OFENSIVA DE LA INTOLERANCIA
La
ofensiva de la intolerancia ultramontana que se cierne sobre la sociedad
mexicana, su diversidad, su pluralidad y sus libertades, puede ilustrarse
con tres hechos ominosos: la campaña de presiones emprendida sobre
los legisladores capitalinos por grupos ultraconservadores laicos y sectores
de la Iglesia católica para impedir a toda costa la aprobación
de la ley de sociedades en convivencia, la cual daría, por primera
vez en la historia de nuestro país, un estatuto legal definido a
parejas del mismo sexo y a formas de compartir un techo distintas a las
familias formadas en torno a parejas heterosexuales; el amago de los diputados
estatales panistas en Guanajuato de revivir la improcedente y bizantina
discusión sobre la concepción como inicio de la existencia
de la persona, en lo que parece un intento retorcido por volver a la penalización
absoluta del aborto; en esa misma corriente de intolerancia se inscriben
las insinuaciones cobardes, distorsionadas y calumniosas formuladas por
el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, contra "un periódico"
--el prelado no tuvo el valor cívico de mencionar explícitamente
a La Jornada-- en el sentido de que "desearían que el Papa no viniera"
a México.
El primero de los hechos referidos, la campaña
de presiones contra legisladores, tiene distintos orígenes: se sabe
que en ella participan el propio arzobispo Rivera y otros jerarcas católicos,
grupúsculos de presión histérica como el antiabortista
ProVida e incluso dirigentes de Acción Nacional, como José
Luis Luege, quien emite veladas advertencias a los representantes blanquiazules
en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), trata de disuadirlos
de que aprueben las sociedades de convivencia y les recuerda que "es una
decisión personal, pero en el momento en que nosotros hemos tomado
la decisión de militar en un partido político, con unos principios,
tenemos también obligaciones".
Con una intolerancia semejante, aunada a una visión
totalitaria y a una ignorancia abismal de lo que significa el principio
de separación entre las creencias religiosas y las instituciones
políticas, el diputado local guanajuatense --también panista--
Omar Chaire Chavero pretende que "si la población votó por
nosotros, también votó por nuestra ideología", en
un afán por ver de qué manera revierte la derrota política
que sufrió su partido en el intento por penalizar el aborto en cualquier
circunstancia.
Los hechos anteriores son indicativos del afán
de las derechas más primitivas y antiguas por dictar, mediante legislaciones
específicas, formas "correctas" y formas "prohibidas" en la vida
privada de los individuos y en el cuerpo de las mujeres. Hay en ello una
clara tendencia a restringir la soberanía personal y a volver a
los tiempos en los que el Estado y la Iglesia --que, además, eran
prácticamente lo mismo-- imponían a la gente cómo
debía relacionarse y organizar su vida familiar, en qué dirección
debía orientar sus afectos y sus deseos sexuales, y de qué
manera tenía que pensar.
A ello debe aunarse la paranoica percepción del
arzobispo metropolitano, quien, en reacción a informaciones publicadas
por este diario sobre una cancelación de la visita del papa Juan
Pablo II a nuestro país, interpretó que La Jornada "no desea"
que el pontífice venga a México o que a este diario "le molesta"
la proyectada presencia papal.
Ante el disparate referido, que exhibe una intolerancia
visceral ante la libertad de expresión y ante el desempeño
independiente de los medios, es pertinente puntualizar que La Jornada es
una publicación laica que respeta las opciones religiosas --o la
falta de ellas-- de sus lectores; que, a diferencia de otros medios y de
las jerarquías eclesiásticas, no tiene ningún interés
pecuniario en el viaje papal y sus planeados episodios; que le es indistinto
que Juan Pablo II venga o no venga y que, sea cual fuere la decisión
final, está dispuesta a informar con profesionalismo del viaje o
de su cancelación. Nuestro diario recabó versiones sobre
esta segunda posibilidad y las dio a conocer porque resultan lógicas
y creíbles si se toma en cuenta el precario estado de salud del
jerarca. Por su parte, quienes se empeñan en traer a Karol Wojtyla
en la condición que sea, y en el presumible afán de recabar
recursos y carisma --este último por contagio-- podrían estar
especulando de manera poco responsable con las enormes inversiones requeridas
para las movilizaciones papales y las concentraciones de fieles, con la
fe del pueblo y con la vida de un anciano ostensiblemente enfermo.