Martí Batres Guadarrama
Un PRD ganador
La elección del próximo 17 de marzo en el Partido de la Revolución Democrática es evidentemente una renovación general de todos sus niveles de dirección, desde los comités de base hasta la dirección nacional. Pero es, más que eso y, sobre todo, la conclusión del debate que sobre su línea política inició poco después de los comicios de 2000.
En esta contienda interna se ha hablado de institucionalidad, de unidad, de organización territorial. Sin embargo, el tema central del debate, y el punto de la controversia, es la línea política, particularmente la relación del PRD con el gobierno federal y las definiciones frente a los grandes temas nacionales.
Apenas había concluido la elección presidencial de 2000 y en el PRD empezaron a conformarse dos grandes opiniones para explicar las causas de la derrota y la definición de rumbo del partido. La opinión predominante en la dirección nacional se orientaba a reconocer en el nuevo gobierno federal un factor auténtico para profundizar la transición democrática y un interlocutor, no sólo para el diálogo, sino también para establecer alianzas de largo aliento. Asimismo, se insistía en la idea general de que la recuperación electoral del PRD derivaría de su corrimiento hacia el centro político. Incluso se puso en el tapete de la discusión el tema de la participación de perredistas en el gabinete presidencial.
La otra opinión ubicaba al gobierno de Fox, si bien con clara legitimidad electoral, como expresión de continuidad y profundización de una línea económica socialmente polarizante. Por ello, se decía, la orientación política del partido debía centrarse en la oposición y la alternativa, más que en la alianza de largo aliento. No se descartaban los acuerdos específicos con el nuevo gobierno. Desde esta perspectiva posicionarse a la izquierda se presentaba como camino hacia el crecimiento electoral del partido. Así lo demostraba la gestión de Andrés Manuel López Obrador al frente del PRD y su campaña electoral por la jefatura del Gobierno en el Distrito Federal.
Había consenso, no obstante, en la necesidad de un partido dialogante con todas las fuerzas de la sociedad, capaz de convertirse en factor de decisión, constructor de acuerdos y mayorías legislativas, con responsabilidad de gobierno a nivel estatal, abierto a todos los sectores de la sociedad, incluido el empresariado con vocación social.
En tan sólo un año se demostró la inviabilidad de la primera opinión. A pesar de la disposición dialogante y negociadora de la dirección nacional del PRD, el gobierno de Fox ha sido errático y voluble en su relación con este partido. No ha sido interlocutor confiable ni estable y, lo que es más importante, no ha habido materia para la coincidencia. Las prioridades de Fox ofrecen discrepancia en casi todo, y todo el tiempo, ya no digamos con el PRD, sino con la mayoría social. La imposición del IVA en el consumo básico, la privatización de energéticos, la contrarreforma laboral, el releccionismo, el conflicto con Cuba, el apoyo a los bombardeos estadunidenses en otros países, la eliminación del subsidio al servicio eléctrico, la protección a los productores extranjeros de alta fructosa, la autorización de transacciones como la de Banamex-Citigrup, el aeropuerto de Texcoco, son apenas algunos ejemplos que permiten preguntar: Ƒpor dónde podemos coincidir?
Una línea política no se establece de una vez y para siempre. Es la realidad la que determina el camino a seguir. Esta realidad que nos rodea está exigiendo un PRD con definiciones precisas, sin ambigüedades ni eclecticismos.
La indefinición es lo que más daña al PRD, justamente porque la sociedad está esperando un referente distinto a lo que predomina en el gobierno. La cuestión indígena, las tarifas eléctricas, la política exterior son temas que se han convertido en espacios de indefiniciones con altos costos para el partido.
Frente a un gobierno incapaz de cumplir con su oferta de cambio y auspiciador de un proyecto socialmente polarizante; ante un PRI imposible de renovarse, encabezado por su rostro más autoritario y neoliberal, el PRD tiene una enorme oportunidad de crecimiento.
Es el único que puede presentarse como la otra gran alternativa frente al proyecto económico y social predominante, como la fuerza de la renovación nacional y la formación política socialmente incluyente. Así lo ha demostrado donde es gobierno y así lo han reconocido sus gobernados.
Comprometerse, así sea a medias, con los proyectos de Fox llevaría al PRD a perder perfil y razón de ser. Lo proyectaría como un partido más, integrado a la clase política tradicional. Desdibujaría su pretensión de erigirse en alternativa. Lo alejaría de la sociedad, de sus voces y sus movimientos. En suma, inhibiría su crecimiento.
El PRD es electoralmente fuerte ahí donde está construido sobre un amplio tejido social, donde se relaciona con diversos estratos, numerosos movimientos populares y variadas expresiones ciudadanas y culturales. Es partido ganador donde construye amplias alianzas y sobre todo donde tiene definiciones precisas.
Para ganar mayorías electorales no ha necesitado despojarse de su proyecto. Ha construido mayorías justamente donde es más fuerte su identidad social y cultural, su identidad popular y nacional. Es decir, donde se ha posicionado a la izquierda en el espectro político nacional. El PRD gana con su propio proyecto de izquierda no corriéndose al centro, sino atrayendo al centro hacia sí.
El 17 de marzo es precisamente el momento para que el PRD emerja con una línea política clara y definida que le permita reposicionarse como un partido ganador. Eso es lo que le están exigiendo la sociedad y su realidad.