Persecución policiaca en el tiempo
Un estudiante fue detenido por un delito que se cometió
dos horas más tarde
ELIA BALTAZAR
El jueves 15 de noviembre, a las 16:30 horas, dos jóvenes
armados interceptaron a una mujer que conducía una camioneta sobre
la calle Hacienda Santa Cecilia. La despojaron de sus pertenencias, del
vehículo y se dieron a la fuga. Pero pronto fueron alcanzados, apenas
cinco cuadras adelante, y detenidos por dos agentes de la policía
capitalina, que los presentaron a la agencia 32 del Ministerio Público.
Ese mismo día, a las 14:30 horas, Fernando Cortés
González, un joven de 20 años, fue detenido dentro de las
instalaciones de un billar de la plaza comercial Cuemanco, ubicado en Calzada
del Hueso, y más tarde sería acusado de cometer el asalto
que ocurrió dos horas después y por el cual ya fue sentenciado
a cinco años y tres meses de cárcel. Y ya no su palabra,
ni siquiera la de los testigos que se encontraban en el lugar cuando se
llevó a cabo el operativo de la policía, valieron
para librarlo.
Tampoco pesó en el ánimo del juez segundo
de lo penal del Reclusorio Preventivo Norte, Alfredo David Rosales Castrillo,
que la mujer víctima del delito, de nombre Esther Herrera de Becerril,
reconociera en el careo ?según consta en actas? "que nunca había
visto" a Fernando. "No lo conozco", declaró. Y así se lo
expresó antes a la madre del joven, a quien le dijo que su hijo
no la había asaltado.
No consideradas en el proceso penal las contradicciones
en la acusación contra Fernando, que fue aprehendido en hora y lugar
distintos a los que aseguran los policías y aun la misma mujer que
denunció el delito, la familia de Fernando presentó la apelación
de la sentencia, que está en curso en la sala uno del Tribunal Superior
de Justicia capitalino. Y Fernando espera. Porque hace tres meses y medio
que perdió su libertad y su vida como estudiante de la Universidad
Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, donde cursaba el segundo
bimestre de diseño de la comunicación gráfica.
Un mal día
Antes de su detención, Fernando había comenzado
su día como cualquier otro. Clase de francés de 8 a 10 en
el Centro de Lenguas Extranjeras de la UNAM, y de allí a la UAM
Xochimilco, donde tenía una clase con la maestra Rosalía
Reyes, que se suspendió por "causas de fuerza mayor". Eran las 11:30
de la mañana y Fernando tenía que volver a su casa sólo
antes de las tres de la tarde. Así que, con sus compañeros
de la universidad, Octavio, Hugo y Pablo ?este último también
detenido y posteriormente liberado?, se dirigieron primero a las canchas
de futbol de su plantel, pero como las estaban regando no hubo posibilidades
de jugar.
Entonces decidieron ir al billar, donde estuvieron desde
las 12:30 del día hasta la hora en que un operativo los sorprendió,
lo mismo que a los jóvenes que se encontraban en otras cuatro mesas
de pool. Entraron "muchos policías", dicen en su declaración
los jóvenes y la empleada del billar. Fernando estaba en ese momento
en el baño, deshaciéndose de la tiza de sus manos, y no escuchó
cuando los agentes de la Secretaría de Seguridad Pública
entraron al local, armas en mano, ordenando a todos los muchachos tirarse
al suelo.
Cuando salió del baño oyó la voz
de una chava que le gritó que hiciera lo mismo. Pero no alcanzó
a llegar al piso, porque la mano de un agente lo tomó por el cinturón
y lo levantó. El policía le pidió una identificación
y al sacar su cartera se la arrebató. Fernando le dijo que era estudiante
y que allí estaba su credencial. Pero el uniformado sólo
le contestó: "Si yo quiero tú no existes, así que
mejor jálale". Y a golpes lo sacaron del lugar.
Fernando fue llevado hasta una patrulla y en otra subieron
a su amigo Pablo Eduardo Diz Ramírez. Los dos fueron obligados a
cubrirse la cabeza con su propia playera y a tirarse en el piso del vehículo.
Los golpearon y trasladaron al sector Culhuacán.
Allí, Fernando fue encerrado en un cuarto en el
que lo pusieron de rodillas, aún con la cabeza cubierta, por lo
que sólo vio tres pares de zapatos que comenzaron a patearlo en
las costillas. Le comenzaron a gritar que confesara dónde había
dejado "las llaves (de la camioneta) y el cuete". Para Fernando eran preguntas
inexplicables.
Poco después lo llevaron de nuevo a la patrulla
y antes de abandonar la sede del sector, lo bajaron y pusieron frente a
una pared, donde le tomaron una fotografía junto a su amigo Pablo.
