Juan Pellicer
Innecesario enfriamiento con Noruega
El gobierno mexicano sorpresivamente resolvió cerrar la embajada en Noruega el 30 de junio pasado. El cierre de una misión, en el lenguaje diplomático, puede significar muchas cosas en cada caso particular, pero siempre quiere decir enfriamiento y distanciamiento en las relaciones. De acuerdo con una breve nota sin fecha que el embajador dirigió en junio "a la comunidad mexicana", el cierre obedeció a "razones presupuestales". Explicación que contrasta con el hecho de que un país tan pequeño como la República Dominicana y otro destrozado por la violencia como Colombia están ahora abriendo sus embajadas en Oslo; se suman a las otras misiones latinoamericanas: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Cuba, Guatemala, Venezuela. Mientras tanto, México, el país más grande del mundo hispánico y, en muchos aspectos, el más relevante de América Latina, declara no tener medios económicos para mantener una misión diplomática en un país que, aunque pequeño (no llega a los 5 millones de habitantes, es decir, más de 20 veces más pequeño que México), sí tiene medios para unilateralmente seguir manteniendo su representación en nuestro país. México, otrora admirable y ejemplar en su política exterior, hoy da lástima.
El anuncio ha desconcertado a la comunidad mexicana y a los noruegos practicantes de viejas tradiciones democráticas que optimistas interpretaron equivocadamente el triunfo de los comicios mexicanos del año 2000 como un hecho que podría acercar aún más los caminos de ambos pueblos.
Prácticamente desde que Noruega nació a la vida independiente, en 1905, México había tenido medios para sostener ahí una misión diplomática. Durante la ocupación alemana, de 1940 a 1945, México mantuvo ejemplarmente sus relaciones con el gobierno en el exilio; liberada Noruega, se reabrió inmediatamente nuestra embajada en Oslo. Ahí nos han representado muy notables mexicanos de la talla de Efrén Rebolledo, Aurelio Manrique, Manuel Maples Arce y Rodolfo Usigli.
Noruega, más que ningún otro país, ha rendido merecido homenaje a uno de los más importantes logros de nuestra política exterior -el Tratado de Tlatelolco para la desnuclerización de América Latina- al otorgarle el Premio Nobel de la Paz, en 1982, a su principal promotor: Alfonso García Robles. En los años 70 escuché con frecuencia, en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Noruega, referirse con sincera gratitud y admiración a un diplomático mexicano que, en la Conferencia del Mar de aquellos años, defendió inteligentemente los legítimos derechos de los países sobre sus recursos marinos, causa de vital importancia tanto para Noruega como para México: fue Jorge Castañeda, el padre, quien así pudo estrechar las relaciones entre los dos países.
Hoy siguen México y Noruega compartiendo causas e intereses comunes. El primer país de América con el que Noruega suscribió un acuerdo cultural fue México, y desde 1980 está vigente. Ambos países son miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ambos también son grandes productores y exportadores de petróleo y ninguno es miembro de la OPEP. Con ningún otro de los países nórdicos, donde aún alcanza el "presupuesto" para mantener sus embajadas, México comparte intereses políticos y económicos de la importancia de los que pueden derivarse solamente de las situaciones aludidas arriba.
ƑQuién puede creer que son "razones presupuestales" las que "obligan" a un país de la magnitud de México a cerrar su embajada y a distanciarse de Noruega, un país pequeño pero con una muy grande y bien ganada autoridad moral en el mundo internacional de la política y la economía? Y si fueran efectivamente "razones presupuestales", Ƒpor qué no reducir el personal diplomático, el consular y el administrativo, lo cual hubiera sido perfectamente posible?
Claro que se mantendrán las relaciones diplomáticas, pero por falta de imaginación, tino y buena voluntad descenderá su nivel y se habrán enfriado innecesariamente en el campo político, en el económico y en el cultural.