LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Tiempo de mentir

EN SU SEGUNDO largometraje, Tiempo de mentir, el realizador francés Laurent Cantet aborda de nuevo un tema relacionado con el mundo laboral. Ya no la radiografía de una fábrica, con obreros, patrones y sindicatos en lucha, ni los choques ideológicos en una relación padre-hijo, como en Recursos humanos). La perspectiva es aquí distinta, casi el reverso de la medalla. De la esfera de lo político cotidiano en el ámbito laboral, el director transita a un territorio más íntimo: los efectos del desempleo en un individuo burgués, y su capacidad de instalarlo por largo tiempo en la irrealidad y la mentira.

POR UNA VEZ el título elegido en español, Tiempo de mentir, no es absurdo, aunque sí enfatiza de manera innecesaria el aspecto dramático de la cinta, eliminando de paso las ambigüedades del título original, L'emploi du temps, que alude a la vez al horario laboral al que ha dejado de sujetarse el protagonista, y a la forma en que habrá de utilizar en lo sucesivo su tiempo libre.

LA HISTORIA NARRADA procede del caso Romand, hecho real consignado primero en la nota roja y después en una novela de Emmanuel Carrere. Durante 18 años, el ciudadano Jean Claude Romand se diseñó una identidad falsa. Pretendió ser funcionario de salud de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuando en realidad estuvo siempre desempleado, sin grado académico alguno y viviendo a expensas del dinero de su familia, continuamente engañada.

A PUNTO DE descubrirse su impostura, Romand asesinó a todos sus familiares. Tal es el punto de partida de Tiempo de mentir. El realizador ha operado sin embargo cambios sustanciales en la trama y el desenlace, y en el perfil mismo del personaje, por lo que al espectador le queda por descubrir una propuesta diferente, alejada del realismo tremendista y de cualquier desbordamiento dramático.

''QUISE CREAR UN personaje que se desplazara por el mundo como un fantasma", señala el director y añade: ''Evocar un mundo laboral abiertamente fantasmal". En la esfera de una clase acomodada, el desempleo aparece como insoportable disminución del estatus social, como la premonición de su pérdida definitiva. El honorable cuadragenario Vincent (Aurélien Recoing), se siente obligado a preservar, para los suyos -en aras siempre del orden familiar-, una ilusión de estabilidad, por ello miente y deviene mitómano consumado. Cantet describe con minucia la fabricación de la impostura, la invención de un nuevo empleo, y señala algo fascinante: cómo la erosión del equilibrio mental del protagonista irónicamente acompaña todos sus afanes por alimentar la ficción de un estatus social inalterado.

EN UN SEGUNDO plano, Vincent se hace amigo de un ex presidiario, comerciante de artículos chatarra, Jean Michel (Serge Livrozet), con lo que se improvisa otra identidad y un círculo afectivo alternativo. En apuntes de gran sobriedad estilística, el realizador cuestiona una supuesta armonía familiar basada en el imperativo social del rendimiento laboral.

EN LA SOCIEDAD globalizada, parece concluir el cineasta, un hombre sin trabajo es una aberración. Pero cuando el desempleado es además un conformista nato, ajeno a toda noción de rebeldía, defensor instintivo de sus privilegios de clase, el desamparo es casi absoluto y puede conducir a la esquizofrenia o a un comportamiento sicópata. En relación con su filme anterior, Recursos humanos, el nuevo trabajo de Cantet representa un avance notable, una búsqueda formal más elaborada con un conjunto de actuaciones más depuradas y una manera original de mostrar, en el derrumbe existencial de un individuo, los saldos del pragmatismo social y de la tiranía del estatus.