Robert Fisk
De cómo Bush se desistió de buscar la paz
George Bush junior se dio por vencido. Después
de haber lanzado bravatas desde Washington para luego bajar la cabeza cuando
el primer ministro israelí, Ariel Sharon, desobedeció sus
órdenes. Después de todas las veces que quiso intimidar al
líder palestino, Yasser Arafat, y después de haber expresado
todas sus "visiones" de un Estado palestino, el presidente Bush tiró
la toalla hace unas semanas.
No habrá conferencia de paz para Medio Oriente
en el futuro cercano, ni tampoco un intento serio para frenar el conflicto
entre israelíes y palestinos, ni un tímido quejido por la
tragedia de esta región saldrá de este hombre que emprendió
la "guerra por la civilización", la "guerra contra el terror", la
"guerra sin fin", o como dijo más recientemente, la "titánica
guerra contra el terror". El señor Bush, según se dignó
a informarnos su ininteligible vocero, Ary Fleischer, "ha llegado a algunas
conclusiones y -esto es lo más gordo-, cuando el presidente lo considere
conveniente, lo dará a conocer".
Adoro esa imagen, en la que este cada vez más incompetente
estratega en asuntos de Medio Oriente aparece aquilatando en silencio,
como Federico el Grande, las op-ciones que afectarán el derecho
al retorno de 3 millones de refugiados palestinos, el futuro de Jerusalén
y el continuo crecimiento de asentamientos judíos en los territorios
ocupados, sólo para llegar a la conclusión de que estos importantes
temas de Estado no deben ser del conocimiento de su leal pueblo.
Después de sermonear al patético y pedante
Arafat sobre su obligación de proteger a Israel, sólo fue
necesario que un proyectil israelí estallara en un mercado palestino
atestado -otro de esos famosos "errores" israelíes- para lograr
que Bush se ca-llara otra vez.
En
junio pasado Bush tuvo otra de sus famosas "visiones". Estas comenzaron
a aparecer el otoño pasado, cuando tuvo la "visión" de un
Estado palestino conviviendo al lado de Israel. Esta visión particular
coincidió, casualmente desde luego, con sus esfuerzos para lograr
que los estados árabes no protestaran cuando Estados Unidos estaba
bombardeando al más pobre y arruinado país musulmán
del mundo.
Este sueño quedó olvidado durante unos meses
hasta que, a principios de este año, el vicepresidente estadunidense,
Dick Cheney, realizó una gira por Medio Oriente para tratar de obtener
el apoyo árabe para otra guerra contra Irak. Los árabes intentaron
decirle a Cheney que en esos momentos ya había una pequeña
y dramática guerra en la región. ¿Y qué pasó
entonces? Que Bush volvió a experimentar una de sus famosas visiones.
Pero ahora, sin embargo, después de seis visitas
a Estados Unidos de Ariel Sharon, y luego de que Bush fue totalmente ignorado
por los israelíes cuando exigió un cese inmediato de la invasión
israelí de Cisjordania y el levantamiento de los cercos im-puestos
en torno a las ciudades palestinas, el presidente tuvo otra visión
más que, digamos, era una versión diluida de la primera.
Ahora sueña con un Estado palestino interino.
Es un indicio de lo obedientes que se han vuelto los periodistas
estadunidenses el hecho de que ni un solo periódico estadunidense
haya notado lo flagrantemente absurda que es esta idea. Los grandes diarios
de Estados Unidos -y me refiero a su volumen físico, no a su contenido-
pontificaron de manera tediosa sobre la división de posturas que
existe dentro del gobierno estadunidense sobre la situación en Medio
Oriente.
En todo caso, los periodistas se preguntaron si existe
realmente una política para Medio Oriente. No la hay, desde luego.
Pero las ideas del gobierno estadunidense, sin importar cuan huecas o simplemente
risibles puedan ser, siguen siendo tratadas como si fuesen sagradas, tanto
por la prensa escrita como por la televisión.
¿Qué diablos significa, por ejemplo, "in-terino"?
Noté que en los días que siguieron a la difusión de
la idea de Bush, "interino" se convirtió en "provisional", que es
una versión aún más miserable de la visión
original. Me recordó cuando Madeleine Al-bright hizo la maravillosa
propuesta de que los palestinos debían estar contentos porque se
les ofreció "una especie de soberanía" sobre algunas zonas
árabes del este de Jerusalén.
¿Pero qué implica lo interino? Talal Salman,
editor del diario As Safir, de Beirut, escribió la semana
pasada que el Estado interino prevé "un Estado provisional edificado
en un territorio segmentado como un panal", en el que cada ciudad, poblado
y campamento de refugiados quedará aislado por una "muralla de tanques,
así como por puntos de control tanto fijos co-mo movibles, donde
todo estará siempre bajo vigilancia de helicópteros, con
escuadrones de la muerte monitoreando las in-tenciones y los sueños,
y colocando en su mira a todo aquél a quien descubran -o de quien
sospechen, o de quien se especule- que podría tener materiales explosivos
en la sangre".
