Fernando del Paso
Religión y educación/ II
Dios, infierno y paraíso
Ante la imposibilidad de conocer todos los atributos que
se han asignado a Dios como el Ser Absoluto y Primordial en todas las mitologías
y religiones que desembocaron en el monoteísmo y que le dieron Brahma
a los hindúes, Atón a los egipcios, Yahvé o Jehová
a los judíos y Alá a los musulmanes, conviene limitarnos
al Dios de los cristianos y, sin la menor pretensión de enredar
a los alumnos en argumentos teológicos, darles a conocer por lo
menos los cuatro grandes argumentos de la existencia de Dios de la teología
occidental cristiana: el Ontológico, atribuido a San Anselmo; el
Cosmológico derivado de Aristóteles y Santo Tomás;
el Teleológico y, finalmente, el argumento moral de Kant. Sería,
pienso, indispensable examinar las raíces maniqueas del cristianismo
en la medida en que se basa en el doble principio de la Luz y las Tinieblas,
y la consiguiente lucha eterna entre el bien y el mal. La idea de un infierno
y un paraíso está estrecha e indisolublemente vinculada a
este principio. La historia del infierno es muy antigua: los griegos concibieron
el hades, y los judíos el gehenna; en el Apocalipsis
de San Juan el infierno es un lago de azufre y fuego, y tanto hindúes
como budistas, zoroastrianos y musulmanes, se imaginaron un lugar de terribles,
inenarrables torturas para los malvados, si bien en muchos casos, estos
lugares parecen ser más bien purgatorios temporales, lo que no ocurre
en el cristianismo, a cuyos pensadores, al menos durante siglos, no les
repugnó la idea de la existencia de un castigo eterno.
Cielos ha habido, hay muchos, además de los paraísos
terrestres que ha inventado la fantasía, desde el Jardín
del Edén y el País de Jauja a El Dorado de los omaguas, pasando
por las islas maravillosas de la mitología germánica, donde
corrían ríos de leche y miel y, no faltaba más, también
de cerveza. La historia del cielo, de Colleen McDanell y Bernhard
Lang, constituye una preciosa fuente de conocimiento de las diversas concepciones
cristianas del cielo, que incluyen a la Jerusalén celestial de la
Iglesia Triunfante de muros y calles de oro y piedras preciosas; al cielo
como la reunión de contempladores inmóviles y perpetuos del
Ser Supremo; al cielo donde los bienaventurados, en una especie de Jardín
de las Delicias, recrean algunos ?no todos? de los placeres terrestres,
como la danza y la risa, y el cielo de Martín Lutero, donde los
insectos más repugnantes despiden deliciosas fragancias y llueven
monedas de oro.
Temas de reflexión en las clases podrían
ser la contradicción fundamental entre el libre albedrío
y la voluntad omnipotente de un Dios que todo lo sabe y dispone, así
como la limitante más grave de esa omnipotencia: el hecho de que
todo lo puede Dios, menos hacer que no haya pasado lo que ya pasó,
problema que el dicho popular expresa con peculiar picardía: los
palos dados, ni Dios los quita.
Historia de la Iglesia
Como prólogo a este capítulo, podemos referirnos
a la historia de la influencia de las religiones y los ritos paganos de
la antigüedad en las creencias y la liturgia católica, y en
particular el culto al sol y los astros, del cual encontramos todavía
algunos rastros, como en la palabra inglesa Sunday o día
del Sol, que es, también el día del Señor, y en los
nombres de los días de nuestra semana: el lunes de la Luna, el martes
de Marte, etc. Por lo demás, la historia de la religión cristiana
es, al menos durante muchos siglos, la historia de la Iglesia, que reclama
para sí el título de Santa, y que se divide en Iglesia Militante,
Purgante y Triunfante. La falta de espacio nos obliga a acudir a un esquema
limitado a los temas indispensables: los primeros apostolados, las persecuciones
y el martirio sufridos por los cristianos de las Catacumbas, la fundación
de la Iglesia y el Papado por San Pedro; la conversión en el siglo
iii de Constantino el Grande, que instituyó el cristianismo como
religión oficial del Imperio Romano. La expansión en Europa
de la doctrina y del poder pontificio que culminó con el dominio
de los Estados de la Iglesia y su pérdida posterior. La reclamación,
para el Papado, hecha por Inocencio I, de la soberanía sobre toda
la cristiandad occidental. La coronación de Carlomagno como Emperador
de Occidente por León III, inaugurando así el Sacro Imperio
Romano. La actuación excepcional de Inocencio III. Los Papas de
Aviñón. El cisma del siglo xv, que provocó la existencia
simultánea de tres papas y, por supuesto la Reforma provocada por
la corrupción de Roma ?no puede faltar la escabrosa historia de
los Borgia? y la comercialización de las indulgencias, motivos todos
que dieron lugar al nacimiento de las primeras ramificaciones protestantes
creadas por los seguidores de Lutero y Calvino. La diferenciación
de los presbiterianos puritanos que prevalecieron en Escocia y más
tarde en Irlanda del Norte, en contraste con la creación de otra
Iglesia muy distinta, la Anglicana. La Santa Inquisición, que merece
un capítulo aparte. La conquista espiritual de América y
la obsesión catequizante española derivada de la Contrarreforma.
