Estreno en el Palacio de Bellas Artes de la
ópera bufa La italiana de Argel
Deleite de operópatas con las bromas
de Rossini
PABLO ESPINOSA
Una
mexicana vestida de italiana en Argel, varios cantantes en el papel de
profetas en su tierra, hartos operópatas desternillados de la risa,
una batuta venida de más a menos, muchos claques en butacas y una
asistencia muy nutrida porque todos acababan de comer fue el saldo, en
números anaranjados pues de ese color vistieron a turcos en escena,
del estreno en nuestro país de La italiana en Argel, ópera
cómica del gordísimo Rossini.
Importar cantantes... mexicanos
Palacio de Bellas Artes, la tarde del domingo. Nueva etapa
de la ópera en México se abre con esta partitura nunca antes
vista pero sí escuchada. Fue ahora sí vista porque todo salió
tan redondo como la panza de un arquitecto de su propio destino como músico
y gourmet: don Joaquinísimo Rossini. El reparto es mexicano
hasta las cachas (sin albur): voces que han triunfado en otros ámbitos
(otras voces, otros ámbitos, diría el maestro que escribía
reportajes en forma de óperas, Truman Capote) pero que no habían
recibido la oportunidad que ahora se abre con la frase abracadabra de Raúl
Falcó: ''Voy a importar cantantes... mexicanos".
Así por ejemplo, el papel estelar sonó a
cargo del tenor José Medina, quien hasta ayer había sido
profeta en otras tierras, o mejor, en otras tablas entre ellas las del
Met. Bela la suavoche manontanto, porque sólo duró
su intensidad y brillo en el primer acto, al igual que se murió
en el acto... segundo la fogosidad inicial de la batuta enhiesta primero
y blanda enseguida de Jesús Medina, también debutante en
ópera. Muchos estrenos en sólo dos actos.
El mayor acierto fue sin duda la dirección escénica
de Hernán del Riego, cuyo montaje De monstruos y prodigios
ya había fascinado a chicos y grandes, operopatotas y operopatitos.
En contraste con lo que sucedía hace no muchos ayeres en Bellas
Artes, cuando nos moríamos de la risa pero del puritito humor involuntario
por las puestas en escena acartonadas y planotas, en esta ocasión
nos morimos pero del gusto y hasta al mismísimo don Perogrullo le
dolía la panza de tanta carcajada con la comicidad, agua tibia,
de una ópera cómica bien lograda en su montaje.
En escena entonces, las bromas musicales del gordo genial
Rossini en nudos gordianos tejidos entre el foso de la orquesta, las gargantas
de solistas, coristas, corifeos y coriguapas. Frente a operómanos,
operófilos, operópatas y operarios, el dulce placer del arte
de la ópera como el hilo negro que se acaba de descubrir, ¡oh
sorpresa!, los operópatas (dícese de los que escuchan ópera
con las patas, de acuerdo con el maestro Juan Ibáñez): la
ópera es teatro y música en dulce cópula de locos.
Hacía mucho tiempo, por lo pronto, que no reían
tanto y de buena gana tantos operópatas.