TUMBANDO CAÑA
Ernesto Márquez
El güije
UN MITO MUY antiguo de la tradición oral afrocubana narra la singular presencia de un duendecillo negro, enano de dientes y ombligo largos y piernas torcidas como bejucos, conocido con el nombre de güije, que habitaba en la profundidad de la selva y al que todos temían por sus infames travesuras.
SEGUN LA LEYENDA los güijes llegaron a Cuba procedentes de Africa, dentro de unas botijas que destaparon algunos esclavos para dejarlos en libertad. A esas botijas debían volver esos diablos traviesos que habían escogido el fondo de los ríos y charcos para vivir.
DICEN QUE HABIA güijes borrachos, cantores, lenguaraces, bailadores de rumba, güijes comegallinas, comepuercos y cazamoscas. Llorones, chillones, tirapiedras, lascivos y ladrones de dulce de guayaba.
SI SE QUEMABA una casa de tabaco, el güije era el causante. Si no había comida, era porque él apagaba el fogón. Sin dejar de reírse, el negrito acababa un guateque a machetazos, amarraba el rabo a los animales y luego se tiraba de cabeza al charco. Por eso lo más usual era que el duende travieso cargara con todas las culpas.
A cazar al negrito
ESO OCURRIO HASTA que un día de finales del siglo pasado, en la villa de Remedios, donde muchos vecinos juraban haber visto al güije a la hora del atardecer en que acostumbraba ir a secarse sobre las lajas del río, todos convinieron en cazar al negrito. Pero tal hazaña sólo la podrían cumplir siete mozos castos o adultos primerizos que obedecieran al nombre de Juan.
ASI, SE BUSCO por toda la zona a los siete juanes que respondían a los apodos de Juan Tayuyo, Juan Buniato, Juan Calzones, Juan Manises, Juan Patudo, Juan Chicharrones y Juan Pericoso. Se les reunió en la plaza del pueblo, y allí se les armó de sogas con nudos corredizos, cadenas, sacos, camisas de fuerza y unas esposas que cedió gustoso el jefe de la policía. También les entregaron un garrafón de vino seco -por si era bebedor el güije- y disfrutaron de una regia cena.
A LAS 12 DE la noche salieron los siete juanes en una carrera chillona rumbo al río, distante una legua. Iban ufanos y decididos, convencidos de que con sus poderes mágicos de juanes primerizos tendrían un éxito seguro.
Lento viaje
TAN LENTO FUE el viaje que llegaron faltando cuatro minutos para las cuatro de la madrugada. Sólo cuando el reloj del ayuntamiento diera las cuatro saldría el güije de su escondite.
NO OBSTANTE, A los juanes les dio tiempo para tender un mantel sobre la hierba y cenar de nuevo. Luego se situaron en siete lugares, los más estratégicos: una mata de ateje, la piedra de lavar ropa, la hondonada donde bebían agua los caballos, sobre el guayabo florecido y debajo de una pomarrosa recién parida. Juan Tayuyo sería quien iniciaría el ataque después de ponerle al güije, como cebo, una majá y una jutía, sus platos preferidos.
Y ASI FUE. A las cuatro en punto de un remolino de agua turbia salió un negrito enano con los ojos como dos brazas incandescentes. Cuando se tiró a coger el cebo, el nudo corredizo de Juan Manises -el único bizco de los juanes y por eso el único que lo podía maniatar- lo atrapó.
LO AMARRARON CON mucho trabajo, pues era escurridizo como el jabón, y se lo llevaron en la carreta para el pueblo. Al amanecer llegaron a la plaza rodeados de los que querían ver de cerca al güije. Pero poco tiempo estaría entre ellos el negrito, porque frente a la Iglesia Mayor, en el momento en que el sacristán despedía la misa, se soltó las amarras y dando un salto olímpico cayó más allá de la carreta y se perdió camino del río.
NADIE PUDO ALCANZARLO y hasta la fecha nadie ha sabido de él ni de sus hermanos, pero la costumbre de responsabilizarles por cualquier cosa que falte o altere el orden persiste entre los cubanos.