PEDERASTAS, CATOLICISMO E IMPUNIDAD
Los
escándalos crecientes por la cantidad y gravedad de delitos sexuales
perpetrados por sacerdotes católicos en Estados Unidos dieron lugar,
en días pasados, a inopinadas y preocupantes reacciones por parte
de jerarcas de esa Iglesia en nuestro país.
Las primeras apuntaron a marcar una supuesta diferencia
entre lo que ocurre en las filas del catolicismo estadunidense y un panorama
nacional presuntamente mucho menos inquietante, en el cual los abusos sexuales
de los curas --cometidos sobre todo contra menores, pero también
contra religiosas, así como contra mujeres seculares-- serían,
se dice, singularísimas excepciones en un contexto de piedad, devoción,
rectitud y amor al prójimo.
Lo anterior podría ser tomado como parte de la
propaganda reactiva de cualquier institución política, civil
o religiosa afectada por un escándalo, pero a esas reflexiones se
ha agregado la advertencia de que la jerarquía eclesiástica
está dispuesta a sustraer del imperio de la ley a quienes cometan
delitos sexuales y a sancionarlos en procesos internos regulados por el
derecho canónico. Semejante pretensión de impunidad resulta
inaceptable, escandalosa y probablemente delictiva en sí misma.
Ante esas expresiones, resulta oportuno recordar que el
único territorio de excepción dentro del derecho mexicano
es el fuero castrense --ciertamente cuestionable y acaso suprimible, pero
aún vigente--, el cual es aplicable únicamente a faltas cometidas
en el ámbito y las circunstancias propias de la milicia. Los abusos
sexuales como los que se perpetran en seminarios, sacris-tías, confesionarios
y clases de catecismo, y cuya frecuencia, abun- dancia y gravedad parecen
ser proporcionales a la reticencia del clero a informar puntualmente de
ese fenómeno, deben ser ventilados en los tribunales legales correspondientes.
Quienes encubren a presuntos criminales son culpables, a su vez, de obstrucción
de la justicia.
Hasta ahora, la jerarquía eclesiástica ha
logrado evitar el procesamiento de muchos de sus integrantes, clamorosamente
señalados por sus presuntos actos de violencia sexual contra menores,
como el dirigente de la orden Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a
quien se atribuye haber dado a la frase "dejad que los niños se
acerquen a mí" sentidos más sexuales que amorosos y más
delictivos que evangélicos. Las instituciones encargadas de procurar
e impartir justicia no deben ceder a chantajes y demandas de impunidad
por parte del clero, a menos que pretendan multiplicar el descrédito
que de por sí vienen arrastrando.
Los pronunciamientos referidos ameritan una respuesta
inequívoca por parte de la Secretaría de Gobernación,
la cual, independientemente de las preferencias religiosas dominantes en
el actual equipo de gobierno, debe manifestarse en defensa de las leyes
y en contra de la impunidad.
Finalmente, cabe apostar por que la población católica
del país permanezca decidida a deslindar su vida espiritual privada
de la legalidad vigente, a preservar su integridad física, emocional
y afectiva, así como la de sus hijos, y a denunciar a la justicia
a los agresores sexuales de toda laya, con o sin uniforme y con o sin sotana.