La pasión
Carlos Montemayor
Mi pasión por el canto fue posterior a la literatura. En la ciudad de México estudié muchos años con Roberto Bañuelas, un hombre renacentista: compositor, escritor, pintor y estupendo barítono. Después, en Madrid, estudié con la maestra Inés Rivadeneyra. Durante varios años he trabajado repertorio de música mexicana con Guadalupe Campos y Gabriel Saldívar, y repertorio de música alemana, italiana y española, en jornadas pantagruélicas imborrables en México, Querétaro y Río Verde, con el compositor Francisco Núñez, quien me presentó con Roberto Bañuelas en 1982. Por las tareas literarias, mi vocación por el canto no siempre ha sido pública. Sin embargo, en 1994 ofrecí un concierto en la ciudad de La Habana, en la sede de la Orquesta Sinfónica de Cuba, acompañado por el pianista Juan Espinoza, y dos conciertos más en Bellagio Study and Conference Center en la Villa Serbelloni, de la Fundación Rockefeller, en el Lago de Como, Italia, acompañado por el pianista chileno Alfonso Montecino.
La música y la literatura son dos maneras para mí de expresar lo mismo: la vida humana. El canto me ayuda para no enloquecer en mis tareas de escritor. Hay momentos en los que no puedo seguir escribiendo por la presión de aclarar o avanzar en una idea, un tema, un poema, y el canto, una hora, media hora, me permite reacomodar, ajustar los cabos sueltos o perdidos. En los momentos en que ronda la angustia, el canto también me sirve para reflexionar. El canto es una forma de autoconocimiento, porque se canta con todo el cuerpo o no se canta; se debe cantar reuniendo toda la presencia humana, corporal, sensorial, sensual, de lo que somos, o la voz no avanza. Ese acuerdo que exige, al interior, el canto, es también el acuerdo interior que nos exige la poesía.