10 DE JUNIO: ESCLARECIMIENTO Y JUSTICIA
Ayer
se conmemoraron 31 años de la matanza de manifestantes perpetrada
en esta capital por un grupo de choque -los llamados Halcones- que, según
la información disponible, pertenecía y obedecía al
gobierno presidido por Luis Echeverría Alvarez. Este pretendió,
en su momento, desviar la responsabilidad hacia Alfonso Martínez
Domínguez, a la sazón regente de la ciudad, y ordenó
para ello su inmediata destitución. Pero, sin descartar las posibles
responsabilidades de ese funcionario, debe también recordarse que
en aquellos tiempos era impensable e imposible que un grupo como el de
los Halcones fuera formado, entrenado y enviado a matar ciudadanos inermes
sin el conocimiento y la autorización del Presidente de la República.
Con esta lógica, Pablo Gómez Alvarez y Jesús
Martín del Campo, integrantes del Partido de la Revolución
Democrática, interpusieron sendas denuncias contra el ex mandatario.
El primero, escéptico de la eficacia de la recién creada
Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del
Pasado, que encabeza Ignacio Carrillo, interpuso su demanda contra Echeverría
y contra Martínez Domínguez ante la séptima agencia
del Ministerio Público de la Procuraduría General de Justicia
del Distrito Federal. El segundo, en su calidad de hermano de uno de los
asesinados el 10 de junio de 1971, acudió a la fiscalía federal
referida para presentar su petición de justicia.
Independientemente de las oficinas e instituciones, del
nombre y cargo de los demandados y de la personalidad de los demandantes,
es clara la necesidad y la procedencia de investigar, al igual que los
acontecimientos ocurridos en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, ese episodio
trágico, criminal y vergonzoso del pasado, así como sancionar
a los culpables, sean quienes sean, conforme a derecho.
La salud de la república también requiere
del esclarecimiento de la guerra sucia que manchó el desempeño
de los gobiernos en los años setenta y ochenta, con toda la cauda
de desapariciones forzadas, torturas y encarcelamientos injustos. Deben
investigarse y juzgarse los actos ilegales del 68, del 71 y de los años
posteriores, pero también la omisión reiterada de los regímenes
priístas -los directamente involucrados y los que les sucedieron
y cubrieron las espaldas- para corregir semejantes abusos de poder y lo
que implicaron: graves y numerosas violaciones a los derechos humanos,
a la Constitución y al Código Penal.
El gobierno actual ha manifestado en reiteradas ocasiones
su voluntad de esclarecer esas atrocidades y de procurar justicia. Sin
embargo, han transcurrido ya 18 meses desde que el presidente Vicente Fox
tomó posesión y debe reconocerse que, hasta ahora, tal voluntad
no ha trascendido el ámbito del discurso. Es cierto que a finales
del año pasado se anunció la creación de una fiscalía
especial para investigar los delitos referidos, pero tal medida no ha reducido
la vasta e indeseable impunidad de que gozan quienes ensangrentaron el
país desde 1968 hasta entrados los años ochenta.
El presidente Fox y su equipo tienen ante sí la
disyuntiva de mostrar eficacia en esa tarea ciertamente compleja y difícil
o sumarse a la lista de gobiernos encubridores -y en consecuencia cómplices-
del Batallón Olimpia, de los Halcones, de los dipos, de los
torturadores de la DFS, de los efectivos militares que participaron en
la represión y de los jefes políticos de esas y otras expresiones
del poder totalitario y criminal que padeció el país en décadas
pasadas y que no deben repetirse nunca más.