octubre de 1968.
Sus dos semanas de celebridad, a raíz de la publicación
de su terrible fotografía en la portada de Proceso (número
1310) resultaron fatales. Reporteros y compañeros lo buscaban para
hacerle entrevistas, invitarlo a dar conferencias, ofrecerle tribunas.
Llovieron los convites y las pachangas, ya de por si abundantes en esa
época del año. Y Florencio, que había aguantado la
masacre, los cachazos de pistola, los largos días de interrogatorios,
la tortura, las vejaciones, las amenazas ?"si comete una pendejada, échenselo"?
y la cárcel de Lecumberri durante dos años y tres meses,
no soportó estos súbitos días de fama y a los 55 años
fue encontrado sin vida, muerto por paro cardiaco, en el cuarto 309 del
hotel Museo de la colonia Santa María la Ribera, cerca de la estación
Buenavista.
Imágenes
que lastiman
Este sórdido incidente, sórdido por sus
circunstancias y porque Florencio ''se fue muriendo de su propia muerte'',
se añade a la atrocidad de las imágenes de los cadáveres
de los asesinados, cuya publicación va en aumento desde que Sanjuana
Martínez, corresponsal de Proceso, recibió en Madrid
el paquete de 30 fotografías publicadas el 9 de diciembre de 2001.
A raíz de ello apareció una avalancha de
fotografías ya no tan anónimas que nos lastiman a pesar de
que han pasado casi 34 años. En La Jornada, en la tercera
página del New York Times y, esta última semana, en
El Universal; aunque en este último caso las imágenes
van mucho más allá del grito "¡todos a la pared, todos
al suelo, y al que alce la cabeza se lo lleva la chingada!".
El fotógrafo Carlos Rojas, de El Universal,
aventó sus rollos en un bote de basura para después sacarlos.
Sin embargo, algunas de sus fotos aparecen en La noche de Tlatelolco,
editada por Era hace 30 años. A principios de 1969, cuando fui a
las redacciones de Excélsior y El Universal, mis compañeros
fotógrafos me dieron su material con la advertencia: "No des nuestros
nombres, no digas que te las pasamos", cosa que cumplí a tal grado
que ya no recuerdo quiénes fueron.
Gabriel Aguirre, jefe del archivo de Novedades,
dijo: "El 2 de octubre se lo robó Gobernación". Pedro Meyer
en cambio pidió crédito por la foto que habría de
convertirse en la portada del libro Los días y los años,
de Luis González de Alba.
Quién era Florencio
Florencio López Osuna era originario del municipio
de Concordia, Sinaloa, de la comunidad agraria de Aguascalientes de Gárate,
en la que los campesinos son solidarios y saben defenderse. Fue el menor
de una familia de seis: cuatro mujeres y dos varones. Su madre, doña
Tomasa Osuna Angulo, siempre se preocupó por Florencio el travieso,
quien tuvo varios accidentes: descalabros, brazos rotos, hernias y hasta
la posibilidad de gangrena cuando se abrió un pie con un vidrio.
Incluso, un brazo mal entablillado pudo causarle una parálisis que
doña Tomasa combatió a diario hasta que el niño logró
llevarse por sí la cuchara a la boca.
El adolescente Florencio tuvo especial devoción
por Faustino, su hermano mayor. Siguió sus pasos, escogió
la misma carrera, lo escuchó hablar, lo consideró un guía.
Para su desgracia, Faustino, seis años mayor, licenciado en economía,
estuvo en Bulgaria de 1967 a 1969. Durante el fatídico 1968, Florencio
resintió su ausencia. El hermano mayor le escribió entonces
a Lecumberri: "Si has de sobrevivir/ haz el bien en la tierra,/ si te dan
a elegir/ haz la paz, no la guerra./ Vive para el amor/ y que el amor te
colme/ y que nunca el rencor/ quede unido a tu nombre".
Estudiante de la Escuela Superior de Economía del
Politécnico, Florencio escogió la investigación académica.
A diferencia de las travesuras de su niñez, se volvió un
hombre concentrado y estudioso. Fue campeón nacional de ajedrez
y educó a seis hijos (de dos matrimonios) en el más intelectual
de todos los juegos. "El ajedrez es como la vida, un combate de inteligencias.
Piensen en la consecuencia de cada una de sus jugadas".
Recuerdo haberlo entrevistado en 1969, en la crujía
H de Lecumberri. Según las muchachas era un norteño muy "carita".
Había heredado las hermosas facciones de su madre, alta, de carácter
recio, íntegra ante la adversidad. ''El dinero va y viene ?les dijo
a sus hijos?, pero el conocimiento queda para siempre. Estudien". Incluso
en la cárcel, cuando otros se abandonaban, Florencio andaba de buen
humor, optimista, entero y muy bien arreglado. A diferencia de otros no
vivía encarcelado años únicos e irremplazables, que
nadie ni nada podría devolverles jamás. En la crujía
daba clases de economía mientras El Pino y Alvarez Garín
impartían matemáticas, cálculo y topología,
y González de Alba literatura. No hacía ningún tango
ni se dejaba abatir por las circunstancias, y eso que él no recibía
visitas familiares porque todos estaban en Sinaloa. Varias veces me apunté
en su lista. Cada preso tenía derecho a tres visitantes, y como
la lista de Florencio estaba en blanco, mediante Raúl Alvarez Garín
o Gilberto Guevara Niebla entraba a Lecumberri con un nombre falso que
invariablemente olvidaba y Montserrat Gispert (Betty), la mamá
de Carlos Imaz, tenía que recordarme ante las monas, que
no sólo nos manoseaban sino cuchareaban guisados y gelatinas.
