COSAS DE FUTBOL
Josetxo Zaldúa
šEl Rey ha muerto! šViva el Rey!
Dos francotiradores daneses hicieron posible ayer, en Corea del Sur, el primer gran drama del Mundial. Francia, la todavía campeona del mundo futbolero, hizo las maletas con la dignidad propia de un campeón, peleando hasta el último suspiro.
Perdieron los europeos y los fanáticos del buen futbol perdieron a un señor llamado Zinedine Zidane para el resto de la competencia.
Disminuido físicamente, Zizou fue la nota de calidad a lo largo y ancho de los 90 minutos de la tragedia futbolera que hundió en la depresión a la orgullosa Francia. Y es que, dice la historia, Asia no le sienta bien a las tropas galas.
Dinamarca regaló toda la cancha a los franceses. También la bola, la voluntad y hasta las ganas de ganar. Lo hizo con sabiduría y con futbolistas dispuestos a aguantar cualquier clase de tormenta. Un gol en el primer tiempo y otro, justo cuando Francia apretaba con todo, en el complemento.
Ni a propósito puede salir tan bien un planteamiento futbolero hiperdefensivo, tan de nadar y guardar la ropa. Eso fue ayer Dinamarca: una máquina al margen del frío y del calor.
Riesgoso afirmar que, perdiendo Francia, perdió el futbol. Todo depende del gusto del cliente. Lo que importa es que el juego sigue su curso. Y si para ello es necesario comerse a los favoritos, pues a comérselos. Dinamarca ganó al campeón del mundo, que se fue a casa sin marcar gol en tres partidos, pero en octavos puede ser eliminada por cualquiera. Es la belleza de un juego que no pocas veces gusta desconocer al favorito de la cátedra.
Los llamados a clasificar en ese grupo eran galos y daneses. Africa, mediante las botas senegalesas, dio la primera gran sorpresa al ganar a los europeos. Finalmente pasaron Senegal, que terminó despidiendo al equipo uruguayo, y Dinamarca.
Por lo visto en sus partidos Francia siempre saltó a la cancha dispuesta a partirse el pecho, alejada de todo divismo.
Da la impresión de que la mayoría de sus jugadores llegaron al Mundial con exceso de kilometraje, saturados mentalmente por obra y gracia de un calendario futbolero cruel y estúpidamente supeditado a las empresas que sostienen el circo del pantalón corto.
Es estúpida esa supeditación porque están matando a la gallina ponedora de huevos de oro. Es esa suerte de dictadura comercial la que obligó a que Ronaldo jugara la final Brasil-Francia en 1998. Ronaldo, de algún modo, murió futbolísticamente aquella nefasta tarde en la que deambuló por la cancha parisina.
Hay una cadena de complicidades que permite tanto ninguneo. Los de pantalón largo, los que se supone dirigen el futbol, únicamente piensan en ganar dinero, cosa legítima si bien se mira.
Para ello cuentan con el indesmayable apoyo de un puñado de empresas dedicadas, cual debe, a lo mismo. Pero esa descarada complicidad saltaría por los aires si quienes hacen posible el espectáculo, es decir los futbolistas, tuvieran, además de la ambición de ganar mucho dinero en poco tiempo, tantito cerebro.
Algunos disponen de materia gris en la azotea, pero son pocos, y como son los mejor pagados, prefieren callar antes que cavar una trinchera y pelear por la dignificación del circo futbolero.
Por eso se rompió Ronaldo, por eso Rivaldo llegó hecho leña al Mundial, por eso Zidane jugó disminuido ante Dinamarca, arriesgándose además a sufrir una lesión más grave.
Es una paradoja pero al perder Francia, el negocio gana. Ojalá que el futbol también.