Hermann Bellinghausen
La función del rábano
Con que la imagen me roce los ojos si los cierro, tengo para hilvanar retrospectivamente el espectáculo de la mujer chamula empujando una carretilla cargada de rábanos a través de un "plano" sin siembra. La carretilla es un lujo, un rastro "urbano", un utensilio que la mayor parte de los tzotziles de los Altos no poseen.
Doscientos metros más lejos, en un campo de coles, una cadena de mujeres se arroja como pelotas las coles gordas que acaban de recolectar.
Un rebozo azul cubre como turbante la cabeza de la mujer, la protege del sol. Aprieta el paso, descalza y ágil. El agua de la cisterna enloqueció en la manguera, algo reventó y se está tirando. Ya encharquecido el lugar del desperfecto, la mujer salta las aguas y manipula las juntas. Se le empapan los brazos; por momentos, la cara.
Controla las aguas, preciosas que son. Agarra la carretilla y la empuja al borde, la voltea hasta el último rábano, todavía la sacude, y retorna al rabanal, en el extremo opuesto del predio, casi en dirección a donde me encuentro.
Ahora la puedo ver mejor. De vigorosa estructura, su cuerpo en armonía con la vestimenta chamula, nada tiene de griego, pero también es clásico. Un clásico maya contemporáneo. Su falda de lana cruda, pesada como alfombra, la protege de las agujas calosfrío de los vientos.
Del azul de su blusa idéntico al cielo, de entre listones floreados, asoman sus brazos morenos y las manos que asen la empuñadura de la carretilla y empujan con la misma ondulante elegancia de la mujer en su conjunto.
Después de acarrear varias vueltas los cachetes rojos y las melenas verdes, procede a limpiar la tierra de los rábanos frescos, nunca serán tan rojos como el cinto que le sostiene la falda. Lavanta la manguera y quita la tapa, un trapo. Sale el chorro. Lo coloca. Se acuclilla a lavar los manojos, uno tras otro. Aprieta los rábanos para sacarles lo negro con dedos que también ordeñan borregas.
Las mujeres tzotziles tienen por compañía borregas y borregos, los quieren mucho, y llegado el tiempo los trasquilan. Ahora mismo, mientras la mujer resuelve la faena de rábanos, sus animalitos pastan en el baldío, y avanzan sobre las azucenas silvestres en la cerca del ranchito vecino. Las machucan del tallo y las rumian con deleite bovino.
La mujer desyerba los manojos y mete a puños los rábanos en los costales blancos que saca debajo de una piedra que les puso para que no se volaran; los desdobla, rellena y carga en la carretilla. Silencia el alboroto del agua. Levanta nuevamente las manijas de la carretilla,ahora más pesada. Empuja hasta la vereda y se dirige a su casa.
Ya sólo veo los árboles meneándose, el predio vacío, la mancha oscura del agua derramada. Las otras mujeres al fondo arrojan y cachan las coles con presteza de voli, de basquet, de bala. Y las montañas por último, cubiertas de pinos verdes, bien verdes.