LA "GRAN VICTORIA" DE SHARON
A
comienzos de esta semana, la comunidad internacional percibió signos
concretos de distensión en el conflicto palestino-israelí.
Aparte de los contactos entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina,
uno de los datos más notorios de la distensión fue la declaración
del jefe espiritual de Hamas, el jeque Ahmed Yassin, en el sentido de que
esa organización -una de las más radicales e intransigentes
del fundamentalismo palestino- estaba dispuesta a poner fin a sus criminales
atentados terroristas contra blancos civiles israelíes, si el régimen
de Tel Aviv retiraba sus tropas de Cisjordania. Unas horas más tarde,
un avión israelí de fabricación estadunidense, en
una operación autorizada por el primer ministro Ariel Sharon, redujo
a escombros media docena de edificios en la ciudad de Gaza. En la acción
murieron 15 personas, entre ellas 10 bebés y niños, y resultaron
heridas cerca de 150. Todas las bajas eran civiles inermes, a excepción
de un líder local de Hamas, al cual Israel le atribuía la
planeación de muchos ataques terroristas, y que resultó muerto
en el operativo.
En medio de un coro mundial de expresiones de repudio
e indignación, Sharon se felicitó por el resultado de la
matanza y la calificó de una de "nuestras grandes victorias". De
alguna manera torcida y perversa, la apreciación del gobernante
israelí es correcta: su más reciente acto genocida representa
un palpable triunfo de los partidarios de la guerra en ambos bandos; el
integrismo terrorista palestino cuenta ahora con sobrados pretextos para
recrudecer sus ataques contra civiles israelíes, y con ello el grupo
de criminales de guerra que encabeza Sharon puede argumentar su propia
necesidad, mantenerse en el gobierno de Israel y proseguir e intensificar,
desde allí, el exterminio del pueblo palestino.
La "gran victoria" de Sharon conlleva, sin embargo, el
riesgo de transformar el creciente aislamiento político de Tel Aviv
en la arena mundial en alguna medida internacional de protección
a los palestinos que vaya más allá de la retórica.
No es un dato menor el que el propio gobierno de Estados Unidos, cómplice
y encubridor perenne de las atrocidades israelíes, se haya visto
obligado, en esta ocasión, a deslindarse de la carnicería
perpetrada en Gaza. La Unión Europea, en conjunto y en voz de cada
uno de sus integrantes, ha manifestado, de manera menos ambigua, repugnancia
ante la matanza, la cual demuestra, una vez más y en forma contundente
y trágica, la necesidad de enviar una fuerza multinacional de interposición
entre Israel y los palestinos como única forma de poner fin a los
atentados terroristas, preservar la vida de los civiles en los territorios
reocupados y establecer, de una vez por todas, el Estado palestino en la
totalidad de Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental, en cumplimiento
de los mandatos de la ONU.
Pero si la Unión Europea y los estados que conforman
el Consejo de Seguridad de la ONU persisten en su abulia ante el conflicto,
la indiferencia de la comunidad internacional frente a la tragedia actual
de los palestinos terminará por parecerse al vergonzoso silencio
mundial que hace seis décadas acompañó al exterminio
de los judíos en Europa.