Luis Hernández Navarro
Regreso a la Marcha del color de la tierra
Hace un año que la Marcha del color de la tierra
comenzó. Hoy, como entonces, el gobierno de Vicente Fox carece
de iniciativas para solucionar el conflicto armado en Chiapas y la problemática
indígena en el país. Su comportamiento semeja el de un corcho
flotando en el mar: no se hunde, pero no se dirige a sitio alguno. Incapaz
de elaborar una política activa, inquieta por el silencio del EZLN,
presa del conservadurismo panista, la nueva administración parece
conformarse con administrar el conflicto, aplaudir los procesos de reconciliación
ficticia impulsados por el gobierno de Chiapas, esperar el milagro de que
la política social desfonde la resistencia zapatista y simular que
la situación se encuentra "bajo control" para venderle a la comunidad
internacional la idea de "aquí no pasa nada".
Su esperanza de que la derrota electoral del PRI quitara
razón de ser a los rebeldes mexicanos resultó infructuosa,
por lo que se ha quedado sin recursos políticos para enfrentar el
momento. En las cárceles de Chiapas, Tabasco y Querétaro
permanecen 29 zapatistas detenidos. Los paramilitares siguen actuando.
La presencia en el país de cerca de 100 defensores de derechos humanos,
organizados en la Tercera Comisión Civil Internacional de Observación
por los Derechos Humanos, desmiente la versión de que el asunto
chiapaneco ya no preocupa en el exterior.
El fracaso de la política indígena del nuevo
gobierno ha sido estrepitoso. Coptó a la dirección de la
ANIPA pensando que así podría controlar el movimiento indígena,
para deshacerse parcialmente de ella antes de un año sin alcanzar
resultado alguno visible. Creó una comisión especial dedicada
a apagar fuegos, que reproduce esquemas paternalistas en la relación
entre el Estado y los pueblos originarios. Ahora se dispone a emprender
una reforma institucional que "tirará el niño con el agua
sucia de la bañera" al descentralizar las funciones del Instituto
Nacional Indigenista (INI) hasta ahogarlo en la red de intereses de los
cacicazgos regionales.
Al pasmo gubernamental hay que añadir la incapacidad
de la Cocopa para generar iniciativas de coadyuvancia consensadas entre
las partes. Ni siquiera pudo sumarse a una de las más interesantes
acciones para destrabar el conflicto, impulsada recientemente por 168 legisladores:
la nueva presentación al Congreso de la iniciativa de reformas constitucionales
sobre derechos y cultura indígenas, elaborada por ella misma en
1996. El hecho es penoso y, a su lado, todas las demás acciones
que han emprendido sus integrantes sólo parecen fuegos de artificio,
iniciativas de promoción personal para ganar un pequeño espacio
en los medios de comunicación, y no genuinas acciones a favor de
la distensión. El fracaso de la comisión de concordia como
impulsora de la paz es mayúsculo y vergonzoso.
Anulados los poderes Ejecutivo y Legislativo como actores
capaces de destrabar el conflicto, el balón está ahora en
la cancha del Poder Judicial. Próximamente la Suprema Corte de Justicia
de la Nación (SCJN) deberá resolver las más de 300
demandas de controversia constitucional en contra de la ley Bartlett-Fernández
de Cevallos- Ortega.
Estas inconformidades fueron presentadas en su inmensa
mayoría por municipios indios y han sido acompañadas de acciones
de desobediencia civil pacífica: tomas de gobiernos locales, defensa
de los territorios y recursos naturales, consultas y reuniones. Apenas
este fin de semana en Oaxaca decenas de organizaciones étnicas y
autoridades tradicionales y constitucionales promovieron una movilización
nacional de los pueblos originarios ante la Suprema Corte para hacer saber
a los ministros que están pendientes de la resolución.
La disyuntiva que la SCJN tiene delante de sí es
similar a la que tuvo que enfrentar en enero de 1994.
En la primera Declaración de la Selva Lacandona,
en la que los insurrectos declararon la guerra y reivindicaron su carácter
de fuerza indígena al señalar que "son producto de 500 años
de luchas" (que de acuerdo con el escritor Manuel Vázquez Montalbán
es "un grito de protesta al estilo del siglo xix"), convocaron no a destruir
el Estado burgués, ni a instaurar el socialismo, sino a algo mucho
más modesto: que el Poder Legislativo y el Poder Judicial se abocaran
a restaurar la legalidad y la estabilidad de la nación deponiendo
a Carlos Salinas de Gortari.
El fallo de la Corte será crucial tanto para el
futuro de las relaciones entre el Estado mexicano con los pueblos indios
como para el proceso de paz. Una negativa a reparar el agravio legislativo
cerrará las posibilidades de solución al conflicto. El Poder
Judicial tiene delante de sí una oportunidad única para reparar
un daño histórico. Los ministros tienen la palabra.