Un Estado provisional es una innovación de la que
nunca nadie ha oído jamás. Es un Estado sin relación
alguna con su territorio o su pueblo. Todos los demás estados son
permanentes. Pero el Estado palestino será el primero de este tipo,
según Bush, y por tanto, el papel que juega o su existencia pueden
suspenderse en un día o en un año, si para entonces ya no
resulta útil. No es necesario asignarle un territorio -al fin que
es interino- y por esto le serán negadas instituciones permanentes
como un ejército (eso ni pensarlo), el lujo de la independencia
o de la soberanía o de una economía o de relaciones exteriores.
Estos serán lujos reservados a Israel.
Y ante la ausencia de liderazgo por parte de Bush, Sharon
podrá hacer lo que le plazca. Puede cavar zanjas y alfombrar la
zona con alambre de púas hasta que el mapa de Cisjordania se asemeje
a una tierra cubierta de ampollas y, además, con una viruela de
asentamientos y aldeas ro-deadas. Mientras las ideas locas recorren Washington,
en Israel puede discutirse con toda seriedad la expulsión total
de la po-blación palestina. Ahora Nathan Lewin, un importante abogado
de Washington y líder de la comunidad judía, está
llamando a que sean ejecutados los familiares de los atacantes suicidas.
Sus palabras exactas fueron las siguientes: "Si la ejecución
de algunas familias de bombarderos suicidas salva la vida de un número
igual de potenciales víctimas civiles, este intercambio es, a mi
juicio, éticamente permisible. Se trata de una política nacida
de la necesidad".
Obviando por un momento la imbécil ló-gica
de esta propuesta -porque si alguien ya está dispuesto a matarse,
la posibilidad de que eliminen a su abuelita y a sus hijos no va a tener
ningún efecto-, hay que decir que de la idea surgen preguntas inquietantes:
¿Quién debe ser el primero en morir en la familia de un atacante
suicida? ¿Si el atacante tiene tres hijos, a cuántos hay
que matar? ¿Al mayor o al menor? ¿O mejor a todos de una
vez?¿Habrá una edad mínima para ser ejecutado? ¿Es
un niño de cinco años lo suficientemente mayor para ser co-locado
frente a un pelotón israelí de fusilamiento? Sería
muy difícil, incluso para el señor Lewin, explicar por qué
un bebé de tres meses debe ser ejecutado. ¿O sólo
se mataría a hombres? ¿O tal vez sólo a las esposas
y hermanas mayores?
Simplemente hacer estas preguntas de-muestra las profundidades
obscenas hasta las que se ha hundido esta guerra terrible. En una medida
que merece todo reconocimiento, la comunidad judía estadunidense
ha condenado las fantasías de Lewin.
Es necesario también reflexionar en el hecho de
que los bombarderos suicidas palestinos ni siquiera se hacen estas preguntas,
pues se consideran verdugos, los verdugos de familias israelíes
completas. La inmolación de sus propias vidas no ex-cusa el hecho
de que durante sus últimos momentos ellos ven al bebé israelí
que está en una carreola y con su madre, a la familia israelí
que come pizzas una calurosa tarde de miércoles, al anciano que
celebra en una fiesta religiosa, y a todos los que serán sus víctimas.
La muchacha palestina de 17 años que se hizo explotar para matar
a una joven israelí de 16 años sigue siendo un impresionante
ejemplo de la juventud destruyendo a la juventud.
Y en medio de estos horrores, ¿qué obtenemos
del señor Bush? Dilaciones, ofuscación. Un vago plan -revelado
por el siempre dócil New York Times- sugería que los
niños y niñas de Bush iban a ignorar el "derecho al retorno"
de los refugiados pa-lestinos, iban a dejar que palestinos e is-raelíes
se hicieran bolas con las negociaciones sobre el estatuto definitivo de
Jerusalén y los asentamientos, para dedicarse -y esto es lo más
ridículo- a "encontrar un nuevo lenguaje" para aproximar las interpretaciones
que Israel y Palestina dan a la resolución 242 del Consejo de Seguridad
de la Organización de Naciones Unidas.
Esta es la resolución primordial, por su-puesto,
que llama a Israel a retirarse de te-rritorios que ocupó en la guerra
de 1967, a cambio de la seguridad de todos los estados de la zona. Los
israelíes aseguran que ellos pueden apropiarse de las tierras que
quieran porque la resolución no es específica, ya que habla
de "territorios" y no de "los territorios". Afirman esto a pesar de que
la resolución dice claramente que un Estado no puede adueñarse
de tierras me-diante una conquista militar.
De alguna manera sería adecuado que a medida que
la guerra israelí-palestina se vuelve más candente, este
débil y vacilante Bush agote su tiempo en un debate sobre semántica.
¿Y si en vez de "los" territorios, ponemos "algunos"? ¿Debe
Palestina ser "provisional"? ¿O debe Bush ser un presidente interino?
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca