MAR DE HISTORIAS
El Salvador
CRISTINA PACHECO
Fernando sabe que es inútil demorarse. Tarde o temprano deberá rendir cuentas en la parroquia de San Cayetano y ante la Comisión Honoraria de Festividades y Eventos Especiales. No sabe a cuál de los dos sitios dirigirse primero a reportar su fracaso. No hay otra palabra que describa mejor la desbandada de cuarenta actores, el desperdicio de tres meses de ensayos e innumerables visitas al taller de Máximo Pulido. Cuando el sastre se entere de que los atuendos diseñados por él terminarán en algún ropero o en cajas de cartón pondrá el grito en el cielo.
El escándalo de Máximo será cosa de niños frente a la contrariedad del padre Márquez. Fernando lo imagina yendo de un extremo a otro del curato y gritando: "šƑCómo le voy a decir a toda esa gente que, por primera vez en sesenta y dos años, no tendremos representación del vía crucis?!" Incapaz de darle una respuesta aceptable, Fernando le suplicará que le anuncie a los fieles en el rosario de las siete o a más tardar mañana, en la misa de seis, que todo está cancelado y que si desean ver la representación se dirijan a Cerritos.
En esa colonia, desde principios de año, los organizadores lanzaron una campaña basada en volantes. En febrero la reforzaron con otra sonora. Fue idea de Juventino Aldama. Como administrador del mercado Camelinas, pidió a los locatarios que cuando salieran a vender sus frutas y verduras a las calles, difundieran mediante sus magnavoces un breve mensaje:
"Con el respeto y el fervor que nos inspiran los días santos, los invitamos a que nos acompañen en nuestra escenificación del vía crucis. Veinte actores, siete caballos y una hueste formada por más de doscientos voluntarios darán vida a cuadros que mañana serán legados y tradición de nuestro pueblo".
II
El primer sábado en que los comerciantes de Cerritos desplegaron su campaña por medio de altavoces, varios miembros de la Comisión Honoraria de Festividades y Eventos Especiales se presentaron en la casa de Fernando, recién nombrado coordinador, para reclamarle que no hubiera previsto semejante competencia. Ante la esperanza de los viejos Fernando desplegó una lógica impecable: "ƑCuántas personas pueden oír a los puesteros en una mañana? Muy pocas. En cambio, si nos aunciamos a través de la radio..." El rumor de asombro lo inspiró: "Y la televisión". Los viejos se miraron sorprendidos. Ignoraban que Fernando hubiera pensado en esas tácticas modernizadoras.
Don Alvaro, el tesorero de la comisión, fue el primero en manifestar su inquietud: "Eso cuesta un dineral y no lo tenemos". Salustio, cronista oficial de San Alvaro desde 1987, repitió lo que había leído en un periódico: "En horario triple A, y en cadena nacional, el minuto sale en ochocientos mil". Se oyeron estornudos y carraspeos.
Constantino, el dueño de la peluquería, interrumpió el infame concierto: "La gente ve tele a todas horas. Podemos meter los anuncios en la mañana o en la tarde. Saldría en muchos menos". Alvaro tomó su libretita, escribió algo y habló como un experto: "Sí: cien, doscientos mil, pero no los tenemos. Casi no recibimos donativos, y los pocos que llegaron fueron de cien, de quinientos".
Zenaido, vocal de coordinación, se levantó a cerrar la puerta y habló en voz baja: "Y no fue fácil reunir a los actores: estudian, trabajan o simplemente no tienen dinero para los trajes. Además, ya no somos los únicos. Las Cañadas y Cerritos tienen ya su escenificación. Nuestros muchachos están desanimados porque saben que vendrá a verlos menos gente".
Don Salustio entrecerró los ojos: "Hubo un tiempo en que actuaban quinientas personas y hasta cincuenta caballos. El año pasado costó trabajo conseguir quien hiciera a Dimas y Gestas". Constantino levantó su bastón: "Y casi no tuvimos centuriones". Zenaido volvió a tomar la palabra: "Y este año no andamos mejor. Julita, la Verónica, no sabe si podrá seguir viniendo a los ensayos, por su trabajo". Constantino hizo un paréntesis: "Por cierto, Josué también ha faltado mucho. Ayer me avisó que no vendría: está en exámenes. Le dije que ser Jesús es un privilegio pero también una responsabilidad muy grande". "La gente está fallando", murmuró Salustio.
