68: LOS ARCHIVOS OFICIALES Y LA VERDAD
Ante
la inminencia de la apertura de los archivos gubernamentales sobre los
sucesos que culminaron en la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco
y sobre la guerra sucia que el Estado mexicano emprendió en las
dos décadas siguientes contra organizaciones guerrilleras y contra
movimientos y luchadores sociales pacíficos, cabe reflexionar sobre
los alcances y los límites de los documentos que por estos días
están siendo ordenados y sistematizados en el antiguo Palacio de
Lecumberri, sede del Archivo General de la Nación (AGN).
Es pertinente recordar que tales acervos documentales
no sólo serán puestos a disposición de investigadores
e informadores, sino que también habrán de ser un instrumento
fundamental para la fiscalía especial de la Procuraduría
General de la República (PGR) encargada de investigar la represión
oficial del movimiento estudiantil del 68 y los excesos y crímenes
cometidos de manera regular en la estrategia de contrainsurgencia y contención
política de los años 70 y 80. Desde esa perspectiva, es posible
que los archivos referidos den pie a ciertos hallazgos y revelaciones históricas,
y que sean, además, pruebas documentales importantes en la investigación
ministerial de algunos de los delitos perpetrados por diversas autoridades
del país en 1968 y en los años siguientes.
Pero debe considerarse, al mismo tiempo, que los papeles
hoy resguardados en el AGN estuvieron durante más de tres décadas
bajo el control de los propios culpables de esos crímenes y de sus
herederos políticos, y que es por demás probable que en todo
ese tiempo se haya perpetrado toda suerte de sustracciones y manipulaciones
de los archivos. Por ello el secretario de Gobernación, Santiago
Creel, advirtió el miércoles de la semana pasada que el actual
régimen no podía garantizar la veracidad ni la integridad
de los documentos que en breve serán puestos a disposición
de la sociedad y de las autoridades encargadas de la procuración
de justicia.
En esa lógica, cabe dudar que el examen de tales
legajos permita, por sí mismo, establecer las responsabilidades
legales de Luis Echeverría Alvarez y de sus más cercanos
colaboradores por la matanza de 1968 y de la guerra sucia de los años
70, la cual concierne también a José López Portillo
y a varios miembros de su equipo de gobierno. En otros términos,
no parece recomendable hacerse demasiadas expectativas sobre la utilidad
de los archivos para formular imputaciones penales por las atrocidades
del 68 y de los años 70 a esos ex presidentes, y a los que los sucedieron
en el cargo --Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo-- por
el encubrimiento y la impunidad con que obsequiaron a sus antecesores.
Si se ha de hacer justicia, parece pertinente que la fiscalía especial
llame a declarar a dichos individuos. Tal medida sería una muestra
efectiva de voluntad política, por parte del presente gobierno,
mucho más verosímil que la apertura de los archivos oficiales.