Carlos Montemayor
El golpe de Estado
El pasado 8 de febrero varias agencias internacionales de noticias (Reuters, Afp y Dpa) informaron que el Fondo Monetario Internacional (FMI) estaría dispuesto a respaldar en Venezuela un posible "próximo gobierno de transición", pues el país tenía un buen futuro económico.
El contexto internacional era muy peculiar en aquel momento. Tenía poco más de un mes de haberse instalado el gobierno provisional de Afganistán, encabezado por Hamid Karzal, antiguo empleado de la empresa texana Unocal, petrolera trasnacional. En Medio Oriente comenzaba el gobierno de Ariel Sharon a mover una pesada maquinaria de guerra para ocupar ciudades palestinas en Gaza y Cisjordania, así como para conseguir el desconocimiento de Yasser Arafat como interlocutor político e institucional entre Israel y Palestina. En esos días, en otra parte del mundo árabe, Estados Unidos comenzaba a buscar aliados para justificar una invasión a Irak y derrocar a Sadam Husseim.
En nuestras tierras, tres presidentes argentinos se habían sucedido vertiginosamente en unos cuantos días y Eduardo Duhalde tenía poco más de un mes tratando de encauzar a su país por otras vías que lo salvaran del desastre. El FMI se había deslindado de la catástrofe de Argentina y se negaba a apoyarla. El gobierno de Bush también se negó a brindar ayuda económica al nuevo gobierno de Duhalde y lo único que ofrecía eran consejos, que más parecían de humor negro que involuntario: aconsejaban a Duhalde no variar las políticas económicas que siguieron al pie de la letra y de la mano del FMI los presidentes Menem y De la Rúa, y que habían llevado al país, precisamente, a la bancarrota.
En este contexto era significativo que el FMI se adelantara a expresar su disposición para ayudar a "un gobierno de transición" en Venezuela. Era obvio que el FMI y Estados Unidos detrás de él estaban aceptando de antemano, y promoviendo por ello, un golpe de Estado. La negativa de ayuda para Argentina y el apoyo expreso al gobierno que resultara de ese golpe de Estado obedecían al interés de control político y económico del petróleo de Venezuela, pero de ninguna manera al deseo de propiciar la democracia ni a ayudar a la reconstrucción de un país.
Ahora, casi dos meses después, varios sectores venezolanos y extranjeros (entre ellos, lamentablemente y con poca diplomacia, el presidente Fox) creyeron que el golpe de Estado que apresó e incomunicó varias horas al presidente constitucional Hugo Chávez sería exitoso. Varios consorcios televisivos venezolanos y estadunidenses, particularmente CNN, dieron muestras del cinismo a que puede llegar la manipulación de la información. Creyeron que la manipulación informativa alteraba la realidad social y que podía moldearse al gusto de los intereses del mejor postor.
Un ejemplo de esto fue el editorial principal del New York Times. Celebró la "renuncia" o "remoción" del presidente constitucional Hugo Chávez, para no reconocer que celebraba, en términos estrictos, un golpe de Estado. El editorial fue más allá del cinismo; afirmó que la democracia venezolana ya no estaba amenazada y confesó: "Washington tiene un fuerte interés en la recuperación de Venezuela. Caracas satisface ahora 15 por ciento de las importaciones petroleras estadunidenses y con políticas más sanas podría dar más".
Muy de acuerdo con este júbilo patriótico estadunidense fue el de la más importante correduría de Wall Street, Merril Lynch, que transmitió, tan sólo ocho horas después del golpe de Estado, un comunicado a sus clientes que tituló así: "Lucrar con la transición". Según la correduría, el panorama para las inversiones en Venezuela había cambiado.
Uno de los puntos claves de este júbilo era la segura derogación de la Ley de Hidrocarburos, que la correduría calificaba de "poco estimulante para el sector privado petrolero", como recordó ayer Carlos Fernández-Vega en La Jornada. Venezuela fue el país del que surgió la idea de fundación de la OPEP. De su fortalecimiento actual, uno de los puntos clave de la política internacional de Hugo Chávez, podrían derivar procesos esenciales para una gran parte del mundo, que ahora está sitiado por la globalización de las corporaciones trasnacionales.
Esto ha venido molestando al amo del mundo. La consejera de Seguridad nacional estadunidense, Condoleezza Rice, expresó hace dos días ante la NBC lo siguiente: "Espero que Hugo Chávez reciba el mensaje enviado por su pueblo de que sus políticas no están funcionando para el pueblo venezolano, al que ha tratado en forma altanera". No, de ninguna manera es un mensaje del pueblo venezolano, como afirma altaneramente la señora Rice. Es un mensaje, o mejor, una amenaza del gobierno de Estados Unidos.
El mensaje es claro: no quiere la Casa Blanca entre nosotros un gobierno constitucional independiente; prefiere un golpe de Estado para instalar un gobierno de facto, sumiso a las reformas que le impongan las corredurías de Wall Street, el Banco Mundial, el FMI y la Casa Blanca. Si pudieran evitar golpes de Estado, sería mejor, claro. Es decir, sería preferible contar con gobiernos como el nuestro, dócil al extremo. El mensaje altanero de la señora Rice es claro no para Venezuela, por otro lado, sino para nuestra América Latina: los golpes de Estado en nuestros países seguirán siendo bien vistos durante el siglo XXI cuando los consideren necesarios el huésped en turno de la Casa Blanca o su asesor de Seguridad Nacional. šVaya con los pronósticos del nuevo milenio!