Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 21 de abril de 2002
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Cultura
Bárbara Jacobs

Papeles

No sé cómo definir la dificultad que tengo para deshacerme de mis viejos papeles, primeros escritos o incluso trabajos escolares.

Todos son pueriles y más que insignificantes; son ilegibles; echarles apenas un vistazo es suficiente para horrorizarme; físicamente me crispo de vergüenza, entre la confusión que revelan, los altibajos que muestran; alternan cursilería con pedantez; aceite y agua, inmezclables; pero soy incapaz de hacerlos trizas y quemarlos; antes bien los protejo del polvo, del exceso de luz, de dispersarse, de perderse; los conservo celosamente, clasificados; saberlos conmigo es tranquilizador, sin que me explique de qué se trata, si de vanidad o de un deseo malsano de tener con qué atormentarme; imaginar que alguien los leyera es algo capaz de hacerme gritar, una pesadilla poderosa, ¿qué es lo que me detiene de desecharlos?

No los quiero. Repito, he intentado leerlos y es imposible. ¡Imposible! ¿Son pruebas? ¿De que? ¿De otra cosa que de caos? No tienen salvación, y sin embargo, sin embargo no puedo quemarlos. Esos primeros escritos, esos impulsos cristalizados en lenguaje escrito, denotadores de algo, sin duda, innombrable pero, insisto, intrascendente. Ni siquiera en su candor son atendibles. ¡No sirven; no sirven de nada! El caso es parecido al de la ensoñación que entretengo de escribir una autobiografía.

A veces imagino que arranco de un modo; a veces, de otro. Directo o indirecto, ese relato agazapado en el fondo del corazón de todo escritor está en el mío. ¿Hacer de uno una leyenda? Muy bien. Pero, entre tantas imaginables, ¿cuál elegir? ¿A cuál darle forma? Tan difícil una como otra, de atrapar, de elaborar, de llevar a sus penúltimas consecuencias, real o imaginaria, ¿cuál es tu autobiografía ideal? Si es más producto de tu imaginación que de tu memoria lo que cuentas, ¿palpitará sobre el papel como si fuera más producto de tus recuerdos que de tu fantasía?

Es sabido que lo que no arranca del fondo de uno mismo se cae, o vuela, o se atomiza y desaparece. Es sabido, digo; pero, ¿es cierto? A veces me digo al oído: "anímate", para arrancar y ver por mí misma qué es qué. Pero una cosa es animarme al oído, y otra, hacerme caso. ¡Qué difícil es hacerse caso! Si desatiendo los consejos de los sabios, ya sea por rebeldía natural, o ya sea porque no los entiendo, ¿cómo no desatender los míos, que ni siquiera sé como calificar? En una ocasión, la única hasta la fecha, puse en palabras un principio posible de autobiografía. Fue éste.

Llevo cincuentaitantos años haciendo diferentes ejercicios de introspección en busca, no del primer relato que recuerde haber oído en mi infancia, sino del primer recuerdo de mi infancia, y sigo sin recordar nada. Es decir, nada que con honestidad pudiera constituir mi primer recuerdo. Mi memoria está atiborrada de recuerdos, inclusive de primeros recuerdos; pero no de uno, específico, reconstruible con exactitud. Mis primeros recuerdos son de sensaciones, y no podría jurar que no nazcan de lo que haya yo sentido a partir de lo que me hubiera podido contar mamá de mis primeros días o, incluso, de mis primeros instantes, minutos, momentos afuera de ella y desconectada de ella. Comoquiera que sea, las primeras sensaciones que recuerdo son de calor y de oscuridad, una oscuridad interrumpida por un brillo dorado, que podía ser del borde del marco de un cuadro, o del mango de un espejo de mano, o del esmalte de una caja sobre o encima de una cómoda o de un tocador.

Recuerdo la sensación de telas suaves en las que probablemente me encontraba envuelta, o sobre las que podían haberme recostado.

 Pero no se trataba de una cobija, sino, más bien, de un corte que hubieran doblado y abultado o acojinado para recostarme. Recuerdo un silencio que defino como ahuecado, el silencio que se hace cuando cesa un sonido o un periodo de sonido, de voces, conversando aun en voz baja, o de campanas que doblaron a la distancia. Y recuerdo humedad en la boca y en los labios. Lo que no recuerdo es ningún olor, como no sea el de humedad, la humedad que emana de un recipiente con agua y con algunas hojas que hierven para, precisamente, humedecer y aromatizar el ambiente. ¿Qué hojas podían haber sido?

Bien. Aquí llegué; en este punto me detuve. ¿Seguiré algún día por este camino? ¿Intentaré otro? ¿Llegaré al final?

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