Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 31 de marzo de 2002
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Política

Rolando Cordera Campos

La escalera del nunca jamás

La semana pasada en Monterrey se repitió hasta el cansancio el recetario. La frase favorita fue "hay que tener o poner la casa en orden". Sólo a partir de ahí, preconizó el presidente Bush, los países pueden aspirar a la ayuda oficial, los préstamos, el oxígeno. Sin eso, la inversión rehuirá a los morosos y pobres, el Tesoro desconfiará de sus gobernantes, la banca mirará para otro lado. La escalera del subdesarrollo se mantendrá intacta. Hay, pues, que afanarse para ganarse el pan y la sal. Punto y fuera, diría el piloto en otros tiempos.

Cada vez que el mundo se reúne por medio de sus estados nacionales se redescubre mediante el reconocimiento de la pobreza que embarga a más de la mitad de la población del globo. En recurrente homenaje a la economía política clásica, los recién llegados asisten al espectáculo ominoso de la concentración de la riqueza y el desvanecimiento de los ingresos en la base social y demográfica, sin que en el horizonte aparezcan señales de cambio o aliento. Así ocurrió aquí la semana pasada, y es esto, sobre todo, lo que debería quedar grabado en la memoria mexicana y mundial. No será así, porque el sainete se ha impuesto, pero bien se puede sostener este débil optimismo para la semana del retiro.

Volvamos a la escalera. En un libro que está por aparecer en las librerías londinenses, Kicking away the ladder?, el notable economista político coreano, profesor de la Universidad de Cambridge, Ha-Joon Chang, se propone poner en evidencia las varias y graves falacias que acompañan la reflexión contemporánea sobre el desarrollo internacional. Muchas de éstas hicieron compañía cotidiana a los discursos y documentos presentados en la cumbre de hace ocho días.

El recipiente sigue siendo el llamado consenso de Washington. Por más que muchos de los mejores y los más brillantes economistas han querido ir "más allá" de este consenso, hay que admitir que en su esencia se mantiene como el vademécum central de la economía globalizada. Hay que privatizar, liberalizar, proteger la propiedad y contar con instituciones que den seguridad a los contratos y los inversionistas. Hay que poner el mundo al derecho, luego de décadas de estar de cabeza por la mala obra de los consejos de Keynes y sus seguidores. Así y sólo así, se insiste, los países que están en los primeros peldaños de la escalera podrán ver para arriba, y los que ni siquiera han llegado podrán hacerlo. Así lo hicieron los que ahora miran el mundo desde la cúspide.

Lo que el pensador coreano nos propone es, precisamente, revisar la historia de quienes ahora pretenden presentarla como la lección a seguir, para descubrir, entre otras cosas, que esta historia no está bien contada y que las medicinas a veces no se compadecen con el enfermo ni con la enfermedad. El trabajo del profesor de Cambridge nos sugiere también que en ocasiones no sólo se falsea la historia sino que tampoco se dice todo lo que de ella se sabe y conoce. Como escribiera hace unas semanas en El País Sergio Ramírez, tal pareciera que en materia de recetas para la economía a uno no le dicen siempre toda la verdad, que algo se queda siempre en el archivo o el disco duro del consultor, el gobernante o el exégeta.

ƑEs realmente cierto que las políticas e instituciones que hoy se recomiendan a los países en desarrollo fueron las que adoptaron los hoy desarrollados cuando estaban apenas en camino? Incluso en un nivel superficial de la historia conocida, nos dice el economista coreano, hay evidencia de que no ocurrió así y que, tal vez, se nos esconde el secreto del éxito alcanzado.

Sabemos, dice el autor, que Estados Unidos mantuvo aranceles altos a partir de la Guerra Civil, que la Reserva Federal se instituyó hasta 1913, que Francia no tuvo un Estado intervencionista prácticamente a todo lo largo del siglo XIX y que Suiza se volvió un líder mundial en tecnología sin contar con una ley de patentes que "protegiera" la propiedad intelectual. En breve, nos dice Chang, los países desarrollados no llegaron a donde están mediante las políticas y las instituciones que hoy les recomiendan a los subdesarrollados. La mayoría de ellos, usaron activamente las "malas" políticas industriales y comerciales, protegieron su industria naciente, subsidiaron las exportaciones e hicieron poco o ningún caso de las instituciones que ahora consideran esenciales para el desarrollo. Más que tener la "casa en orden", se dedicaron a tener casa, dejando para después el lujo del orden.

Si esta historia de cómo realmente se hicieron ricos los ricos es correcta, la pregunta que sigue es decisiva, y a responderla dedica su libro el estudioso coreano: "ƑNo están los países avanzados, al recomendar esas 'buenas' políticas e instituciones, haciendo más difícil para los atrasados adoptar aquellas que en realidad les permitieron lograr el desarrollo económico?" Después de tanta presunción y dogma, y de tanto y tan bochornoso seguidismo, no estaría mal tratar de responder cuestiones como esta. Por lo pronto, la historia sería más divertida, y libre de tantos malos y simplones esquemas como los que hoy definen la sabiduría convencional. Al tiempo.

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