El nacimiento y evolución de algunas órdenes como las de
los jesuitas, los dominicos, los franciscanos. Las Cruzadas y sus fundamentos
más que religiosos políticos y económicos, sus rotundos
fracasos ante las fuerzas de los turcos y los árabes, el saqueo
de Constantinopla y la legendaria y catastrófica Cruzada de los
niños. Como temas aparte, se harían referencias al intento
de conciliación entre la ortodoxia cristiana y Aristóteles,
que dio como resultado el milagro de la Escolástica; a la constitución
del Estado de la Ciudad del Vaticano nacido del pacto firmado en 1929 por
Mussolini y Pío XI y con el cual han establecido relaciones diplomáticas
docenas de naciones. Al Dogma de la Infalibilidad Papal, que data apenas
de 1870, instituido por Pío IX, y que se refiere no a todo lo que
dice el Papa, sino únicamente a lo que proclama ex cathedra,
o sea desde la silla de San Pedro, en cuestiones que atañen
a la doctrina, la fe y la moral. Pienso que, además, para todo católico
resultará interesante saber que durante más de 15 siglos,
era costumbre que el Papa nombrara cardenal de la Iglesia a cualquier laico
no sacerdote, es decir a quien nunca había recibido las sagradas
órdenes y que, en teoría al menos, cualquier varón
católico, sin ser sacerdote, podría, aun en nuestra época,
ser elegido Papa.
El Santo Oficio
La historia del cristianismo y con ella la de nuestra
civilización occidental, no estaría completa, desde luego,
sin la historia de la Santa Inquisición, cuyo Tribunal fue creado
en 1229 en el Sínodo de Toulouse, con objeto de descubrir y suprimir
la herejía, y que con lujo de crueldad y por medio de la denuncia,
la cárcel, la tortura y la hoguera, operó durante siglos
en Italia, Francia, España, Portugal y América. Las variadas
manifestaciones de la herejía, como el arrianismo, se dieron desde
los primeros tiempos de la era cristiana y a lo largo de los siglos destacaron
entre ellas los docetistas, que afirmaban que el cuerpo de Cristo era un
fantasma; el gnosticismo y los ebionitas, que aseguraban que Jesús
era hijo carnal de María y José, y, en fin, otras muchas,
como el patripasianismo, el pelagianismo, el jansenismo y el quietismo.
La Inquisición sirvió para eliminar numerosos movimientos
disidentes, como las sectas espirituales y los begardos de Alemania, y
en España se dirigió en particular contra aquellos moros
y judíos, llamados marranos y conversos, que habían renunciado
al judaísmo y al Islam para abrazar la fe católica. De paso
le sirvió a la Iglesia y a la intolerancia para asesinar a místicos,
heterodoxos, francmasones, humanistas, bígamos, blasfemos, homosexuales
y autores e impresores de libros prohibidos. Prohibidos, claro, por la
Iglesia. Pocos ejemplos tan cruentos e inhumanos como las guerras de religión
en Francia y los asesinatos en masa indiscriminados de los cátaros
o albigenses franceses, los hugonotes ?1572 fue el año de la tristemente
célebre Noche de San Bartolomé? y, más tarde
la destrucción, sin piedad, de los camisardos.
La historia de la Inquisición en México
es confusa, ya que en tanto el historiador Luis González Obregón
calcula que hubo 51 sentencias de muerte en los 230 años que duró
el Santo Oficio en nuestro país, hay quien afirma que el número
fue casi insignificante. Sin embargo, parte indispensable de nuestro estudio
sería el libro de Alfonso Toro, donde se narra el caso de la célebre
familia mexicana de los Carvajal, mártires de la fe judía.
He dicho varias veces antes, y no me cansaré de reiterarlo, que
no se entiende el espanto de los españoles ante los sacrificios
humanos de los aztecas, ya que éstos obedecían a una lógica,
macabra si se quiere, pero lógica al fin, que era la de alimentar
al Sol con la sangre de los vencidos, en tanto que los cristianos torturaban
y quemaban a sus hermanos en nombre de un Dios todo misericordia. No hay
que olvidar que en 1480, los Reyes Católicos Fernando e Isabel le
dieron un nuevo impulso a la Inquisición, y que en 1492, aún
estaba vivo el siniestro Torquemada. Motivo de discusión, en clase,
puede ser comparar la imaginación inquisitorial aplicada a la invención
de espantosas torturas de una crueldad inconcebible, con la de aquellos
que torturaron a Jesús con azotes, una corona de espinas y la crucifixión,
así como comparar los padecimientos espirituales que sufrió
el fundador del cristianismo, con los millones de simples mortales que
han sufrido lo que él jamás sufrió, como la muerte
de un hijo adorado, para poner un solo ejemplo.
No estará ausente de este programa, por supuesto,
la relación de la violencia y la crueldad ejercidas contra los cristianos
y católicos en particular a través de los siglos: las persecuciones
de los primeros tiempos, antes mencionadas; las matanzas de los católicos
irlandeses de las que fue responsable Oliver Cromwell, así como
las atrocidades cometidas por los republicanos franceses en las llamadas
Guerras de la Vendée en Francia, iniciadas a finales del
siglo xviii, o las matanzas de cristianos a manos de los boxers chinos
en los albores del siglo xx. La historia de las persecuciones religiosas,
es, desde luego, inagotable, pero en un programa de estudios amplio sobre
este tema la historia del Holocausto sería, por supuesto, un tema
ineludible.