Tren de la muerte en Egipto
Un incendio convirtió los vagones en crematorios;
el conductor tardó en darse cuenta; van 373 fallecidos
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Era un tren de la muerte, una antorcha bajando la cuesta
de la noche en el sur de El Cairo; sus pasajeros en llamas se arrojaban
por las ventanas, mientras el conductor, sin darse cuenta de lo que ocurría,
aceleraba cinco kilómetros más hacia la ciudad de Reqa al-Gharbiya,
con vagones convertidos en crematorios de hombres, mujeres y niños.
Ayer (miércoles), el número de víctimas
mortales llegaba a 373. Pocos dudan que alcanzará 500 muertos el
desastre ferroviario más grande en Egipto y, quizás, en la
historia del mundo.
Al amanecer, los terraplenes de la vía férrea,
a 110 kilómetros al sur de la capital egipcia, eran una pesadilla
de pasajeros gritando, quemándose; siete de los 11 vagones quedaron
reducidos a cascarones donde aparecieron más muertos, ennegrecidos
por el fuego, hechos ovillo bajo los viejos asientos de madera carbonizados.
Se supone que cada vagón debe alojar un máximo
de 150 pasajeros, pero las autoridades ferroviarias calcularon que la noche
del martes podía haber hasta 300 personas apretujadas en cada carro.
Entonces, el tren de la muerte partió de El Cairo con 3 mil a bordo.
Uno de los sobrevivientes recuerda cómo se percató del incendio
cuando vio a una mujer correr en su vagón con las ropas en llamas.
Said Amin encontró una ventana rota y por allí se arrojó,
para despertar más tarde en una sala de hospital. Se cuenta entre
los 65 pasajeros con suerte, ya que ayer por la tarde el número
de muertos superaba al de heridos. Muchos cuerpos se encontraron soldados
entre sí por el calor, irreconocibles para sus familias.
La morgue del hospital Ayyat estaba atiborrada con cuerpos,
unos encima de otros en el suelo y en estantes. Farag Zaki Farag, constructor
de El Cairo, describe cómo muchos de los pasajeros, asfixiados por
el humo, intentaban guarecerse bajo los asientos mientras el conductor,
sin darse cuenta de que el tren se había convertido en una bola
de fuego, pisaba a fondo el acelerador de su locomotora hacia la próxima
estación. Las personas heridas de gravedad fueron transportadas
en ambulancia de vuelta al hospital Kasr al-Aini de El Cairo.
Los servicios aéreos y navieros han tenido sus
desastres en el pasado. Los estadunidenses aún dicen que un vuelo
egipcio lleno de pasajeros, que iba de Nueva York a El Cairo, hace tres
años, se precipitó al mar Atlántico por obra de un
piloto suicida. Después de los ataques del 11 de septiembre resulta
difícil desacreditar esta tesis. Repetidas veces se han hundido
barcos a vapor egipcio-sudaneses, provocando la muerte de cientos de sus
pasajeros. Y los viajeros que se montan en los techos de los vagones de
los trenes que van a Helwan o Alejandría han perecido al resbalar.
Pero nada con la magnitud de lo que ocurrió la madrugada del miércoles.
Fue una catástrofe egipcia y musulmana. La mayoría
de los 3 mil pasajeros a bordo del viejo y lento tren de 11 vagones que
iba de El Cairo a Luxor regresaba a sus empobrecidas ciudades y pueblos
del Alto Egipto para la fiesta de Eid al-Adha, el festejo más importante
en el calendario islámico. Muchos llevaban chucherías y comida
para sus familias, las cuales se han resistido a creer los cuentos de la
riqueza que existe en los barrios bajos de El Cairo. Entre los equipajes
esparcidos se podía ver un traje de novia y ropa de niño,
así como una Biblia, ya que también egipcios coptos viajaban
la noche del martes.
"Clase dura" llaman los egipcios al tren de las 23:30
que parte de la estación de la calle Ramsés, desgastado convoy
de vagones de tercera, jalados por una vieja máquina diesel, en
el que los pasajeros campesinos cocinan en sus propias estufas de gas...
lo que probablemente provocó el desastre.
No hay vagón comedor en el tren de las 23:30 a
Luxor. De hecho, las personas pobres que lo toman normalmente encuentran
vagones sin asientos, pues fueron arrancados desde hace tiempo.
Las autoridades egipcias tratan de lavarse las manos.
Ahmed al-Sherif, director de las ferrovías de Egipto, insiste en
que el tren no tenía problema técnico alguno y contaba con
extinguidores, algo difícil de creer en el destartalado sistema
ferroviario del país. "Todos los trenes se encuentran en buen estado",
anunció el primer ministro Atef Obeid. "Tienen alto nivel de eficiencia
y reciben mantenimiento regular". No opinan así la mayoría
de pasajeros egipcios; los únicos vagones en buen estado se reservan
a los ferrocarriles expresos de fabricación rumana, que transportan
a turistas occidentales de El Cairo a las ruinas de Luxor y Asuán.
La Hermandad Musulmana, grupo prohibido por la ley, a
cuyos miembros se permite tener presencia en el parlamento solamente como
candidatos independientes, exige una investigación pública
de la "negligencia aberrante que provocó este trágico accidente".
Consciente de que la Hermandad ha proporcionado en el
pasado ayuda de emergencia ?como hizo recientemente en El Cairo, a raíz
de un terremoto?, el gobierno egipcio tiene prohibido por ley al partido
proveer asistencia humanitaria. Así es que los pasajeros no pueden
esperar la ayuda de dicho grupo.
Por más que intente librarse de su responsabilidad,
la magnitud del horror rebasa a las directivas ferroviarias. "Nunca había
sucedido algo así antes", dijo el director al-Sherif. "He trabajado
en los ferrocarriles 32 años y nunca había visto o escuchado
algo de esta magnitud."
El sistema ferroviario egipcio fue construido por los
británicos, y muchas de sus partes son verdaderas piezas de museo
de la época del vapor inglés. Un museo polvoriento en la
estación de la calle Ramsés, desde donde partió el
tren de las 23:30, conmemora la presencia de la primera línea ferroviaria
que se construyó en los bancos del Nilo y del tren especial en el
que los dignatarios otomanos viajaron en total confort y con mucha más
seguridad de la que gozaron los pasajeros que murieron tras terrible agonía
en las primeras horas de ayer.
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Traducción: Marta Tawil