Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 31 de marzo de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

El nuevo filme de Robert Altman

1932, Inglaterra. En la propiedad campestre llamada Gosford Park se reúnen para una jornada de cacería los invitados de sir William McCordle (Michael Gambon) y lady Sylvia McCordle (Kristin Scott Thomas). La reunión deriva rápidamente en una confrontación de vanidades e intereses, con la hermana del patriarca McCordle, Constance, condesa de Trentham (Maggie Smith), desmenuzando implacablemente secretos e imposturas de la nobleza invitada y de algunos de sus pintorescos acompañantes, de orígenes inciertos. Entre ellos figura, como pieza clave, un productor estadunidense, Morris Weissmann, a quien se le atribuye la paternidad de la popular serie fílmica Charlie Chan, suerte de Sherlock Holmes oriental que en los años treinta interpretara el actor Warner Oland. En Muerte a la medianoche (Gosford Park), de Robert Altman, el hollywoodense Weissmann (Bob Balaban) presenta la trama de un capítulo más de su serie, misma que irá escenificándose progresivamente en Gosford Park hasta culminar en un asesinato.

Desde este inicio, Muerte a la medianoche es un tributo a la serie B estadunidense, pero también a las novelas de misterio de Agatha Christie. Aparece incluso una extraña encarnación de Hercule Poirot en la parsimoniosa figura del inspector Thompson (Stephen Fry). En este atípico whodunnit (larga pesquisa para identificar al asesino), Altman combina convenciones del género con una deliciosa sátira de costumbres. Alternadamente describe los rituales de la clase privilegiada y la observación inclemente de su servidumbre (mayordomo, ama de llaves, valets y recamareras), siempre más experta que ellos en los rigores de la etiqueta y al tanto siempre del último chisme en el círculo encantado. La primera hora de Muerte a la medianoche convida al espectador a incursionar en estas vidas privadas, en el recuento pormenorizado de sus intrigas y temores (el más fuerte, el miedo de la condesa de Trentham a perder la protección del patriarca McCordle, y quedar en la ruina), en sus secretos de alcoba (la servidumbre, proveedora ocasional de gratificaciones sexuales), y en sus despliegues de narcisismo satisfecho. Y luego de esta larga visita a los dominios y entorno mundano del autoritario McCordle, sobreviene, con timing estupendo, la anécdota que volverá la atmósfera irrespirable, el viejo secreto inconfesable, narrado con la intensidad de Festen (La celebración), del danés Thomas Vinterberg.

La cinta más reciente de Altman conserva la estructura fragmentada y la polifonía de Vidas cruzadas (Shortcuts), de Caprichos de la moda (Ready to wear), o de El ejecutivo (The player). La sátira de la nobleza británica en el periodo entre las dos guerras no difiere significativamente de las disecciones de Hollywood o del emporio Dior/Armani, pero esta vez hay un placer mayor en la narración y un gusto por la escenificación en interiores realmente notables -como si paralelamente al tributo al género de misterio británico, hubiera un deleite de esteta al evocar diseños de Cecil Beaton o escenografías de Alexander Trauner. La mansión dividida en dos niveles -superior e inferior- conduce a propuestas de estilización muy contrastadas -amos y servidumbre en faenas paralelas, vistos con la ironía y malicia del Jean Renoir de La regla del juego. Lo mismo sucede con el reparto, uno de los más ambiciosos en un cineasta de suyo adicto al escaparate multiestelar. Una revelación: Helen Mirren y su mística del servicio ("Soy una sirvienta perfecta, no tengo vida"). Ella y Michael Gambon (el patriarca McCordle) retoman, sin entrar jamás en contacto, su vieja confrontación en El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, de Peter Greenaway. Aquél, un relato de crueldad; éste una revancha no menos impiadosa. Emily Watson (Breaking the waves, de Lars von Trier), protagoniza, como sirvienta, una escena formidable: en una cena ella derrumba, con un exabrupto verbal, todas las barreras de clase, para escándalo y estupor de los asistentes. Altman se revela virtuoso en estos golpes teatrales. Recrea con precisión las atmósferas, describe pacientemente a cada personaje, concentra la trama en un solo día, y con una misma imagen inaugura y cierra su relato. Un guión muy sólido de Julian Fellowes organiza y abre cauces inesperados a una idea original del propio Altman y de Bob Balaban, todo en un despliegue de diálogos brillantes. ƑCharlie Chan en Gosford Park? ƑAcaso un capítulo climático de aquella serie B de los años treinta? Muerte a la medianoche, nueva muestra de ironía y elegancia visual, es un placer ineludible en nuestra cartelera.

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