BUSH: TOTALITARISMO EN ACCION
Hace
unos días el gobierno de Estados Unidos anunció la detención,
en Chicago, del puertorriqueño José Padilla, supuesto terrorista
que se habría convertido al Islam, habría cambiado su nombre
por el de Abdulá al-Muhajir y habría planificado la dispersión
de material radiactivo en Washington mediante la detonación de un
artefacto explosivo convencional, lo que suele llamarse "bomba atómica
sucia". El secretario de Justicia, John Ashcroft, informó que el
sospechoso, tras ser catalogado como "combatiente enemigo", había
sido puesto a disposición del fuero militar, lo cual implica que
las autoridades pueden mantenerlo encarcelado por tiempo indefinido y que
el detenido no tiene derecho a la asistencia de un abogado. Ayer, basado
en la alarma generada en la opinión pública por el supuesto
complot de la "bomba sucia", el presidente George W. Bush anunció
que su gobierno está decidido a emprender "una cacería humana
a gran escala".
La primera consideración que viene a la mente ante
ese anuncio es que, si en los círculos del poder de Washington existiera
una preocupación real por los peligros del descontrol de armas atómicas,
el gobierno estadunidense habría tenido que ser más enérgico
ante aliados suyos que desarrollan, a la vista de todo el mundo, artefactos
nucleares -"limpios", esos sí- susceptibles de ser empleados en
conflictos en curso: Pakistán e Israel. Por si hicieran falta datos
sobre la peligrosidad de tales artefactos, cabría recordar que el
primero de esos países es gobernado por un militar golpista, y el
segundo por un político de ultraderecha sobre el que pesan documentadas
acusaciones de genocidio y crímenes contra la humanidad.
Con tales antecedentes, el hallazgo y la captura de un
individuo que planeaba contaminar Washington adquieren cierto tono de irrealidad.
Para colmo, y sin ningún afán de exculpar o acusar a nadie,
hay elementos que permiten sospechar de la veracidad de las acusaciones
contra Padilla o Al-Muhajir. De acuerdo con las reglas establecidas por
Washington en su nebulosa guerra "contra el terrorismo", a cualquier persona
acusada de estar involucrada en ese delito le resulta prácticamente
imposible demostrar su inocencia, como lo pone en evidencia la situación
de completa indefensión legal del puertorriqueño mencionado.
El gobierno de Estados Unidos, en esa lógica, no necesita probar
los cargos: le basta con formularlos.
Desde esa perspectiva, la "cacería humana" pregonada
por el mandatario estadunidense tiene todas las condiciones necesarias
para convertirse en una vasta persecución, al margen de las leyes
y de las garantías individuales, de opositores, disidentes y detractores.
Peor aún, resulta inevitable suponer que tal persecución
habrá de desarrollarse en el ámbito mundial, en violación
de las soberanías nacionales y al margen de cualquier principio
de derecho internacional. Ese horizonte resulta mucho más peligroso
para la paz y la estabilidad internacionales, para la legalidad y para
la justicia, que las nebulosas y a veces delirantes amenazas alegadas por
Washington en su cruzada contra unos terroristas que, por momentos, parecen
un tanto cinematográficos.