Luis Linares Zapata
Escuela de ciudadanos
KELA ayudó en la difícil tarea de formar ciudadanos que hacen mejor el mundo donde vivimos hasta que un empresario decidió transformarla en otra estación de radio que informa durante todo el tiempo disponible sobre el mundo deportivo. Quiere, según ha trascendido en la industria y un tanto más allá, acumular experiencia para montar un sistema de comunicación dedicado en exclusiva a esos menesteres, sin duda sentidos por muchos mexicanos. La ha de considerar una tarea de tal manera necesaria para la sociedad de consumo que hasta puede llegar a ser un buen negocio. Uno de tal manera redituable, que justifica desde su angosta perspectiva liquidar un proyecto aglutinador de melómanos durante dilatadas, ásperas décadas de sequedad alarmante en la música llamada culta en México.
La XELA fue un remanso en el vocinglerío de disonantes baratas importadas de Estados Unidos, gritos destemplados de locutores locales y sonoros mitos de folclor norteño o ranchero del altiplano que inundan las ondas radiales. Desde sus inicios había demostrado su influencia inquietante en una desperdigada multitud de seres humanos, según han recogido las reacciones que desde su desaparición ha causado en los afectados. Las coloridas relatorías de su fecunda acción educadora, difundida en diarios, revistas y programas noticiosos o de comentario de la radio solidaria lo atestiguan.
La XELA emprendió una verdadera cruzada desde sus primeras emisiones. Su gozoso entretenimiento la llevó hasta rincones insospechados de este accidentado como diverso país. Pero, para desgracia del mercado, no fue posible sostenerla. Las audiencias (rating) convertidas en medidas inapelables y a menudo miopes, la comercialización reducida a simple variable de juicio, los urgentes rendimientos para ávidos accionistas la demolieron. Alguien, por discutible decisión, la sometió a la enjundia de emprendedores como repetitivos comentaristas de las patadas a redondos balones. Una junta de capitalistas la decapitó prefiriendo la ruidosa narración de carreras de autos con flamantes logotipos. Los anunciantes, intrigados por las inclinaciones de sus factibles consumidores, encontraron que los bastonazos de golf, la pelota caliente o los raquetazos con puntería milimétrica de la ATP tour van primero que los asiduos oidores de música bien construida, ejecutada con puntillosidad de celoso desconfiado y dolorosamente concebida en solitario a que se dedicaba tan frágil estación.
No resistió la XELA esa modernidad, en mucho atrabiliaria, poco sensible a consumidores refinados, y sucumbió a los intereses concretos de sus actuales dueños. Siendo éstos, por lo demás, detentadores de una concesión del Estado que el gobierno pone, a veces de manera graciosa, en sus manos. Una pena que habla de los quehaceres y los intereses de una sociedad que, siendo tan distinta y numerosa como la mexicana, no pudo seguir dándole cabida a una opción que fomentaba la diversidad que somos como nación.
El vacío que deja la XELA es un señalamiento crítico al entramado de actitudes y conductas que sostienen la convivencia organizada del país. Su salida del aire califica con números bastante negativos al mundo empresarial que acapara los medios masivos de comunicación por su incapacidad para generar y sostener opciones que justifiquen, con ejemplos de calidad, los instrumentos educativos que el Estado ha dejado a su resguardo.
Aunque con cierto retraso, quiero sumar deseos, recuerdos, aportaciones o necesidades perentorias, junto con todos los demás que ya lo han hecho, para ver si se puede localizar y abrir un nuevo intento que reviva a ésta, por el momento al menos, acallada XELA.
Fui, junto con otros muchos que conocí de cerca, de aquellos fieles oidores de su programación diaria. Para conocimiento de los patrocinadores, en una encuesta conducida entre los escuchas, y a través de años, se recuerdan con precisión y agradecimiento los productos que se anunciaban en sus programas.
La XELA no fue sólo una de las poquísimas estaciones dedicadas a la música sinfónica, de cámara, a la ópera o la zarzuela que por desgracia pueden encontrarse en el extensísimo cuadrante nacional, sino que también se erigió, por ella misma y por el numeroso como activo auditorio que reunió en su entorno y alcance, en un lugar de encuentro con aquellos que dispersos, solitarios a veces, apiñados en pequeños grupos, comparten algo que los acercó con ellos mismos y con los demás para hacerlos crecer. Doy fe de algunos de sus asiduos oyentes que en el transcurso de la vida se han dedicado a la música como su medio para edificar su parte de historia personal y de otros que se convirtieron en productivos ciudadanos de una república que los requiere con urgencia. A todos los que la hicieron posible durante largos, sin duda extenuantes, seguramente penosos, espero reconfortantes años de un trabajo apenas remunerado, les expreso mi agradecimiento y pronto me uniré con esos otros que se han organizado para reponer esa ida, por ahora, XELA.