Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 21 de febrero de 2002
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Tren de la muerte en Egipto

Un incendio convirtió los vagones en crematorios; el conductor tardó en darse cuenta; van 373 fallecidos

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Era un tren de la muerte, una antorcha bajando la cuesta de la noche en el sur de El Cairo; sus pasajeros en llamas se arrojaban por las ventanas, mientras el conductor, sin darse cuenta de lo que ocurría, aceleraba cinco kilómetros más hacia la ciudad de Reqa al-Gharbiya, con vagones convertidos en crematorios de hombres, mujeres y niños.
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Ayer (miércoles), el número de víctimas mortales llegaba a 373. Pocos dudan que alcanzará 500 muertos el desastre ferroviario más grande en Egipto y, quizás, en la historia del mundo.

Al amanecer, los terraplenes de la vía férrea, a 110 kilómetros al sur de la capital egipcia, eran una pesadilla de pasajeros gritando, quemándose; siete de los 11 vagones quedaron reducidos a cascarones donde aparecieron más muertos, ennegrecidos por el fuego, hechos ovillo bajo los viejos asientos de madera carbonizados.

Se supone que cada vagón debe alojar un máximo de 150 pasajeros, pero las autoridades ferroviarias calcularon que la noche del martes podía haber hasta 300 personas apretujadas en cada carro. Entonces, el tren de la muerte partió de El Cairo con 3 mil a bordo. Uno de los sobrevivientes recuerda cómo se percató del incendio cuando vio a una mujer correr en su vagón con las ropas en llamas. Said Amin encontró una ventana rota y por allí se arrojó, para despertar más tarde en una sala de hospital. Se cuenta entre los 65 pasajeros con suerte, ya que ayer por la tarde el número de muertos superaba al de heridos. Muchos cuerpos se encontraron soldados entre sí por el calor, irreconocibles para sus familias.

La morgue del hospital Ayyat estaba atiborrada con cuerpos, unos encima de otros en el suelo y en estantes. Farag Zaki Farag, constructor de El Cairo, describe cómo muchos de los pasajeros, asfixiados por el humo, intentaban guarecerse bajo los asientos mientras el conductor, sin darse cuenta de que el tren se había convertido en una bola de fuego, pisaba a fondo el acelerador de su locomotora hacia la próxima estación. Las personas heridas de gravedad fueron transportadas en ambulancia de vuelta al hospital Kasr al-Aini de El Cairo.

Los servicios aéreos y navieros han tenido sus desastres en el pasado. Los estadunidenses aún dicen que un vuelo egipcio lleno de pasajeros, que iba de Nueva York a El Cairo, hace tres años, se precipitó al mar Atlántico por obra de un piloto suicida. Después de los ataques del 11 de septiembre resulta difícil desacreditar esta tesis. Repetidas veces se han hundido barcos a vapor egipcio-sudaneses, provocando la muerte de cientos de sus pasajeros. Y los viajeros que se montan en los techos de los vagones de los trenes que van a Helwan o Alejandría han perecido al resbalar. Pero nada con la magnitud de lo que ocurrió la madrugada del miércoles.

Fue una catástrofe egipcia y musulmana. La mayoría de los 3 mil pasajeros a bordo del viejo y lento tren de 11 vagones que iba de El Cairo a Luxor regresaba a sus empobrecidas ciudades y pueblos del Alto Egipto para la fiesta de Eid al-Adha, el festejo más importante en el calendario islámico. Muchos llevaban chucherías y comida para sus familias, las cuales se han resistido a creer los cuentos de la riqueza que existe en los barrios bajos de El Cairo. Entre los equipajes esparcidos se podía ver un traje de novia y ropa de niño, así como una Biblia, ya que también egipcios coptos viajaban la noche del martes.

"Clase dura" llaman los egipcios al tren de las 23:30 que parte de la estación de la calle Ramsés, desgastado convoy de vagones de tercera, jalados por una vieja máquina diesel, en el que los pasajeros campesinos cocinan en sus propias estufas de gas... lo que probablemente provocó el desastre.
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No hay vagón comedor en el tren de las 23:30 a Luxor. De hecho, las personas pobres que lo toman normalmente encuentran vagones sin asientos, pues fueron arrancados desde hace tiempo.

Las autoridades egipcias tratan de lavarse las manos. Ahmed al-Sherif, director de las ferrovías de Egipto, insiste en que el tren no tenía problema técnico alguno y contaba con extinguidores, algo difícil de creer en el destartalado sistema ferroviario del país. "Todos los trenes se encuentran en buen estado", anunció el primer ministro Atef Obeid. "Tienen alto nivel de eficiencia y reciben mantenimiento regular". No opinan así la mayoría de pasajeros egipcios; los únicos vagones en buen estado se reservan a los ferrocarriles expresos de fabricación rumana, que transportan a turistas occidentales de El Cairo a las ruinas de Luxor y Asuán.

La Hermandad Musulmana, grupo prohibido por la ley, a cuyos miembros se permite tener presencia en el parlamento solamente como candidatos independientes, exige una investigación pública de la "negligencia aberrante que provocó este trágico accidente".

Consciente de que la Hermandad ha proporcionado en el pasado ayuda de emergencia ?como hizo recientemente en El Cairo, a raíz de un terremoto?, el gobierno egipcio tiene prohibido por ley al partido proveer asistencia humanitaria. Así es que los pasajeros no pueden esperar la ayuda de dicho grupo.

Por más que intente librarse de su responsabilidad, la magnitud del horror rebasa a las directivas ferroviarias. "Nunca había sucedido algo así antes", dijo el director al-Sherif. "He trabajado en los ferrocarriles 32 años y nunca había visto o escuchado algo de esta magnitud."

El sistema ferroviario egipcio fue construido por los británicos, y muchas de sus partes son verdaderas piezas de museo de la época del vapor inglés. Un museo polvoriento en la estación de la calle Ramsés, desde donde partió el tren de las 23:30, conmemora la presencia de la primera línea ferroviaria que se construyó en los bancos del Nilo y del tren especial en el que los dignatarios otomanos viajaron en total confort y con mucha más seguridad de la que gozaron los pasajeros que murieron tras terrible agonía en las primeras horas de ayer.
 
 

© Copyright The Independent

Traducción: Marta Tawil

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