De allí fue trasladado a la agencia 32 del Ministerio Público,
a donde llegaron aproximadamente a las cinco de la tarde de ese jueves
15 de noviembre. Contra la ley, los agentes no le permitieron hacer una
sola llamada. Su declaración la rindió hasta el viernes por
la noche, cuando supo por fin de qué lo acusaban.
El sábado por la mañana, Fernando ya estaba
en el área de ingreso del Reclusorio Preventivo Norte. El operativo,
sin embargo, ha sido negado por las autoridades y ni siquiera existe
bitácora de la actuación de los policías que participaron
en los hechos.
La otra historia
Los hechos antes descritos no sólo fueron narrados
por Fernando, sino por ocho testigos que rindieron su declaración
ante la secretaria de actas del juzgado segundo de lo penal, Elodia Campollo
Otero, porque el juez Alfredo David Rosales no estuvo presente en ninguna
de las audiencias y ni siquiera en los careos del proceso. Las declaraciones
constan en las actas, en poder de este medio.
Otro, sin embargo, es el testimonio de los policías
Víctor Manuel Vázquez Comunidad, con placa R 10135, y José
Manuel Casas Díaz, con placa R 11129, quienes aseguraron que detuvieron
a Fernando en flagrancia, cuando huía de la camioneta que supuestamente
robó, y la cual fue interceptada por los patrulleros, según
su dicho, en la calle Hacienda de Torrecillas.
En su declaración, los policías aseguran
que detuvieron a Fernando y a Pablo cuando huyeron abandonando la camioneta.
Primero sometieron a los estudiantes, y luego alcanzaron a un sujeto más
de nombre Hansel, quien también se encuentra en la cárcel,
aunque no fue detenido en el billar ni es conocido de Pablo y Fernando.
Para entonces, la mujer que denunció el robo a
mano armada, ya se encontraba en su camioneta y revisaba si estaban completas
sus pertenencias.
La víctima del asalto aseguró que los ladrones
no sólo la despojaron de su camioneta Ford Windstar color oro, modelo
2001, con placas de circulación SPH-H105, sino de 80 relojes que
había en el interior, así como de su bolso y cartera con
mil 200 pesos, y de unos lentes con valor de $2 mil.
Ninguno de esos objetos encontró la policía
en poder de Fernando, Pablo o Hansel. Y aunque la mujer dijo que habían
sido dos los asaltantes, los agentes aseguraron que los tres iban a bordo
de la camioneta. Y que probablemente habían abandonado las propiedades
hurtadas antes de ser alcanzados. Pero en el rondín tampoco hallaron
nada.
Los policías aseguran que en el momento de ser
detenidos Fernando y Pablo, la mujer, que según los agentes se encontraba
en su camioneta a unos 45 metros de distancia, los vio y acusó de
robo. Sin embargo, los testigos de Fernando aseguran que la víctima
se encontraba en el estacionamiento de la plaza comercial donde está
ubicado el billar en el que se realizó el operativo.
En su declaración, la denunciante niega que haya
visto a los jóvenes ya detenidos y admite que no reconoce ni a Fernando
ni a Pablo como los asaltantes. En el careo afirmó que la primera
vez que vio a Fernando fue en la audiencia del 20 de diciembre de 2001.
Con todo, Pablo fue dejado en libertad bajo las reservas
de ley y a Fernando se le dictó auto de formal prisión, con
las declaraciones de los policías José Manuel Casas Díaz
y Víctor Manuel Vázquez Comunidad, como únicas pruebas
que constan en su contra, pese a las contradicciones del caso.
El lugar, la hora y el procedimiento que se siguió
durante y después de la detención de Fernando no son las
únicas irregularidades en este caso que ya está en manos
de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la
misma Comisión de Honor y Justicia de la Secretaría de Seguridad
Pública.
Pero el miedo obliga al silencio de la familia, que ha
pedido omitir algunos detalles para no influir en el ánimo de quienes
imparten justicia. Porque de ellos depende la libertad de Fernando. Y sobran
razones para desconfiar.
Justicia ciega
Los familiares de Fernando -y él mismo- han tropezado
una y otra vez con las experiencias de sobra conocidas. Desde el maltrato
en una agencia del Ministerio Público, donde escriben una declaración
que pocas veces se acerca a los hechos que se describen, hasta la constante
entrega de dinero para acceder a los derechos que a todos corresponden.
Los padres de Fernando, por ejemplo, tuvieron que pagar 500 pesos sólo
porque le entregaran una chamarra mientras estaba en los separos del Ministerio
Público. Y hay más, pero "no es el momento de decirlo", porque
Fernando sigue "adentro".
En busca de justicia, de que alguien los escuche, han
recurrido hasta al propio jefe de Gobierno del DF, Andrés Manuel
López Obrador, quien escuchó su caso y pidió a sus
colaboradores la atención debida. Poco han logrado hasta ahora.
Porque, a veces, la máxima que hace ciega a la justicia, se cumple
hasta el extremo.