"Contra toda suposición ?escribió Florencio?,
aquí adentro las cosas no son tan pesadas. Estoy con compañeros
y amigos, en esta cárcel habemos ya más de 500 estudiantes.
Hay muchos amigos míos y de Faustino, mi hermano. Todos somos presos
políticos. A algunos les achacan menos delitos, a otros nos achacan
más. De todos los presos en México, habemos 16 que según
el gobierno contamos con la mayor cantidad de delitos, 20 en total, nueve
pertenecen al fuero común y once al federal".
Florencio fue elegido como uno de los tres representantes
de la ESE ante el Consejo Nacional de Huelga, y en las asambleas siempre
privaron sus juicios calmados, bien pensados, críticos y dichos
con pulcritud. Era un estudioso de Carlos Marx. Además tocaba la
guitarra y cantaba sobre todo a Atahualpa Yupanqui.
A los 11 días de su encarcelamiento en Lecumberri,
el 16 de octubre de 1968, le escribió a su padre una extensa carta
para contarle su participación en el movimiento estudiantil y las
circunstancias por las que se encontraba preso. Para él, el artículo
145 bis del Código Penal, el de "disolución social", decretado
cuando México entró a la Segunda Guerra Mundial, era fascista,
y aplicado en tiempo de paz, una monstruosidad que el gobierno utilizaba
contra los disidentes, como en el caso de Demetrio Vallejo, Valentín
Campa, José Revueltas, el hijo de Filomeno Mata, David Alfaro Siqueiros,
Dionisio Encinas, Alberto Lumbreras, Gilberto Rojo Robles y muchos más
ferrocarrileros, injustamente encarcelados.
Pensé en muchas cosas
"Cuando mi mamá me informó que usted me
anduvo buscando e inclusive fue a dar al Campo Militar número uno,
donde le dijeron que sí me encontraba preso, sentí una gran
satisfacción y una alegría infinitas, porque en ningún
momento he dejado de pensar en ustedes y mucho menos en usted.
''Esa semana en que nos tuvieron completamente incomunicados,
sin saber cuál iba a ser nuestro paradero, me sirvió bastante
para pensar en muchas cosas, pensé mucho en mi hermano (Faustino),
pero mucho, mucho, a cada uno de ustedes lo recordé durante horas,
independiente de que no tenía otra cosa qué hacer sino pensar
y recordar y ser conducido a los interrogatorios. Perdóneme papá.
Lo que sí le puedo decir es que estoy en la cárcel por luchar
por cosas buenas, no por cosas malas. Perdóneme por no estar luchando
codo con codo con usted por el mejoramiento de la familia, cosa que me
duele bastante, pero mucho. Le quiero pedir que no le haga caso a la gente
que se exprese mal de mí por mi situación de preso [...]
''Quienes nos aprehendieron fueron soldados vestidos de
civiles del Batallón Olimpia, un grupo selecto de los guardias presidenciales.
Esto sucedió en el tercer piso del edificio Chihuahua cuando se
estaba desarrollando el mitin del Consejo Nacional de Huelga. Encañonados
con pistolas y ametralladoras, nos tomaron por sorpresa, dándonos
primero la orden de hacernos contra la pared y luego al suelo, todos boca
abajo. En esos momentos vimos cómo ellos empezaban a disparar para
abajo hacia la multitud. Una vez que estábamos todos tirados en
el suelo, la orden que recibimos fue que el primero que hiciera el mínimo
movimiento sería muerto en ese mismo instante. Así estuvimos
durante toda la balacera. Luego nos separaron en dos grupos; dos personas
nos identificaban y seleccionaban para uno u otro lado según el
caso. Corrí yo con la desgracia de ser reconocido de inmediato siendo
conducido al grupo de los especiales, porque yo había sido
orador en ese mitin. (Por acuerdo en asamblea, llevé una pistola
.380 al mitin, pero en ningún momento hice uso de ella, no disparé).
Nos condujeron al segundo piso, a un departamento lleno de agentes de la
policía. De allí nos llevaron a la planta baja donde nos
entregaron al Ejército uniformado que nos llevó en camiones
al Campo Militar número uno, adonde usted fue a buscarme.
"En todo lo que sucedió ese día hay cosas
muy raras a las que nosotros mismos, solos o en bola, no encontramos explicación.
Por ejemplo, estamos seguros que a nosotros, los del CNH, no había
orden de matarnos, ya que pudieron hacerlo en cualquier momento. Sabemos
que hay pugnas entre el Ejército y la policía, y más
de 90 por ciento de los muertos y heridos fue a consecuencia de las balas
de alto calibre de las que dispone únicamente el gobierno.
''Antes de que empezara el mitin, pasaron personas, seguramente
agentes de la policía, tocando a las puertas de los departamentos
de esos edificios para dejar ''guardadas de favor'' algunos bultos que
resultaron ser armas, la mayoría metralletas y rifles de alto calibre
que no fueron usadas para nada".