Elena Poniatowska
La súbita muerte de Bambi, Ana Cecilia Treviño
La súbita muerte de Bambi, el domingo 2 de junio, de una embolia y luego un infarto deja consternados a muchos, entre otras a las periodistas de su generación. Bambi amó a su periódico Excélsior más que a su vida. Fue un verdadero burro de trabajo. Desde 1950 hasta la fecha, ni un solo día dejó de acudir a la redacción a formar las páginas de la sección que dirigía, la de Sociales, que ella cambió por completo y convirtió en la llamada Sección B. Ella fue quien le imprimió por la sola fuerza de su inteligencia y de su voluntad un sesgo cultural al darle más importancia a las exposiciones de arte, las conferencias, las entrevistas con personajes que a las bodas, las presentaciones en sociedad, los cocteles y los showers (chubasco de regalos). Canjeó la feria de las vanidades, el escaparate en el que los políticos y los empresarios exhibían a sus hijas casaderas por una crónica de la cultura que ella amaba y practicaba, y no fue cosa fácil por la cantidad de intereses creados.
De hecho, ser periodista y mujer en los años cincuenta no era nada fácil y habría que recordar a las heroicas Elvira Vargas, Rosa Castro, Anita Salado Alvarez, María Idalia, Noemí Atamoros, Aurea Acosta, Guadalupe Appendini, Maruxa Vilalta, que hizo una columna pionera: Mujeres que trabajan; Magdalena Mondragón, autora de Los presidentes me dan risa; María Luisa Mendoza, la China; Sara Moirón, que llegó a ser jefa de redacción de El Día; Socorro Díaz, directora de El Día; Manú Dornbierer, gran amiga de Bambi, Martha Robles y un poco
más tarde Cristina Pacheco y tantas otras columnistas y editorialistas.
A Bambi le afectó tremendamente el golpe contra el Excélsior de Julio Scherer y dudó mucho entre salir al lado de su director, Abel Quezada, Miguel Angel Granados Chapa, Vicente Leñero y otros 105 periodistas, pero decidió quedarse. ''No sabría trabajar en otro lado ni en otra cosa. El único trayecto que mi cuerpo conoce es el de mi casa a Excélsior.'' Julio Scherer García lo comprendió así y jamás dejó de quererla y admirarla.
En 1953 me hice periodista porque leía las deliciosas entrevistas y los reportajes de Bambi en Excélsior, originales y creativos porque Ana Cecilia Treviño también dibujaba, pintaba y hacía collages. Sus columnas destacaban por su encanto y todos los alumnos de la Universidad Femenina la consideraban una maestra.
Ese gran personaje y ese gran pintor que es Alberto Gironella fue indudablemente el hombre de su vida. Recuerdo haberlo visto sentado muy serio, muy pálido, con su pelo color de ébano en la redacción de Excélsior junto a su máquina de escribir, esperándola horas mientras ella terminaba su talacha periodística.
Bambi escribía como quien canta, con alegría, facilidad, fortaleza. Era muy entusiasta, animaba a todos los que la conocían. Le brillaban mucho los ojos y las mejillas, le brillaba el pelo que siempre llevó corto, le brillaban también las ideas.
Por influencia de Gironella, se inclinó hacia todo lo español y escribía artículos sobre Buñuel, Bartolí, Souto, Max Aub, Agustí Bartra. Quería mucho a la pareja Olga y Rufino Tamayo y les hizo grandes y excelentes reportajes; a la de Aline y Abraham Zabludovsky; a la de Vicente y Albita Rojo. Entrevistó muy bien a Frida Kahlo y su libro La basura es oro le llevó meses de penosa investigación porque entrevistó en la cárcel a los reyes de la basura, personajes que tenían mucho más en común con los narcosatánicos que con ella, a quien siempre le fascinó leer, escribir, pintar, coser y cocinar.
Alberto Gironella y Bambi hacían una pareja de sueño; él alto y serio, delgado y vestido con pantalones de gruesa pana como la usan los españoles; ella con los ojos grandes y jalados que le dieron su apodo Bambi. Eran casi shakespearianos en su amor, un Romeo y una Julieta modernos. De hecho Bambi le hizo alguna vez a Barbarita, su hija, una gorrita tejida con perlas como la de Julieta. Tuvieron dos hijos, Barbarita y Betito (que así los llamó siempre) y el parecido de Alberto Gironella Treviño con su padre es sorprendente.
Bambi, generosa, cosía como una profesional. Quién sabe cómo encontraba tiempo para cortarse unos preciosos trajes Chanel que ella puso de moda entre nosotras. La China Mendoza y yo nos moríamos por los botones dorados, los galones, la actitud marcial, el aire un poco militar que daban esos atuendos que si son auténticos cuestan mucho más de mil dólares y sólo hay en París, Nueva York, Londres y Tokio. También usaba trajes de gamuza, ésos sí comprados en Madrid, y se veía preciosa sobre sus altos tacones caminando de un escritorio a otro en la redacción. Como era coqueta, era bien bonita; escuchar su taconeo de mujer enamorada que sabía lo que quería tenía el mismo sonido vital y provocativo de las castañuelas.
De hecho nadie me ha dado tanto, como Bambi, una imagen de lo que puede ser la sensualidad femenina.
''ƑNo te cansan tus tacones, Bambi?'' A su lado, con mis zapatos de plan quinquenal, me sentía como una operaria de tractor ruso. Bambi tenía cuerda para rato, por eso su muerte me deja estupefacta. Comer con ella también era un deleite. Por Gironella empezó a hacer todos los pucheros, cocidos, fabadas y caldos largos habidos y por haber. Cuando íbamos a un restaurante sorprendía al mesero: ''Tráigame de una vez por todas dos martinis''. ''ƑPor qué dos?'', preguntaba yo. ''Porque quiero que el segundo esté frente a mí en el instante en que termine el primero.''
Hizo muy feliz en sus últimos años a Mathias Goeritz. Lo cuidó como una geisha hasta su último suspiro. Lo acompañó en viajes a Europa, Israel, América del Sur, Japón. En los años terminales, cuando Mathias entraba y salía de terapia intensiva, Bambi esperaba horas desoladas de día y de noche y le daba ánimos cada vez que le permitían pasar a verlo. Jamás lo abandonó.
Mathias murió en sus brazos en el departamento de la calle Pachuca número 35 en el que hay, además de los collages de Bambi, tesoros de buena pintura.
A Bambi la entristeció su muerte, pero la entristeció mucho también la muerte aún más reciente de Alberto Gironella, el padre de sus dos hijos, Bárbara y Alberto, quienes en menos de tres años han perdido uno tras otro a su padre y su madre. Si a mí me va a costar mucho trabajo imaginar que Bambi ya no está entre nosotros, para ellos esta nueva y abrupta pérdida debe ser un choque del que sólo el tiempo mitigará el dolor.