Fernando se levantó. Descalzo, con la camisa abierta y las marcas de la almohada en su mejilla, avanzó hasta mitad de la sala y gritó: "šƑPor qué?! šRespóndanme!" No esperó la respuesta: "No lo saben. Yo sí". A pasos lentos volvió a su silla junto al altar salpicado de moscas: "Falta de estímulo. Pongan los pies en la tierra: la gente ha participado en las escenificaciones por gusto, por devoción, pero también por la vanidad de que otros la vean y digan: qué chingones son estos, cómo aguantan la caminata, la sed, los latigazos štodo!"
Zenaido intervino: "Fernando tiene razón". Salustio agachó la cabeza: "La juventud de ahora no es como la de antes". Fortalecido, Fernando chasqueó los dedos: "Por eso mismo tenemos que atraerla y para lograrlo, Ƒqué mejor que la televisión? Cuando sepan que vendrán a verlos personas de muchos rumbos de la ciudad y de toda la República, Ƒcreen que faltarán a los ensayos o que nos dejarán los papeles tirados? šNo! Y si quieren, se los pruebo en el ensayo de hoy, van a hacerlo aquí en mi casa".
La aprobación fue unánime. El entusiasmo se congeló cuando Alvaro puso otra vez el dedo en la llaga: "ƑY el dinero para los anuncios?" Fernando sonrió condescendiente: "No necesitamos dinero. Si acaso para mandarles un regalito a quienes no apoyen haciéndonos entrevistas en el radio. Tengo un amigo en la XYO y me dijo que este sábado podría entrevistar a los organizadores".
Alvaro siguió irreductible: "Bueno, sí, pero Ƒy la tele?" Fernando abandonó su sonrisa: "Estoy en pláticas. Hay chance de que nos presentemos en El Noticiero". "ƑTodos?", preguntó Zenaido. Fernando tuvo otra inspiración: "Nada más los actores principales, con sus atuendos. Josué podría llevar la cruz. No cualquiera carga noventa kilos de madera de pino". Hubo aplausos.
Volvieron a escucharse en la noche, antes del ensayo y después de que Fernando informó a los actores de su próxima aparición en un noticiario televisivo. Marcos sacudió la bolsa con treinta monedas falsas: "ƑQué día? Para estar listos". Fernando disimuló su desconcierto tras un cálculo optimista: "Podría ser el lunes que viene, pero déjenme preguntar. Es más: a lo mejor consigo que la tele venga y transmita desde aquí".
Las dudas de que Fernando lograría su objetivo se desvanecieron por completo el sábado en que Josué, Tania, Nayeli y Marcos expresaron a través de la radio su satisfacción de encarnar los papeles de Jesús, María, Magdalena y Judas. A partir de entonces nadie faltó a los ensayos. Los vecinos también acudieron llevados por la esperanza de que las cámaras de televisión los captaran aunque sólo fuese un segundo.
Al taller de Máximo volvieron los actores con objeto de verificar sus atuendos. En la peluquería de Cosme hasta el chícharo ayudó a rehacer caireles, a teñir barbas y pelucas. Mientras tanto, Fernando iba de una televisora a otra sin obtener más respuesta que vagas promesas que luego se convirtieron en esperas inútiles. En la noche, de vuelta al barrio, todos lo abordaban: "ƑCuándo será eso?" Su respuesta era siempre la misma y cada vez menos enfática: "Puede que el lunes". Ese día nunca llegó y el entusiasmo de los actores fue decayendo.
Esta noche, después de que le negaron el acceso a una televisora, al regresar a su casa Fernando vio que el único que había asistido a los ensayos era Marcos. "ƑDónde están todos?" No esperó la respuesta. Volvió a salir. Llegó la hora de enfrentar solo las recriminaciones del padre Márquez y los reproches silenciosos de la Comisión Honoraria de Festividades Especiales.