Ugo Pipitone
Alimentación, la calamidad interminable
A caba de inaugurarse en Roma la Cumbre Mundial de la Alimentación. Justo a tiempo para reconocer dos cosas. Primera, la escasa presencia de jefes de Estado. Segunda, el grave retraso del programa iniciado en 1996 para reducir los hambrientos del mundo de 800 a 400 millones en 2015. ƑHabrá alguna relación entre estos dos hechos? No es necesaria gran perspicacia para sospechar que sí. A lo largo de los años 90, la ayuda agropecuaria de parte de organismos como el Banco Mundial se ha reducido en términos reales en 40 por ciento. ƑEl 11 de septiembre habrá cambiado las cosas?
A juzgar por la cumbre de Monterrey sobre el financiamiento para el desarrollo serían legítimas varias dudas y, ahora, la escasa presencia de jefes de Estado en Roma refuerza la impresión de que la agricultura sea ya sólo un tema recurrente para declaraciones solemnes. Pero cuando se trata, como en este momento, de reconocer que algo no funciona en los programas multilaterales de combate contra el hambre, las grandes cacatúas de la política internacional desaparecen. Como si el tema tuviera un bajo nivel de prioridad global. Moraleja: el 11 de septiembre fue un susto momentáneo que sólo deja un aumento en los gastos de seguridad de los países desarrollados.
Veamos las consecuencias de la desatención (nacional e internacional) hacia los temas de la agricultura y la alimentación. La malnutrición, que crea retrasos de crecimiento, afecta a más de 30 por ciento de la población menor de cinco años en los países en desarrollo. En Africa oriental, casi a la mitad del universo; en América Latina, 13 por ciento. Dicho de otra manera, a millones de individuos cuyo desarrollo humano estará irremediablemente marcado por la malnutrición. Y eso ocurre justo en los países que más necesitan el vigor y la inteligencia de sus habitantes para dejar atrás condiciones de miseria, a veces seculares.
Veamos algunos datos comparativos. Comencemos diciendo que en el último medio siglo la producción mundial de cereales se ha casi triplicado, frente a un aumento marginal del número de hectáreas. En los países desarrollados la producción de cereales per cápita oscila alrededor de 0.7 toneladas. En los países en desarrollo, alrededor de 0.25 toneladas. Sin embargo, tal vez el dato más significativo viene del contraste entre Asia oriental y Africa subsahariana. En la primera región estamos arriba de 0.3 tonelada por habitante; en la segunda, cerca de tres veces menos.
En el último medio siglo sólo ha habido una región del mundo que ha dado claras muestras de saber y poder superar su atraso previo: Asia oriental. Y justamente ahí es donde encontramos las pocas historias agrarias exitosas de las últimas décadas. ƑHabrá alguna relación entre los procesos de salida del atraso y el desarrollo agropecuario? Habría que estar ciego para no percibirlo. Sin embargo, a juzgar por las políticas de la mayoría de los países en desarrollo, estamos muy lejos de la conciencia de esta relación. Y, honestamente, no es fácil entenderlo.
Hoy China es el principal productor agrícola mundial. Y uno se pregunta dónde estaría ahora este país si no hubiera puesto en el centro de sus preocupaciones los problemas rurales. China supo evitar la espiral catastrófica de hambre y conflictos étnicos que, en cambio, domina aún el escenario en varias regiones del mundo. Desde el Africa subsahariana hasta Oaxaca, para entendernos. Las guerras entre pobres por el simple derecho a comer deberían obligar a los gobiernos a reflexionar seriamente sobre la acumulación de problemas derivados de estructuras agrarias arcaicas y atenciones políticas virtualmente nulas en términos de microcréditos, infraestructuras y saneamiento de las administraciones públicas locales. Todo problema irresuelto en este contexto dispara sus efectos sobre todos los demás, contribuyendo a crear marañas económico-político-sociales cargadas de un desesperante sentido de impotencia.
Para recordar el tamaño del atraso agrícola mexicano es suficiente mencionar que con un PIB per cápita dos veces superior al de Albania, México tiene una productividad agrícola similar. O, dicho de otra manera, con un PIB per cápita superior al de Brasil, México tiene una productividad agrícola dos veces inferior. Más claro que así...