LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Cuento de hadas para dormir cocodrilos
Seis años después de realizar La orilla
de la tierra, su primer largometraje, el también guionista Ignacio
Ortiz Cruz, propone en Cuento de hadas para dormir cocodrilos una
ambiciosa parábola sobre el mestizaje y la búsqueda de la
identidad, un relato laberíntico a partir de un largo insomnio provocado
por mirar de frente a un coyote. Ignacio Ortiz, egresado del CCC, médico
de profesión primera, realizador de cortometrajes, y más
conocido por sus guiones para Carlos Carrera (La mujer de Benjamín,
La vida conyugal y Sin remitente) y José Luis García
Agraz (Desiertos mares), que por aquella meritoria opera prima
que sólo la televisión cultural rescata ocasionalmente. En
1994, La orilla de la tierra era ya un producto extraño,
alejado del costumbrismo rural y del realismo mágico, difícil
de clasificar en su simbología, en su concepción siempre
binaria de la realidad, y en su manejo de dos historias paralelas. El tema
era el sueño. Dos personajes compartiendo un solo sueño,
con dos claves distintas para encontrar un mismo tesoro. Una caravana también
en busca de un edén poblado de mujeres desnudas y complacientes,
allá por los confines de la tierra. Comedia, lucha encarnizada,
avaricia desatada, fraternidad, y sobre todo medición de fuerzas
con la naturaleza ?una sierra oaxaqueña árida, casi enemiga.
Parecía que una cinta semejante no podía tener solución
de continuidad.
Cuento de hadas para dormir cocodrilos retoma,
de modo arriesgado, el hilo de aquel viaje iniciático, penetra de
nuevo en los escenarios de la sierra, y concentra su trama en el diseño
multifacético de un solo personaje, Arcángel (Arturo Ríos),
un hombre de cuarenta años que muy rulfianamente regresa a su pueblo
para buscar a su padre, quien está a punto de morir. Como en un
relato de aparecidos, una lugareña le refiere al protagonista la
historia de ese padre suyo, desaparecido en realidad quince años
antes, y también la de una maldición que pesa sobre toda
su familia, desde la época de la intervención francesa hasta
el tiempo presente.
Considérese la dimensión de la empresa.
En una cinta fuertemente alegórica, despojada sin embargo de barroquismos
visuales y metáforas excesivas, el director se aventura en un recorrido
por la historia nacional, con cuatro estaciones culminantes, la intervención
francesa, la revolución, el éxodo de braceros a Estados Unidos
en los sesenta, y el fin de siglo, momento en que el protagonista inicia
la búsqueda de sus orígenes. Al relato doble de La orilla
de la tierra sucede hoy una narración múltiple, más
sugerente aún, con bifurcaciones inesperadas, y con el sueño
como tema recurrente. La confrontación, a lo Stroheim (Avaricia),
de dos voluntades irreconciliables, se vuelve hoy fatalidad compartida
por dos hermanos, Caín sacrificando la inocencia, por incitación
de una mujer ambiciosa, Eva mítica o intrusa borgesiana. Ignacio
Ortiz ha vencido dificultades de producción teatralizando su visión
panorámica, con metonimias afortunadas, tomando la parte por el
todo, con un soldado francés que es todos los soldados, y un solo
hombre encarnando a varias generaciones. En esta historia de nómadas
hechizados, la fotografía de Patrick Murguía captura el paisaje
serrano de modo extraordinario, sin folclor ni bondades fotogénicas,
como una presencia vigorosa en el relato de la vieja Isabel y en el desamparo
de quien la escucha. Una cinta melancólica y desencantada, en la
tradición de Bajo California, el límite del tiempo,
de Carlos Bolado, y de Rito terminal, de Oscar Urrutia Lazo.